La política mexicana y el pensamiento actual parecen estar determinados por la elección de bandos irreconciliables. En una esquina, los radicales. Aquí ejecutan el racional presidencial de asumir la radicalidad como el endurecimiento de posturas ante decisiones políticas insertas en una burbuja de acontecimientos denominada 4T. Defienden y celebran hechos ideados, comunicados y ejecutados por el presidente.
En la otra esquina el resto: todos aquellos cruzados por una suerte de mezcla de indiferencia, odio, cuestionamiento, escepticismo, desencanto, despecho hacia el presidente; en una nuez: vivimos tiempos donde pensar con “o” rinde dividendos.
A favor de la reforma eléctrica “o” en contra.
Revocación “o” mandato inmodificable.
Incentivar la inversión “o” ejercer derechos laborales.
Programas sociales “o” meritocracia.
Modificar el INE “o” dejarlo como está.
Soberanía de Pemex “o” libre mercado.
PRIAN “o” Morena.
Determinados por la “o”, avanzamos rumbo a seis meses que tendrán mucho de bipartidismo, sazón de estridencia y apuesta por la desmemoria. ¿Por qué desmemoria? Porque el grupo político que ocupó el Ejecutivo durante 12 años esgrime que detrás del diálogo con el gobierno federal está la intención de que le vaya bien a los mexicanos, que haya medicinas, educación y algunas otras cosas que ellos tardaron dos sexenios en identificar. Pero quizá lo más importante: siguen hablando de las cosas, no de las causas ni de las creencias.
Todo cabrá de enero a junio, sabiéndolo acomodar. El presidente realizó el primer movimiento del año. El lunes 10 de enero, de una mañanera mandó a Ricardo Monreal al periódico Reforma, pues dijo que no secunda una sola palabra respecto al denuesto de la radicalidad tan en boca del senador zacatecano.
Para la interpretación política, por momentos famélica en las filas morenistas, ese mismo día AMLO recetó nuevamente aquel párrafo del 1 de diciembre donde, palabras más, palabras menos, señala que vivir en el centro es vivir en el error… por lo menos entre 2018 y 2024. Es decir, radicales “o” la nada.
López Obrador ha instalado el piloto automático y con el “optar entre inconvenientes” llegará a la próxima elección presidencial como el personaje principal. Tanto en abril del 22 como en el verano del 24, será el nombre como atributo lo que estará a escrutinio popular.
Algo que parece escapar a la percepción de los políticos actuales es que las condiciones que modelaron el fenómeno AMLO cambiaron. Es decir, hay poco que cosechar intentando replicar el tono y manera presidencial. El nicho antisistema está ocupado por el presidente y la psique social no dispone de espacio para los imitadores.
Pero más allá de las inspiraciones de carácter personal, ¿qué significa que los políticos actuales piensen con “o”?
Quiere decir que están instalados y determinados por un paradigma viejo que, como escribiera Thomas Kuhn, únicamente conduce a anomalías y crisis.
Anomalías, como asumir que la pobreza se combate generando dependencia, en el caso del oficialismo. Crisis, como la que experimenta la oposición al presidente, que se ha constituido en una especie de cámara de eco responsable en parte de una aprobación promedio de 65% a favor del mandatario.
En el sistema de creencias mexicano, AMLO sigue como el político mejor instalado en la opinión pública, pues es para millones “uno de los nuestros y persigue lo justo”. En suma, en el México de la “o” el presidente domina. Todo indica que ganará la revocación, habrá reforma eléctrica, Morena se quedará con cuatro de seis gubernaturas en disputa y modificará significativamente al INE.
Pero toda realidad social experimenta cambios. Si como expone Boaventura de Souza, la pandemia por Covid-19 colocó en entredicho al colonialismo, capitalismo y patriarcado, bien vale añadir que un elemento para dejar de reproducir el caos actual radica en convertir las necesidades en causas, asumir tareas nuevas y crear nuevos sistemas de creencias. Por ejemplo, pensar con “Y”.
De tal suerte que para construir el futuro sin tener el ancla en discusiones del pasado que hacen bélico al presente, la “y” debe diseñar las nuevas causas desde el territorio, con las instancias económicas al mismo nivel de discusión “y” con el mismo poder de decisión que las sociales.
¿Cómo se construye la “y”? Un punto de partida atraviesa por la ruta concebida por el doctor Adolfo Orive: nuevas intencionalidades colectivas (el empoderamiento de individuos sociales), nuevas reglas (que los representantes populares cumplan el mandato imperativo), funciones de estatus (la soberanía depende del constructo social, no de un individuo).
Un ejemplo con sentido práctico: ¿por qué supeditar la discusión de la revocación de mandato al presidente? Imaginemos lo siguiente:
Los políticos de la “y” construyen de manera transversal una nueva intencionalidad: detonar, mantener y empoderar procesos de organización más allá de las elecciones para cada mitad de sexenio someter a referéndum el mandato de un presidente, “y” acuerdan nuevas reglas desde el territorio y desde la demanda, “y” se asignan nuevas funciones: difusión, estructura, comunicación, vinculación y evaluación. En suma, dan los primeros pasos hacia un nuevo paradigma, el paradigma del “Y” para sustituir la desgastada y estéril dinámica del “O”, crear un nuevo modelo de organización social y de hacer política.