Las imágenes de poblaciones de Guerrero azotadas por el huracán Otis son un recordatorio de que la fuerza de la naturaleza rebasa expectativas y lo mejor que podemos hacer siempre es prevenir, prepararnos nunca está de más, sobre todo en regiones donde este tipo de fenómenos son recurrentes.
A menudo, las afectaciones por hechos de la naturaleza son predecibles y prevenibles. En nuestro país, con tantas experiencias traumáticas por los efectos de fenómenos naturales, poco a poco pero de manera firme se fueron formando instrumentos y estrategias para hacerles frente, sobre todo para que la ciudadanía esté preparada.
En mi natal Yucatán siempre vivimos a la expectativa y con previsiones frente a fenómenos como el calor intenso, las lluvias torrenciales y de manera especial los huracanes. Por experiencia sabemos que hay que estar en constante preparación y tener siempre las previsiones suficientes, es algo que aprendemos desde la infancia y que sucesivas autoridades recuerdan, sin importar filiación ni origen.
Como gobernadora me correspondió enfrentar desde la administración pública fenómenos meteorológicos: alertar a la población, preparar las instalaciones y equipamiento de gobierno y atender las eventualidades y emergencias.
Si algo aprendí es que la naturaleza es tan poderosa que lo mejor que podemos hacer es prepararnos y ser disciplinados. Ninguna prevención está de más.
Por eso me han llamado la atención dos aspectos del azote de Otis al territorio nacional, en una región tan estratégica como la costa guerrerense, en particular el puerto de Acapulco: En primer lugar la tibieza del alertamiento, incluso cuando la trayectoria e intensidad fue cambiando con relativa rapidez, hubo tiempo de prevenir, pues al menos durante un par de días instancias especializadas alertaron del rumbo y llegada del fenómeno. No cabe decir que tomó a alguien desprevenido, mucho menos a los gobiernos.
También está la reacción del presidente López Obrador. Ver al titular del Ejecutivo Federal, que tiene a su disposición todos los recursos humanos, técnicos, de comunicación, transportes e infraestructura del Estado Mexicano, intentando llegar a Acapulco en camioneta, en vehículo militar, en camioncito, incluso a pie, pareció más un impulso mediático que una intención de responder efectivamente.
Como mensaje puede entenderse un poco, aunque no justificarse, porque lo cierto es que incomunicó al primer mandatario de la nación justo cuando las tareas de atención a la ciudadanía demandaban de su atención y coordinación, de la toma de decisiones.
El ejército, institución a la que el Presidente recurre con frecuencia, cuenta con los recursos y las formas de llegar a la zona, por eso no nos explicamos del todo el afán del mandatario de llegar como si fuera una persona común. No es una persona común, eso está claro, al menos para quienes sabemos que tiene a su disposición todos los recursos del Estado Mexicano.
La intensidad del fenómeno fue de tal magnitud que aún hace falta mucho para tener un diagnóstico confiable de su impacto y afectaciones. Es urgente que las autoridades se den prisa, porque se trata de miles de vidas humanas en juego, y por experiencia sabemos que lo más difícil para la gente es el paso del huracán y la vida inmediata en la precariedad después de dicho paso.
Abasto, atención de salud, cuidado a las infancias y personas adultas mayores y con discapacidad, los insumos básicos para la vida cotidiana, se vuelven difíciles tras el paso de un huracán, y demanda de la coordinación, capacidad y prontitud de todas las instancias de gobierno, así como de la solidaridad de la ciudadanía, que con demasiada frecuencia rebasa la capacidad del propio gobierno.
Deseamos que todo funcione lo mejor posible para la población afectada, tanto en la zona turística como en las regiones populares que hasta ahora no han tenido la misma visibilidad.