La historia política mexicana de los recientes veinte años tiene en el actual presidente a su principal relator. Todos los días narra aquellos acontecimientos respecto a los cuales escribimos, dialogamos, discutimos y nos dividimos. Las y los interesados, así como quienes participan directamente de la arena política nacional no pueden obviar la figura presidencial. Sea para exagerar las loas, sea para exacerbar los considerados yerros.

¿Cómo explicarlo? Según Will Storr en su obra “La ciencia de contar historias”, los narradores “son creadores de instantes en los que se reproduce un cambio que capta la atención de sus protagonistas y, por extensión, la de los lectores o espectadores”.

En este sentido, AMLO lleva al límite nuestra curiosidad y siempre tenemos una leve idea de lo que escucharemos y veremos, pero estamos lejos de la certeza. Él controla una trama que tiene diversos elementos y cuyo desenlace llegará en el verano de 2024. Sí, en una cuarta campaña presidencial y donde traerá a las emociones de los electores todo aquello que lo sitúa en el privilegio de acaparar la discusión: victorias, derrotas, nacimientos, traiciones, personajes de soporte, villanos… justo todos los ingredientes con los que hilvanamos la cotidianidad.

México no es el universo, pero nuestro universo es México. Por ejemplo, al revisar los medios de comunicación constatamos que los problemas que plantea el agotamiento del sistema liberal capitalista a nivel mundial nos son ajenos: hiperinflación, estanflación, fracaso de las energías renovables, migración, la ganancia desmedida del capital global constituido como Estado supranacional.

En contraste, en este país estamos determinados por el próximo estímulo presidencial que llegará a nuestro cerebro y desatará nuestra ansiedad en búsqueda de una respuesta, de un episodio más: el saco sin desabotonar, los zapatos mal boleados, el sombrero y ofrenda recibida en territorio, la canción que suena en la mañanera, el mote para el personaje de ocasión, el cruce de declaraciones y el adjetivo endilgado.

Múltiples políticos de la época moderna han transitado por elecciones presidenciales bajo sistemas electorales democráticos como personajes que participan de la trama, pero no la relatan. Pensemos en Berlusconi, Lula da Silva o Felipe González. ¿Qué posee AMLO como evento que en 2006, 2012, 2018 y 2024 la discusión marcha al ritmo con el que mueve el pandero?

Sabe plantear dilemas y es consistente en ellos. En 2024 llega bajo el fraseo “transformación o retroceso”.

Eslabona acontecimientos que nos hacen intuir, pero respecto a los cuales desconocemos el desenlace, porque ¿cómo terminará la austeridad de Carlos Slim?

Nos hace buscar explicaciones a decisiones contraintuitivas para la concepción de política institucional. A saber: fin de las escuelas de tiempo completo, el Tren Maya como un aspecto de seguridad nacional, la refinería Olmeca como proyecto en el pináculo del enamoramiento de la hegemonía mediática por las energías renovables como condición de suficiencia para abastecer países enteros, las tandas del bienestar ante la pandemia más aguda del último siglo, darle voz al vendedor de jugo de caña y enfatizar que es la economía que impulsará la transformación.

Desconocemos quién lo aconseja, pero creemos que alguien tiene más información que todos nosotros. En ocasiones nos hemos preguntado: ¿quién aconseja al presidente?

El lenguaje es la primera institución que conformamos como seres humanos y ahí radica otra de las atenuantes del control presidencial respecto a los temas que nos motiva a discutir. ¿Por qué? Porque el lenguaje no es un instrumento, sino un relacionamiento y el presidente involucra a las masas en la conversación, con las mismas palabras y expresiones que a diario utilizan millones.

En consecuencia consigue un impacto directo en aquello que nos moviliza e identifica: la inclusión. En palabras de Gianni Vattimo, “el que habla usa y a la vez es usado por el lenguaje-ser, siendo cada acto de lenguaje una recepción e interpretación del mensaje que ‘nos’ habla como hablantes”.

Y es que los políticos de las instituciones de este país, y de ello nadie puede culpar a AMLO, pasaron mucho tiempo sin hablarnos como hablantes. ¿La paradoja? Al igual que en muchas otras aristas del ejercicio público, el presidente no ha sido capaz de formar un solo cuadro político que ejecute como él. El pueblo debe prepararse para volver a ser excluido del relato nacional.

En tanto el destino de ser excluidos de la narrativa nacional nos alcanza nuevamente, la cuarta campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador avanza con muy pocas preocupaciones hacia fuera. En la fotografía de hoy, el casillero de contendiente por la oposición luce con más procesos judiciales que con rostros comunicando proyectos reales.

Y en lo impredecible de la antropofagia morenista se dibujan los primeros trazos de una pugna que hablará para sí, pero que será lejana de la fascinación o repulsión que nos produce la historia que AMLO cuenta y se cuenta todos los días.

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