En una cotidianidad que carece de puntos medios, el ente político que habla con mayor claridad hacia la población es el presidente López Obrador. El resto de los protagonistas de la arena pública tiene pocas luces, incluidos quienes están en el casillero de la inspiración obradorista.
La coincidencia de un gobierno con posturas populares y sensible a la demanda social, contrasta con el abandono de las clases pauperizadas por parte de la mayoría de los sectores empoderados que componen la sociedad. Esto propicia que crezcan las posturas encontradas, aunque es preciso decirlo: llevaban años en gestación y la emergencia sanitaria únicamente sirvió de partera.
Es así que presenciamos el inicio y desarrollo temprano del bipartidismo. Para dimensionarlo, hay que decir que se trata de un nuevo orden que trasciende a los partidos políticos, e incluso, al ámbito nacional. Por elemental que pueda leerse, hay que “tomar partido”.
La pandemia aceleró la polarización, pero no es la causa; baste dimensionar algunas cifras de la OIT respecto al empleo.
En abril de 2020, mil 600 millones de trabajadores se empleaban en la economía informal; es decir, el 62% del total mundial. ¿Cómo hablar de democracia y civilidad a quien trabaja sin seguridad social, sin acceso a vivienda, prestaciones, antigüedad, vacaciones, sin pago de horas extras y sin horario?
Más todavía. El empleo informal representa el 90% de la ocupación total en naciones de ingresos bajos. En suma, trabajamos para subsistir.
Es tiempo de invertir el sentido lógico de las cosas: los protagonistas de la arena política no explican el mundo a las masas, son ellas las que todos los días ponen sobre la mesa el lenguaje, el tono y la manera. ¿Por qué? Porque la política es también acontecimiento.
En los años recientes, el principal acontecimiento cotidiano a cargo de un político en México ha sido el exhibir cada mañana a “una casta dorada” a la que hace responsable de todos los males que nos aquejan a nosotros, los buenos. ¿Por qué es relevante más allá de la investidura presidencial? Porque lo hace en términos claros y sin ambages.
Veamos algunos dilemas planteados por AMLO en días recientes:
Electricidad barata con una empresa pública versus electricidad cara con empresas privadas extranjeras.
Gas Bienestar con precios máximos versus gas concesionado sin control de precios.
El planteamiento fue sencillo: “Les pregunto a las familias, ¿cuánto les está durando el gas, el cilindro ahora?” (AMLO, 12 de octubre de 2021). Un cuestionamiento más que apunta al sentido común: ¿A algún consumidor le gusta pagar más por un servicio?
En términos de comunicación y acción política, la claridad presidencial tiene correspondencia con algunas cifras del último informe de Latinobarómetro, según el cual los mexicanos confiamos en las Fuerzas Armadas más que en cualquier otra institución, salvo la Iglesia, y hasta un 25 por ciento de nosotros estaría de acuerdo con un gobierno autoritario “en algunas circunstancias”. Esta cifra es, junto a Paraguay, la más alta de América Latina.
Estos elementos nos ayudan a encontrar el porqué la línea de comunicación política opositora al presidente no tiene “calado en los tendidos”. Para continuar con la jerga taurina: la lidia termina con silencio y de tanto en tanto sufren cornadas graves. A estas alturas, el argumento de comunicación de la oposición es: “Gas caro, pero sin dictadura”, o bien, “Paguemos más por la luz, pero sin populismo”.
El oficio político del titular del Ejecutivo mutó a una intuición en términos de comunicación que le permite seguir posicionando todos los días dos enunciados estratégicos: “Por el bien de todos, primero los pobres” y “Honestidad Valiente”.
No obstante, una de las paradojas que enfrenta el actual régimen es que no puede contestar dos preguntas: ¿qué otro personaje comunica en los mismos términos del presidente?; ¿existe uniformidad al momento de elaborar mensajes? Hoy es difícil encontrar correlación entre lo que comunica el presidente y las bancadas, dependencias gubernamentales y políticos de la 4T.
Tanto oficialistas como opositores son parte de una misma cuerda: hablan desde la oferta de sí mismos y no desde la demanda del pueblo.
El presidente se refiere a la justicia, el resto habla de legalidad y leyes que ellos mismos hacen en beneficio propio. El presidente se refiere al recato que deberían tener los ricos en los nuevos tiempos, el resto satura las redes con selfies mientras desayunan, viajan y se reúnen con jerarcas de todo tipo. El presidente platica con el vendedor de jugo de caña y acompaña el paso del caballo que hace girar el trapiche, el resto organiza conferencias de prensa para hablar de derechos que únicamente ellos tienen la capacidad de ejercer.
En suma, nadie lee al presidente, y menos le acompaña en la aventura de poner por delante al pueblo.
Y en la estridencia de la desigualdad que la Covid evidenció con aire salvaje, Andrés Manuel López Obrador asegura que se presentará en noviembre ante la ONU para, guiado por un instinto evangelizador, compartir un mensaje donde toma partido: es un pecado social acumular ganancias inmensas en un mundo azotado por la pandemia.