No está, algo falta. El murmullo de la capital transmite incompleto el habitual nerviosismo. Obstruida por los irregulares “cubrebocas”, la fonética del DF se percibe atrofiada. La indisoluble asociación entre ánimo y desposesión conoce a un nuevo protagonista: la pérdida de libertad de decisión… aunque sea para desperdiciar la libertad de decisión.

En un carril paralelo, la arena política malgasta como respira la posibilidad de enviar mensajes en otro código, uno más cercano al anhelo masticado durante más o menos cuarenta años: la administración pública y los trabajadores que la pueblan tienen un valor de uso, es decir, están al servicio de la gente. Un segundo deseo, un tanto gelatinoso pero más cristalino: el gobierno se trata de los gobernados, no de los burócratas que integran los gobiernos.

Como era de esperarse —pues forma parte del argumento en la puesta en escena denominada democracia liberal de partidos—, la protagonista de la insalvable brecha entre querer sobrevivir la enfermedad Covid-19 y no poder ejercer los derechos consagrados en la Constitución, es la masa trabajadora. Esa amplia base social del consumo constata que está sola al momento de enfrentar la pandemia, pues las instituciones fueron construidas bajo un sesgo que no necesariamente responde a su posición de clase.

El argumento que salva buena cantidad de vidas es la persistencia por el futuro que alberga cada ser humano, independientemente del contexto que lo determine. Así, miles de trabajadores de la salud disponen voluntad y encuentran elementos de humanidad que el sórdido padecimiento convierte en conciencia. En otra capa del yo trabajador y frente a la pertinencia y profundidad de las instituciones, queda cimentado que en México dichos espacios pertenecen y sirven solo a quienes los ocupan. A nadie más.

Covid-19 ganó espacio consciente al no consciente a base de sustos. Pero no tanto como se pensaba. Y es que pandemia es la primera, y los sismos son más comunes. De tal suerte que la mañana del martes 23 de junio quedó de lado la sana distancia, las caretas, los cubrebocas, el alcohol en gel y demás aditamentos para ejecutar el pensamiento intuitivo: salir, ponerse a salvo.

Los sismos desatan un comportamiento cuyo símil lo encontramos únicamente al momento de hacer una fila. La disputa por la tenencia primada del espacio se vuelve conflicto. La intuición, cabe insistir, es más poderosa que la razón, no obstante que la segunda se obtenga de la primera. Un sistema de contradicciones al infinito, invisible y ajena, atropellada por la necesidad del yo compro .

Entre acontecimientos acomodamos la anodina acción política. Cabe preguntar: ¿Se imaginan la inmensa contradicción de considerar al presidente un ser inferior y no poder escapar de los dichos que emite todas las mañanas y considerarlo una afrenta?

Afrenta, lo que se dice afrenta, es la pugna diaria por evidenciar algo que nos es ajeno: la curva de contagios. Sea como porra o rechifla, la platea de la opinadera comienza con cuetes y bengalas en búsqueda del “tengo la razón”. No obstante, para cualquier trabajador las mediciones de la epidemiología son ajenas, no las entiende y menos apropia.

La realidad como añoranza indica, esto sí con sentido de pertenencia, que la ciudad está apagada y en la nerviosa víspera del “ya pasó”. Salimos, desde luego, porque pretextos sobran y empleos escasean, pero falta el codo a codo en los extensos comederos a las faldas móviles de camiones y peseros. No existe sustituto al ¿otra igual? que resuena en las cantinas, y cuyo eco es imposible de encontrar en tanto existan trastes por lavar, pisos por fregar, y lenguaje inconexo de los políticos por escuchar.

Esto pasará, con 35, 40, 50 mil mexicanos menos, pero pasará, pues las elecciones están cerca y nos impregnan de esa amnesia propiciada cada tres años por la existencia de partidos y candidatos. El para qué lo seguimos buscando, puesto que asumimos que necesitamos la libertad, aunque no sepamos cómo usarla.

Analista de procesos políticos y sociales. Consultor en campañas electorales locales, estatales y federales.

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