Han sido estos últimos días un constante recordar que en México estamos demasiado lejos de una normalidad democrática, y con demasiada frecuencia los monstruos de la barbarie acechan a una sociedad cada vez más a merced de la política del clientelismo y de quienes quieren hacer de la pobreza un éxito porque pone a la gente a merced de cualquier discurso.
El partido oficial y sus corifeos de hoy, así como la vieja tríada opositora, juegan un juego que ha torcido los tiempos electorales y se ha servido de clientelismos y presumible uso de recursos públicos en la sucesión adelantada que el propio gobierno ha insistido en alentar. Los tiempos y formas legales han pasado a un segundo y tercer término.
Muy aparte de las cosas políticas electorales, el regreso a clases sigue siendo esa icónica temporada que muchas y muchos recordamos con cariño y que muchas y muchos vivimos ahora con la alegría y la emoción de guiar a nuestros hijos por el camino que nuestros padres nos enseñaron.
Pero ahora, ese regreso a clases se ve empañado por una discordia surgida del manejo faccioso de la educación pública, que debiera ser el acontecimiento con más consenso de la vida democrática nacional. Nadie es el dueño absoluto porque la educación debe tener un carácter democrático, nacional.
Hay quienes no lo entienden así, e insisten en arrastrar a las infancias y juventudes por caminos de dogma y enseñanzas sesgadas según la conveniencia política.
Cuidado. La educación pública es uno de los productos mejor logrados de la lucha del pueblo mexicano. Ha sorteado muchos escollos, y ha salido airosa, con una pléyade de personas ilustres que hoy son sinónimo de sabiduría y de gratitud, desde quien ideó los libros de texto gratuitos, hasta las maestras y los maestros que cada día ofrecen su saber y destreza en las aulas.
La educación pública es un tesoro de la patria.
Hemos visto desfilar en los últimos días, en el escenario gubernamental, todo tipo de justificaciones ideológicas a los errores e intenciones dogmáticas descubiertos en la generación de los libros de texto gratuitos.
Asociaciones de padres de familia han dado seguimiento a una lucha jurídica en este asunto que tendría que haber tenido mejor destino y mayor atención por parte de la comunidad mexicana, no dejarlo en un “agarrón” mediático al cuarto para la hora de repartir los libros a millones de alumnas y alumnos.
Lo que se requiere en primerísima instancia es responsabilidad y acción por parte de todas las personas que tienen que ver en el acto de educar. Del gobierno, claro, en cada uno de sus niveles, pero también de padres y madres de familia, de educadoras y educadores, de alumnas y alumnos. De la justicia.
La niñez mexicana es el tesoro más preciado de la patria. Cuidémosla en su etapa de formación para tener adultos bien educados en principios universales y democráticos, sin dogmas ni rencores, con total disposición a hacer de nuestra patria la nación que todas y todos queremos.