Con el propósito de salvaguardar la soberanía del Estado Mexicano y la paz nacional, en 1913 se publicó el Decreto de creación del Ejército Mexicano, conformado por las fuerzas militares terrestres y aéreas. A más de 110 años de instituido cabe preguntarnos: Hoy, gobierno y sociedad ¿le brindamos el mismo respeto? ¿Estamos de acuerdo con las labores que le han sido asignadas en este gobierno? ¿Nos sentimos protegidos por tropa, oficiales, jefes y generales?
En mi opinión, durante once décadas nos hemos enorgullecido del Ejército Mexicano, al grado que en 1950 se decretó el 19 de febrero para conmemorar el día de su creación. Si bien en el último siglo no ha sido requerida su intervención para salvaguardar el territorio nacional de algún país intervencionista, en momentos de tragedia su apoyo a través del Plan DN-IIIE le ha valido reconocimiento y gratitud de la población. Y qué decir por su labor en la destrucción de plantíos de amapola, mariguana y coca, y por su efectivo resguardo de materiales electorales en tiempos de renovación de los poderes institucionales.
En el actual gobierno se denigra a la tropa al ordenárseles actividades que están fuera de su marco jurídico, pero más al prohibírsele el uso de la fuerza para combatir al crimen organizado e inclusive para repeler sus ataques. A medios y altos mandos, sin necesidad alguna, los exponen al desprestigio poniéndolos a cargo de la infraestructura y administración de proyectos “insignia” que manejan presupuestos millonarios y que han demostrado ser un rotundo fracaso; además que son estos mandos los encargados de trasmitir las órdenes de actuar con pasividad ante las organizaciones criminales. Sin duda, esto impacta negativamente en la percepción social y en su respeto hacia el Instituto Armado.
Y por si fuese poco, a esas “nuevas tareas” se agregan otras que son competencia del orden civil y que no sólo ponen en entredicho a la institución, sino que llegan a atemorizar a los habitantes porque la formación militar no está sustentada en el trato cotidiano con la población. Así, está su presencia en aeropuertos, puertos, aduanas, eventos deportivos, hospitales en tiempos de emergencia sanitaria, fronteras sur y norte, programas sociales (Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro), etc. Esto no es culpa ni de la tropa ni de los medios y altos mandos. Es responsabilidad, o más bien irresponsabilidad, de quien desde Palacio gira las órdenes.
Como ciudadana y como diputada tengo respeto por el general secretario de la Defensa, Cresencio Sandoval; sin embargo, no puedo dejar de reconocer que millones vemos con zozobra y frustración el papel que el Instituto Armado ha venido desarrollando los últimos cinco años, y que nos resulta lastimoso que más de 265 mil efectivos adviertan que sus ilusiones y afanes invertidos en su formación militar no estén contribuyendo como debieran a la paz y tranquilidad de los mexicanos.
Te invito lector a que reflexiones este tema. Y si consideras que lo aquí expuesto es útil, tómalo para enriquecer tu razonamiento y llegues a tus propias conclusiones.
Procuraré en el próximo artículo profundizar en esta situación tan importante para el país.