para que el poeta te mire

y se sonría ante el retrato de Dios;

para la locura –tu maxilar de duelo, para la demencia total y hasta para la humildad de nuestro lenguaje y su negra lucidez

Efraín Huerta, “Sílabas por el maxilar de Franz Kafka”

Te hemos robado todos

Y a tu imagen,

subsidiarias creaturas, bestias mansas

fuimos creados.

Eduardo Lizalde, “A Kafka”

Hay quien sospecha que el nombre de Kafka estaba destinado a desaparecer. Max Brod sostiene que “es de origen checo y, según la grafía correcta, kavka, significa literalmente grajo. En la cubierta de los sobres originales de la firma Hermann Kafka, que Franz utilizaba en otros tiempos para enviarme sus cartas, se halla reproducida esta ave de gran cabeza y hermosa cola”. Franz Kafka había dispuesto que desapareciera el rastro que pudieran importar sus manuscritos y Klaus Wagenbach refiere que al principio de la década de 1930 “la Gestapo registró la vivienda berlinesa de Dora Diamant (la amiga de Kafka de los últimos años), incautándose de un legado de manuscritos que hoy debe darse por perdido. La primera edición de las obras completas, emprendida en 1935, fue obstaculizada desde el principio y finalmente prohibida. Muchas consecuencias todavía más nefastas deparó la ocupación de los nazis en Checoslovaquia: se deportó a las tres hermanas de Kafka a campos de concentración, donde murieron asesinadas; compartieron el mismo destino con parientes y amigos. Se destruyeron asimismo archivos y se perdieron documentos (entre ellos, gran parte de la correspondencia y la biblioteca del escritor): mataron a muchos testigos de su vida”.

Insólitamente la palabra Kafka se ha vuelto común en México. Muchos que desconocen sus escritos mencionan con naturalidad su nombre; no para aludir a un grajo, sino a una forma simple del absurdo laberíntico. En sus historias inagotables de Mil palabras, Gabriel Zaid refiere que, en tiempos del gobierno sexenal de Luis Echeverría, “en una reunión de amigos donde se comentaban los últimos episodios de aquel régimen asombroso, Alejandro Palma Argüelles tuvo la ocurrencia: ‘Si Kafka hubiera nacido en México, sería un escritor costumbrista’”. De ahí, en “La apertura y la inflación”, un artículo publicado en Plural, en octubre de 1974, por los procesos que “a ratos parecen kafkianos y a ratos folklóricos”, Zaid derivó el nombre de Kafkatlán.

No parece menos insólito que, más que como una ocurrencia al uso, el nombre de Kafka siga propiciando derivaciones en el habla cotidiana como la que se ingenió Roberto Gómez Junco al designar Concakafkiana a la oscura CONCACAF, la Confederación Centroamericana y del Caribe de Futbol, maquinada por directivos mexicanos para que la selección de la Federación Mexicana de Futbol pudiera participar en las Copas del Mundo de la FIFA sin tener que jugarse la eliminación con selecciones de la no menos enigmática CONMEBOL; la federación de futbol de Sudamérica. Recientemente, Luis Miguel Aguilar ha revelado otro hallazgo certero, también con alusiones futboleras, al proponer la palabra kafkarera, que puede convertirse en el verbo kafkarear.

Franz Kafka era, según algunos de sus biógrafos, un muy buen nadador y practicaba la gimnasia y el remo. Martin Kafka, su sobrino bisnieto, según la página electrónica del Goethe-Institut, es el entrenador de la selección nacional de checa de Rugby. Quizá Franz Kafka sonreiría con íntima ironía, como dicen que sonreía cuando leía sus escritos.

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