Seguir la sesión donde legisladores discutieron la reforma eléctrica enviada por el presidente López Obrador al Congreso de la Unión sitúa con claridad la necesidad de cambiar de paradigma. ¿Cuál? Aquel que hace de la democracia representativa una entelequia con la que un grupo de ciudadanas y ciudadanos toman las decisiones que rigen la vida de millones de mexicanos.
En el debate ambos polos pusieron a flor de boca el defender a México. La primera pregunta, amplia, es: ¿cuál es la abstracción de ese país que dicen defender y de quién, de qué y para qué?
Durante la asamblea del domingo 17 de abril los representantes del oficialismo mostraron la nula utilidad que tiene la popularidad del presidente al momento de votar para aprobar modificaciones a la Constitución. Las y los diputados de la contra siguieron el guión: no se sonrojaron al defender la reforma energética de 2013 y evidenciaron que perdieron el respeto por la figura del presidente de la República al retarlo abiertamente, llamarlo cobarde, dictador, mentiroso… lo conocido.
Orador tras orador, a favor o en contra, la argumentación fue consistente en la pobreza, estridencia e incluso apuesta por la desmemoria. Botones de muestra: Ildefonso Guajardo, exsecretario de Economía en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Con -0.7% de crecimiento de la productividad de la economía de 1982 a 2018, argumentó desde la defensa de la escuela neoclásica. Hacerlo de cara a un país con 100 millones de pobres por algún grado de carencia es, además de temerario, de una maciza insensibilidad.
Uno más. Reginaldo Sandoval, del PT, relató en tribuna que cuando padeció Covid-19 llegó a tener alucinaciones, pero que incluso en ellas la 4T salía victoriosa. La evocación de la alucinación como explicación al desbarajuste en el pleno de San Lázaro. Cabe preguntar, incluso dando por válida una argumentación de ese tamaño durante la más importante de las reformas obradoristas: ¿de qué le sirve al pueblo el alucinante triunfo de un legislador? De absolutamente nada. Los egos son los sujetos de la historia.
Unos y otros subieron a tribuna para dirigirse “al pueblo de México”. El pueblo, sumatoria de desgracias, de peticiones que se diluyen en la sordera de las instituciones, el de los militantes de la economía informal, el de la subsistencia chafa, con hambre crónica, migrante, buscador de familiares desaparecidos, ahogado por las deudas de lo cotidiano y con la perenne demanda: el derecho a tener derechos. Fue la Cámara de Diputados reflejo de la profunda crisis del modelo.
El escenario nacional de sorderas diversas dependiendo del decil que se ocupe, ¿tiene futuro? No… no con las condiciones actuales. La ruta de la “O” (optar entre inconvenientes) plantea la entrada en conflicto de los polos, al infinito, hasta la victoria siempre parcial, nunca estratégica. ¿Por qué? Porque el paradigma está agotado.
Pero el agotamiento es incluso cognitivo. Al revisar los argumentos vertidos en la sede de la representatividad nacional en el marco de la discusión de la reforma eléctrica, es imposible encontrar una sola intencionalidad colectiva. Es decir, los diputados ni siquiera se asumen como elementos de algo más allá de un grupo parlamentario.
Sirvió la palabrería en el pleno para constatar que ningún instituto político se ha encargado de formar nuevos agentes sociales que ocupen las instituciones, generen nuevas prácticas, adquieran nuevas habilidades y dejen atrás las relaciones subordinadas a instancias de jerarquía, sea política o económica. En suma, no se animan a subvertir el orden actual que propicia el reacomodo de las élites, perpetuando el desempoderamiento ciudadano.
La fotografía nacional indica que pasado el tiempo de la actual administración no existen visos de transformaciones estructurales, y que la oposición oferta aquello que ocasionó la estruendosa derrota de 2018: más neoliberalismo. Hay una necesidad en términos de futuro social que cruza por tener nuevas prácticas “y” nuevos individuos sociales “y” nuevas reglas “y” articular causas desde espacios sociales que sistematicen las demandas “y” designen nuevas funciones a partir de las mismas.
Una aclaración pertinente. La “y” trasciende al gatopardismo de “tener lo mejor de los dos mundos” (nacionalistas o globalistas), o la herramienta discursiva de “preocupación” por parte de quienes tuvieron la oportunidad de transformar al país y más bien lo derruyeron. Nada por construir el futuro reposa en ambos lados de los ejecutores de la política institucional nacional.
Un nuevo nuestro nosotros requiere nuevos personajes porque, sin adjetivos: el resultado actual de la mayoría de los tomadores de decisiones es pobre.
La neurociencia demuestra que la condición interna de quienes componemos las sociedades nos hace resistir a los cambios de paradigma, pues en la reacción a las intuiciones vamos confirmando sesgos. Ni duda cabe que la actualidad reposa en la “O”. El futuro implica argumentar desde la “Y”, si de revertir el orden inequitativo existente queremos comenzar a hablar.
Consultor en El Instituto