El muro levantado en torno al Palacio Nacional en vísperas del Día Internacional de la Mujer es la culminación de una serie de expresiones y acciones oficiales tan desatinadas como lamentables, por no decir denostables, respecto al feminismo y la lucha por los derechos de la mujer y la igualdad y tolerancia entre y hacia todas y todos.

Desde los primeros pasos de las precursoras como mi paisana Elvia Carrillo Puerto o Hermila Galindo hasta las activaciones colectivas de hoy, los esfuerzos de las mujeres en México por el respeto a nuestros derechos han sido siempre a contracorriente del poder en turno, desafiando inercias patriarcales y, hasta hace un par de décadas, la indolencia de una parte de la sociedad.

Las mexicanas hemos demostrado determinación al romper esquemas y equilibrar la balanza en la distribución de roles sociales. Escenarios impensables en el país de nuestras y nuestros abuelos hoy son cotidianos en las profesionistas, empresarias, tomadoras de decisiones, en las líderes que compiten en áreas antaño destinadas exclusivamente a los varones.

Mecánicas, médicas, ingenieras, alcaldesas, gobernadoras, capitanas de empresa, ministras, juezas, operadoras de autobuses, veterinarias, bomberas…no hay oficio o profesión que una mujer no pueda realizar, sin soslayar a las amas de casa, enfermeras, maestras, trabajadoras del hogar, madres…

El conjunto social mexicano es impensable sin la participación activa de la mujer, como que representamos el 51.2% de la población, según las cifras del Censo 2020 del INEGI.

Sin embargo, esta relevancia contrasta con el trato que la propia sociedad, aún dominada por una visión evidentemente parcial hacia los varones, impide el avance de los equilibrios sobre todo en comunidades rurales, en el ámbito laboral básico, y en la política de partidos.

Sobre todo, es alarmante la tendencia al alza de las conductas violentas contra la mujer, en un patrón de intolerancia y menosprecio de género al que debemos combatir desde todos los frentes.

No es posible seguir avanzando en el equilibrio social cuando según la ONU todos los días más de 10 mujeres son asesinadas, víctimas de feminicidio, y seis de cada 10 hemos sufrido algún tipo de violencia.

Ante esta circunstancia es urgente, prioritario, atender la seguridad de las mexicanas. Todas sin excepción hacemos nuestras actividades cotidianas bajo riesgo de ser víctimas, a menudo en el propio hogar.

Por eso el muro que rodea el Palacio Nacional previo al 8M tiene una fuerte carga misógina.

Representa al gobierno federal encerrado en sí mismo en el símbolo del poder central, ajeno y apertrechado frente a las mujeres mexicanas que no se manifiestan por un pensamiento abstracto: estallan de ira por las mamás, hijas, hermanas, primas, cuñadas, amigas, y tantas que ya no están para hablarnos, porque la vida les fue arrebatada por la violencia.

La apertura mostrada incluso frente a criminales que son liberados por instrucción presidencial o recibidos en elegantes salones por la autoridad de seguridad “como a cualquier otro ciudadano” es insultante frente a la actitud de rechazo y recelo que muestra el régimen hacia las mujeres.

Deben entender este y todos los gobiernos que la lucha feminista no es una moda ni un fenómeno importado, y sus conquistas no son concesiones graciosas: exigimos lo que nos pertenece, el respeto y seguridad que la Constitución y las leyes establecen.

Frente a un muro de cerrazón y misoginia que agrede, ofende y reta, las mujeres hemos de redoblar esfuerzos y luchas. Nada nos detendrá.

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