Por: Jaime García
Los políticos habitan en la pobreza, el pueblo en la miseria. Así lo demuestra la ejecución de las precampañas que generan conversaciones en distintos espacios; mítines, vallas, mantas, entrevistas y funcionarios convertidos en porristas bajo el dispendio de recursos que implica nos dicen mucho del país que vivimos.
Con los tres perfiles presidenciales del oficialismo atestiguamos hasta el desmayo la sublimación del fetiche de la cercanía por la cercanía misma, o sea, se antoja forzada. La saturación de las respectivas redes en una carrera descoyuntada por colocar puestas en escena desde el privilegio, evidencia el entorno pobre que determina a los morenistas.
Es pobre porque carece de asideros sociales, sin relaciones intraclase, sin oferta articulada desde la demanda social, sin valor de uso para los electores. Pobreza pura y dura cuando escuchamos el desangelado “que viva Oaxaca”, de Claudia Sheinbaum. Entorno pobre ante cada paso de baile del excanciller Ebrard. Reproducción de la pobreza ante la prédica gris a cargo de Adán Augusto López.
¿Cuál entorno? El que los coloca como posibles depositarios del poder político acumulado por Andrés Manuel López Obrador desde hace 30 años. En tanto el pueblo vela la esperanza abrazado a la perenne espera de ser el protagonista, el contraste de “los tres” con la forma en que el presidente se relaciona con los simpatizantes es abismal. Cabe preguntar, ¿por qué en el zócalo se escuchó el grito “reelección, reelección” el pasado sábado 1 de julio?, ¿cómo explicar la diferencia entre AMLO y los aspirantes?
Al argumentar una de las aristas de lo que llama “la paradoja de la pobreza”, el economista Mark Robert Rank sentencia que en términos de desarrollo y movilidad social, las ventajas o desventajas iniciales se convierten en ventajas y desventajas “conforme se desenvuelve el juego”, generando un proceso de acumulación de inequidades.
Esa misma paradoja planteada por Rank, según la cual si el entorno indica que existe pobreza los individuos asumen una vida destinada a reproducirla y vivirla, se observa en la contienda entre los precandidatos morenistas: la exjefa de gobierno, el excanciller y el exsecretario están en un proceso de acumulación de inequidades.
¿Por qué pobreza? Porque no advierten que la curva de aprendizaje a la que los somete AMLO es imposible de ejecutar en una precampaña de tres meses, ni siquiera si durara dos, tres años. El entorno los absorbe y los coloca como una copia deshilachada, desdentada, en escala de grises e hilarante por penosa. ¿Ya desayunaron en alguna fonda? Vaya novedad.
De gira por Oaxaca el presidente fue abordado por pobladores de San Andrés, en la región de los Valles Centrales. Un video muestra cómo los lugareños aprovechan un desperfecto en el vehículo presidencial para acercarse con tlayudas y mezcal. Ante la emoción de las personas, AMLO desciende y entabla un breve diálogo al tiempo que abraza a un joven, le palmea los hombros.
Ellos emocionados relatan: “Lo apoyamos cuando andaba en campaña, desde hace muchos años, en Miahuatlán”. El presidente: “Los quiero mucho, se los digo de manera sincera”.
Queda el testimonio de múltiples fotos, sonrisas genuinas, gratitud de ida y vuelta, risas, miradas de igual a igual; el México profundo dando lo que tiene a manos llenas, acostumbrado a recibir poco y nada, pues en los recientes años un saludo al mismo nivel es el mundo y la luz.
Por su parte y de camino a Jojutla, Morelos, Claudia Sheinbaum decidió “tomarse un champurrado” con doña Petra. Asumimos que la vendedora tiene voz, tengamos fe, pues la pieza de video mereció una fracción de segundos para conocerla… en silencio. Acto seguido, el soliloquio de la exjefa de gobierno estribó en adjetivar al frente opositor y situarlo bajo la metáfora de ser “una tienda de disfraces” para finalizar casi murmurando: “Aquí lo que hay es amor a México”, lo que sea que dicha frase signifique.
Difícil encontrar el argumento estratégico para la transformación de las relaciones de poder entre el pueblo y las instituciones en el recorrido de Marcelo Ebrard por distintos oficios. Mazatlán atestiguó cómo un político lanzó la atarraya, padeció para descender de una lancha o platicó a bordo de un transporte conocido como “pulmonía”. Cabe preguntar, ¿y eso de qué le sirve al pueblo?
Pobreza de comunicación política de largo cuño cuando el exsecretario de Gobernación reproduce en forma de dislates los fraseos presidenciales de la mañanera. Quizá sea la intuición de parecerse al único factor para tener una carrera política que le permita aspirar a la máxima magistratura del país.
Entorno pobre el de los políticos incapaces de abofetear la bobaliconería y situarlos frente a la miseria no como experiencia de campaña, sino como mal transversal… en un país donde el arraigo más fuerte es ser pobre. No se trata de hacer cosas, se trata de tocar y sentir al pueblo. En esa misión, AMLO continúa solo, muy solo.