Pensemos rápido, pensemos despacio. ¿Qué gobernador o aspirante a gobernador morenista podría tener un trato horizontal con el presidente López Obrador? Si la respuesta no viene a nosotros en menos de cinco segundos es porque ningún personaje ocupa el marco referencial “de igual a igual” en el entorno obradorista. Cabalgando la intuición, el presidente es el único político que ejecuta y piensa en términos transexenales. Construye pues el Amlato.
Los elementos que dan forma a dicho fenómeno político: en primera instancia y al día de hoy, Morena continúa como una sumatoria de personas constituida formalmente como partido que confluye en el apoyo a López Obrador, pero determinada por las decisiones que toma el fundador, inspirador y decisor final. Sin adjetivos, es la expresión política que lleva a la práctica las decisiones del presidente.
Segundo elemento. Ninguno de los gobernadores o aspirantes a gobernador posee la hegemonía al interior del partido, sea como corriente, discusión política o guerra de posiciones. Morena vive la balcanización como consecuencia de conducirse bajo resortes evangélicos: pureza, obediencia y devoción.
Ejercen la división de intentar acomodar en la acción política las virtudes teologales en función de ganar elecciones: fe, en una transformación transversal que no ven, pero asumen que existe; esperanza, en que siguiendo el dogma el porvenir es venturoso; caridad, que genera dependencia de los programas sociales garantizados en tanto sean mayoría en el Legislativo.
Respondamos otra pregunta como tercer elemento: ¿quién podría poner orden al conflicto interno en los diferentes estados del país sino el presidente? Por ejemplo, lo que ocurrió en el Edomex para escoger candidato a la gubernatura representó un parricidio político de Delfina Gómez hacia Higinio Martínez, su mentor. En la política pura y llana, fue el único líder del Grupo de Acción Política que siguió una ruta: visitó los municipios de la entidad, consiguió apoyos políticos, realizó movilizaciones y dijo con claridad que buscaba la gubernatura. No ocurrió así con ninguno de los otros aspirantes, sin embargo la maestra ganó la encuesta.
Dos preguntas más para perfilar lo que implica el Amlato: ¿alguien puede asegurar que no fue el mandato presidencial el que acomodó las cosas favorablemente para la extitular de la SEP? ¿Sería Higinio Martínez alguien que ofertara un trato subordinado al presidente o propondría una relación de igual a igual?
“¿A dónde va usted?”, preguntó el lunes 29 de agosto de 2022 el presidente a Delfina Gómez. La respuesta fue una risa apenas sonora. Uno supondría que a transformar el Edomex de la mano del pueblo, de arriba hacia abajo y con pobreza franciscana. Pero quizá lo descubra en otro momento.
El Amlato en marcha tiene múltiples lecturas, pero antes de exponerlas es necesario precisar: se trata de una manifestación del agotamiento del sistema liberal capitalista, producto de condiciones políticas ejecutadas por agentes políticos al interior de instituciones políticas, que generan emociones en públicos electores y gobernados.
Recomendable resulta abordar el fenómeno con categorías que trascienden atavismos como “democracia” o “corrección política”. López Obrador sabe ganar elecciones y, aun con el paso del tiempo y el previsible desgaste que implica ser el titular del Ejecutivo en un país irresoluble, las personas consideran que es un buen hombre. Contrario a lo que intenta
propugnar la oposición, el principal diferendo con el presidente es que los borró de una marquesina que dio para mucho durante muchos años: la Presidencia de la República.
Cuarto elemento. Ningún otro político coloca al pueblo como personaje principal de la acción política. Ni siquiera los aspirantes a sucederlo en el cargo colocan al pueblo en el centro. Lo anterior no es ni bueno ni malo, únicamente están lejos de la estrategia que construye el Amlato.
De visita en Oaxaca, la doctora Claudia Sheinbaum escribió en Twitter: “¡Qué rico es Oaxaca, en su cultura, su gente y su gastronomía!” mientras un video la muestra en el mercado 20 de noviembre, turístico por excelencia, comiendo pan de yema y tomando chocolate junto al gobernador electo.
Nada más lejos de la estampa del presidente en los Coatlanes, Oaxaca, a la vera del camino, recargado en el lomo de un burro mientras charla con Cresencio, dueño del animal y víctima de robo de ganado. En la plática, López Obrador oferta como solución “crédito ganadero a la palabra”. Recibe la interpelación de Crescencio, “estuvo mi familia para reponer el ganado, pero no llegó”. Ataja AMLO, “pero va a llegar”. Incrédulo, Cresencio increpa, “ah, ¿va a llegar?”. Sentencia el mandatario, “eso es lo que yo te ofrezco, hacemos ese compromiso”.
El Amlato asoma en el horizonte porque la mayoría de gobernadores después de septiembre de 2024 deberán su postulación, campaña y votos a la figura de Andrés Manuel López Obrador. Será la condición objetiva del escenario político por venir porque podrán ganar la elección, sí, pero perderán el gobierno porque esa facultad estará en Palenque. Desde ahí se tomarán decisiones políticas que darán forma a una reelección real, tácita, explícita. Ni virtud ni maldad, únicamente realidad.
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