Con el surgimiento de la variante Delta del coronavirus Covid-19, las autoridades sanitarias internacionales advirtieron de su peligrosidad, porque es altamente transmisible, mucho más que las anteriores cepas del virus que tiene en jaque al mundo entero.
Identificada por vez primera en India, la variante Delta es más contagiosa que el virus del resfriado común y que el de la influenza, pero su letalidad es la más grande registrada hasta el momento, de ahí que tenga en alerta a todos los países.
En México, los casos claramente relacionados con este tipo de Covid-19 constituyen el 90% del registro oficial, que ha alcanzado cifras casi iguales al pico de la pandemia, en enero, cuando se registraron más de 22 mil contagios en un solo día.
Es en esta etapa cuando los responsables de la salud pública, coordinados por el gobierno federal, deben enviar mensajes responsables y claros a la población: estamos en medio de un crecimiento alarmante de la pandemia y hay que extremar precauciones, definir acciones de respaldo a la ciudadanía, y hacer conciencia como sociedad.
El todo social depende de la responsabilidad de cada persona, y la salud de todos por lo tanto depende de las buenas prácticas que cada una, cada uno lleve a cabo en su entorno familiar, de trabajo, en cada comunidad.
Ninguna precaución está de más, ni es de tomarse a la ligera. Cada decisión que los responsables de la salud pública tomen, ha de ser pensada en el contexto de un virus que se ha vuelto más resistente y más agresivo, además de más transmisible.
Debemos reconocer el esfuerzo de vacunación realizado, pero también hay que demandar una mayor claridad en el manejo de reactivos porque hasta ahora no hay una explicación convincente sobre la relación entre las dosis reportadas como adquiridas y las aplicadas.
A estas alturas de la pandemia, ningún país puede darse el lujo de tener vacunas en reserva, si su población no ha recibido el esquema completo. Tampoco se vale argumentar economías y ahorros cuando lo que debe ocurrir es un proceso de adquisiciones transparente y ágil, que dé certeza a la población sobre sus expectativas de recibir cada quien sus dosis en tiempo y forma.
También es necesario el acompañamiento del Estado en la recuperación económica, con gradualidad y estricto apego a normas sanitarias. Sobre todo, el gobierno federal ha de replantear su manejo de la economía porque empresas y ciudadanía ya han sido demasiado castigados sin recibir el respaldo adecuado.
En medio de este conjunto de preocupantes situaciones, el inicio del ciclo escolar ha de transitar por una consideración muy sensible sobre las condiciones de las escuelas. El sistema público requiere de una importante inversión para reactivar una infraestructura escolar que ha estado cerrada y desatendida durante un ciclo completo.
Es cierto que nuestra niñez ha sufrido y sufre las consecuencias del encierro, de la falta de convivencia, como también es cierto que ha sido sobrehumano el esfuerzo de padres y madres de familia al adoptar doble y triple rol como proveedores, maestros y familia.
Sin embargo, la decisión de volver a clases presenciales en medio de una escalada de contagios y con el recrudecimiento de la variante Delta debe ser precedida de una planeación meticulosa, pues pudiera representar mayor riesgo para nuestras niñas y nuestros niños. Ellas y ellos también se enferman.
Debemos estar en guardia permanente ante el virus que se ha llevado tanto de nosotros y a tantas y tantos. A pesar de los discursos de ligereza oficial.