La de Kafka, se sabe, es una historia postergada. Como el de algunos de sus personajes, su destino parece postergarse infinitamente, sin poder cumplirse por minucias que le impiden una realización aparentemente simple. Sus cuadernos de diario revelan su compulsión por escribir: “En mí se puede reconocer perfectamente una concentración apta para escribir”, anotó el 3 de enero de 1912. “Cuando se hizo evidente en mi organismo que la literatura era la manifestación más productiva de mi personalidad, todo tendió a ella y dejó vacías todas las facultades que se orientaban hacia los placeres del sexo, de la comida, de la meditación filosófica, y principalmente de la música. Me atrofiaba en todos aspectos. Esto era necesario, porque mis energías, en su totalidad, eran tan escasas que únicamente reunidas podían ser medianamente utilizadas para la finalidad de escribir. Naturalmente no di con esa finalidad de un modo autónomo y consciente; fue ella la que se encontró a sí misma y ahora se ve obstaculizada únicamente, pero de un modo radical, por la oficina”. Con frecuencia, también sus cartas se refieren a la escritura y a sus textos posibles. Sin embargo, reiteradamente anota en sus cuadernos que no ha podido escribir o, como el 30 de noviembre de 1911: “Tres días sin escribir nada”.

Franz Kafka creía que debía escribirse ininterrumpidamente, como escribió La metamorfosis (de acuerdo con Borges y Adán Kovacsics debería traducirse como La transformación), en las noches del 18 de noviembre al 6 de diciembre de 1912, y La condena (podría traducirse asimismo como La sentencia o, al gusto, El veredicto), en la noche del 22 al 23 de septiembre de ese mismo año. Sin embargo, no sólo la oficina se interponía entre la escritura y él; también los ruidos y el movimiento incesante en la casa familiar, los negocios familiares, la vida familiar, los amores incipientes.

Y a pesar de todo, la escritura de Kafka parece que no deja de importar también una incitación. José de la Colina, que nació en Santander 10 años después de la muerte de Kafka, que hubiera cumplido 90 años en uno de los últimos días de marzo en México, donde vivió refugiado casi toda su vida, al que Alejandro Rossi consideró “un escritor en estado puro”, en Portarrelatos, publicado en 2007 por Ficticia, reveló que podría escribirse una versión original, bíblica de La metamorfosis:

En uno de los momentos del principio, Dios inventó al hombre. Y vio Dios que eso no era bueno. Y dijo Dios: “hágase la metamorfosis”. Y despertó el hombre convertido en escarabajo. Y se dijo Dios: “Tal vez esto tampoco sea bueno, pero es más divertido”.

A De la Colina le fue dado asimismo un feliz divertimento hecho de conjeturas escritas acerca de la manera con la que hubieran escrito sucintamente La metamorfosis Shakespeare, Cervantes, Pascal, Lewis Carroll, el conde Lautréamont, Samuel Beckett y según Samuel Butler:

Nunca Gregorio Samsa se sintió con mejor salud y más entonado como la mañana en que despertó convertido en un monstruoso escarabajo. Se dice que la señora Samsa, la madre, comentó la circunstancia con una señora vecina: Gregorio se había acostado tranquilo, con muy buen ánimo, etcétera. Cuando le conté esto a Borges, lamentó que ese rasgo no figurase en Kafka. Lo miré y le dije: “Yo también soy Kafka”.

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