El consejero presidente del INE decidió ser opositor al presidente López Obrador en un país cuyo nicho para la palabra “oposición” luce destartalado, conteniendo un relicario de dislates. Córdova emprende desde el alto contraste mediático un camino parecido al seguido por AMLO entre 2000 y 2018: todo lo que emane del poder presidencial está mal y siempre tiene una opción distinta que persigue un bien mayor.
Instalado en la necesidad de establecer una narrativa, llama “democracia” al bien mayor, no obstante que los hechos políticos que Lorenzo Córdova ha validado en la última década tienen un pelaje variopinto, producto de procesos electorales que generaron todo tipo de inconformidades y discusiones. Desde luego, cuando el embuste favoreció a quienes repartieron las posiciones que lo designaron consejero, prevaleció la democracia.
Y recientemente, Córdova echó mano de la FIL de Guadalajara, el pleno del Consejo General del INE y del Poder Judicial para ejecutar una estrategia de comunicación que, como era de esperarse, fortalece la cámara de eco y ensancha la franja que separa las necesidades del pueblo y la utilidad de algunas instituciones.
La coyuntura indica que Córdova encabeza una confrontación real y manifiesta contra los designios del presidente López Obrador. Así lo muestra la decisión tomada por los consejeros del INE: posponer la revocación de mandato en tanto “no existan los recursos económicos suficientes para organizarla”.
Palabrería de por medio, el núcleo racional de la decisión coloca al dinero como la condición necesaria para acceder a los preceptos consagrados en la Constitución. Es decir, Lorenzo Córdova pone al descubierto una de las grandes paradojas de un sistema liberal capitalista como el mexicano: el ejercicio de los derechos y la justicia es para cuando se tiene dinero.
Porque en la mediocridad del eufemismo, Córdova subsiste como un funcionario útil a instituciones diseñadas para vivir del presupuesto y reducir a una élite la capacidad de decisión para elegir gobernantes… y para que sigan gobernando.
¿Qué no cuadra entonces? ¿Por qué Córdova y AMLO no pueden ser amigos y tener ese “diálogo” respetuoso que tanto se colocó en papel y tinta durante los recientes 40 años? La respuesta es clara: la profunda cristiandad del presidente, el profundo liberalismo capitalista del consejero y la pléyade patrocinadora; al parecer, posturas irreconciliables.
Si AMLO opta por repartir dinero entre los pobres, Córdova opta por dotar de posiciones políticas a los ejecutores del más grande sistema de saqueo de los últimos doscientos años. Si AMLO profesa el rechazo a las posesiones materiales, Córdova jamás condenó la cantidad obscena de recursos monetarios que desfilaron en cada elección organizada por él y la institución que encabeza.
Quizá cansado de tanto rechazo por parte de la institucionalidad que no lo acompaña, el presidente sugirió que la revocación la podría organizar el pueblo, “porque en cada estado, en cada municipio, se puede formar un comité ciudadano de personas de inobjetable honestidad; son dos mil 500 comités en los municipios, ciudadanos, y esos comités convocan y todos participan, y consiguen las mesas y las cajas, las papeletas y a votar y a contar los votos”.
El entre líneas, como en la mayor cantidad de ocasiones que el presidente se refiere al “pueblo”, es un llamado a Morena, partido que parece no tener visos de organización más allá de ser un sonar para la palabra escuchada de lunes a viernes entre 7 y 9:30 de la mañana.
Con el tiempo como mejor aliado, el presidente López Obrador, sentado en su finca, podrá dimensionar en retrospectiva el propio peso político. Quizá lo intuya, pero sin partido, sin vida orgánica, sin ideólogos, sin medios de Estado, pondrá bajo examen el poder del pueblo. Un ente cuyos mecanismos de crecimiento han sido olvidados durante 45 años (incluido el actual gobierno) a causa de la “industrialización subordinada”, según el concepto acuñado por Adolfo Orive y Rolando Cordera.
Córdova y patrocinadores, y el presidente Andrés Manuel defienden el respectivo sistema de creencias, como todos los seres humanos. El doctor nació con grandes ventajas: situarse en escenarios con más de tres mil palabras edificando el lenguaje, preocupaciones solventadas en forma de desayuno, comida y cena, con divertimentos, pasatiempos, desarrollo de capacidades. ¿Cómo no defender esa libertad fraseada como democracia?
López Obrador comprueba un día sí y otro también, que el vacío de ejercicio presidencial era tal que las tres máximas relatadas por Daniel Cosío Villegas son suficientes para tener, en promedio, el respaldo de 7 de cada 10 mexicanos: dirimir conflictos entre sectores, hacer valer que su voto determina las decisiones del legislativo, y elegir a su sucesor.
Aunado a ello, “el de Tepetitán”, como suele identificarse, contrasta con la diatriba emitida por Córdova y patrocinadores, donde valores como libertad y tolerancia palidecen ante la necesidad de instaurar la justicia, la bondad, el amor, la felicidad y la fidelidad.
El presidente del INE decidió ser opositor. Con tres años en las filas de la confrontación manifiesta, brinca al ruedo al sentirse capaz de abatir al presidente que ha recorrido cuatro veces los municipios del país, que es conocido por el 98 por ciento de la población, con una aprobación promedio del 65 por ciento, y que ejercerá en 2022 el presupuesto social más grande en la historia del país. ¿Audacia, clavo ardiendo o tonto útil? Ya veremos.