Morena llegará a la elección de 2024 con el gobierno de 23 entidades de la República en la bolsa. Lo consiguió en seis años. Desde el surgimiento del Partido Nacional Revolucionario en el primer cuarto del siglo XX, ninguna otra fuerza política se había apoderado de tantos espacios con la rapidez y contundencia del presidente.

¿El presidente? Sí, y debemos leerlo desde una categoría marxista toda vez que es una fuerza política en sí, para sí y, con la licencia del añadido, desde sí.

Lo es en sí porque evidencia la crisis que vive el sistema de partidos. Los resultados electorales de las recientes jornadas en diversos estados se convirtieron en referéndums de las posturas políticas del presidente. Ejerció el priismo al enviar mensajes claros y sin espacio a interpretaciones mediante planteamientos que incluyen hacer sinónimos del voto por Morena a la pureza, la justicia y la humanidad.

Crisis del sistema de partidos porque continúan disponiendo un menú cuya oferta obvia de las demandas más elementales para la masa empobrecida que constituye la mayoría de los padrones en cualquier entidad: tener más dinero y que alcance para más. No importa cómo llegue, no importa bajo qué envoltura discursiva. Y el presidente lo ofrece y lo hace llegar. Satisface una demanda, la principal.

Una fuerza política para sí. Acapara la conversación en la previa, orienta la discusión de la elección y acumula gubernaturas desde las cuales planificará la elección de 2024. Será, por cuarta ocasión, el protagonista y ave de tempestades electorales. Una suerte de “último baile”. Para que siga y se profundice la transformación vota por quien AMLO decidió ofrecer como candidato.

A pesar de los intentos poselectorales de cierto sector de la opinocracia por colocar las elecciones del domingo 4 de junio de 2023 como “parejas” desde el número de votos obtenidos por las expresiones partidistas, los números se leen de manera mucho más sencilla. 23 gubernaturas desde donde planificar la elección del 2024 son más que las siete en manos de la oposición. No es tan difícil, 23 es más que 7.

Una fuerza política desde sí. No requiere de interlocutores, ni de partidos, ni de medios de comunicación. El presidente llena todos los días desde la conferencia matutina un vacío que comenzó en 1996 cuando al clausurar la XVII Asamblea General del PRI, Ernesto Zedillo dijo: “Puedo afirmar con orgullo que la línea fue que no había línea”. Y es que desde Palacio Nacional da línea para que los políticos hagan campaña y mantengan a partir de él la oferta de justicia, pureza y honestidad.

Cada arista de la ejecución del presidente durante los recientes seis años tiene una marca de agua priista. Y utilicemos la palabra como una condición política y no como un denuesto. AMLO controla el presupuesto, controla al membrete del partido y controla al capital de las entidades para que las elecciones sean libres, democráticas y en sana competencia.

¿Los empresarios harán alianzas con los partidos opositores? Mucha necesidad no tienen. Por ejemplo, Grupo México duplicó su valor de mercado en lo que va del sexenio.

Dice el presidente que Carlos Salinas es “el padre de la desigualdad moderna”. Durante el sexenio salinista ocurrieron diversas reformas constitucionales que adecuaron el modelo político económico del país. Cabría preguntar, ¿cuál es o cuándo llegará la contrarreforma obradorista para revertir ese modelo político económico? Es decir, el obradorismo sigue ejecutando con los mismos resortes y diques salinistas. El modelo permanece y es que si funciona para los empresarios, ¿por qué no habría de funcionar para el pueblo representado en la figura de AMLO?

La intuición nos coloca con el pensamiento en 2024. Sobra decir que las elecciones se ganan con dinero y el presidente encontró la fórmula para ganar la mayoría de los comicios a los que la marca que acuñó y dirige se ha presentado. Lo hace desde donde su aprendizaje histórico y formación le dictan, desde una posición de dominio, fuerza, control y oficio político.

Cuando la oferta desde el bipartidismo es todo o nada, blanco o negro, gana quien controla el presupuesto. Un esquema así le alcanzó a todas las formas que adquirió el PRI para gobernar sin mayor sobresalto durante seis décadas y acaparar el entorno.

Ese entorno al que quisimos regresar en 2018 se llama priismo, y para rendir honor a la jerga de antaño, hay un “primer priista” en el país y trabaja bien. Tan bien que tiene casi garantizada la sucesión y cumplirá a cabalidad las tres condiciones identificadas por Daniel Cosío Villegas para ejercer el presidencialismo: su voto vale más que el de cualquiera, dirime conflictos entre sectores, y elige a su sucesor.

Consultor en El Instituto

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