En los medios de las universidades, y en otros ámbitos, a menudo se insiste en que la pandemia de Covid-19 está generando cambios en el comportamiento de las sociedades y se reitera que éstas no volverán a ser como antes. Naturalmente, esto se afirma antes de que el mundo disponga de vacuna para prevenir esa enfermedad y, por tanto, no sabemos con precisión si una vez que existan las defensas terapéuticas se seguirá pensando lo mismo. El confinamiento social ha sido prolongado y difícil porque viene en la cresta de una severa crisis económica que impacta en todo el mundo. Además, el efecto emocional producido por este fenómeno ha llevado a la gente a salir de sus casas apenas ha podido, lo que ha dado como resultado rebrotes o el aumento de contagios.
Lo anterior nos obliga a pensar si, sobre todo en algunos segmentos de la población, esta transformación en la convivencia y en la productividad, en el trabajo y en otros campos de la actividad social nos están mostrando una nueva cultura que veíamos lejana en el futuro pero que la pandemia ya nos trajo al presente. La vacuna es sin duda el punto de inflexión que nos permitirá saber si ese cambio será perdurable y nos obligará o no a modificar hábitos de vida y relaciones productivas. Pero como todo cambio genera también sus propias resistencias, se está formando un empuje social a reanudar la vida en comunidad para actividades no esenciales, tal como existía antes del confinamiento, aun a pesar de que las condiciones sanitarias actuales no hacen propicia tales conductas.
Lo cierto, es que la pandemia nos abrió una ventana al futuro en nuestro propio presente y de nosotros dependerá si la mantenemos abierta o la cerramos para volver a todo aquello que definía una forma de vida y que no se sabe si en verdad volverá a ser igual, como si ello no hubiera encerrado múltiples y graves problemas en materia de desarrollo con justicia, bienestar e igualdad.
Cada crisis engendra siempre oportunidades pero no de manera automática: hay que identificarlas y convertirlas en beneficios efectivos para la población, en especial para los sectores en situación de vulnerabilidad que ahora deberán enfrentar, por si fuera poco lo padecido, mayores niveles de incertidumbre y desigualdad.
Es el momento de aprovechar las posibilidades que la ciencia y las nuevas tecnologías nos están ofreciendo. Ellas han sido la primera y más sólida defensa ante el Covid-19 y, en el caso de las plataformas digitales, éstas han sido un gran instrumento de comunicación y conocimientos indispensables para enfrentar los graves problemas de nuestros días. En este sentido, las universidades han resultado primordiales tanto en investigación como en la formación y capacitación del capital humano que el país requiere. En su escala, todas ellas han trabajado intensamente en las áreas que demandan soluciones ante la pandemia y su comprensión social. El cambio global es inevitable, aun con vacuna, pruebas y medicamentos. Por ello, necesitamos hacerlo productivo y continuar fortaleciendo el quehacer científico, la innovación y cooperación académica con instituciones educativas de excelencia; es preciso también reflexionar sobre nuestra vida comunitaria con sentido humanista, a fin de que el futuro que nos alcanzó se transforme en una cultura que, desde nuestras instituciones de educación superior, aporte conocimiento y oportunidades para la recuperación, el bienestar y el desarrollo con equidad. Abramos la ventana al aire fresco de la verdadera nueva normalidad.
Secretario general ejecutivo de la ANUIES.