En la era digital se diluye la meritocracia, el liderazgo real cede su poder a la competitividad exacerbada e individualismo, la inteligencia emocional flaquea, abrazamos el populismo y la estridencia en el mundo incomprensivo y lejano en el que habitamos.

Asumir que sólo los mejores acceden a puestos de liderazgo es un mito ahora. La meritocracia pura y real no existe. En la medida que olvidamos la participación social y poder cocreador de nuestra realidad, impera la utopía del mejor como líder.

¿Quiénes llegan a posiciones de liderazgo a través de la nominación, selección o elección? En sociedades altamente individualistas como la nuestra, con una gran necesidad de “magia”, son los demasiado confiados, narcisistas e incompetentes cuando se trata de roles de verdadero liderazgo.

Inteligencia emocional, autoconciencia, autocontrol, integridad, humildad o habilidades sociales son desdeñadas. Su lugar lo toma el populismo capaz de interpretar y reformular nuestros anhelos y miedos para generar narrativas convincentes. En ellas subyace siempre la promesa de “lo haré todo por ti”

En las organizaciones se catapulta la seguridad y extroversión. La gran discrepancia entre el éxito profesional personal, por un lado, y el valor agregado a la organización, por el otro, se ensancha. Hoy nos parecen más convincentes los individualistas con una aparente gran seguridad respecto a los profesionistas silentes pero comprometidos a elevar la calidad del liderazgo.

En un mundo plagado de apariencias, somos más proclives a manifestar nuestro apego a la diversidad que a ejercer gestiones y políticas que privilegien la capacidad y el talento. Elegimos un manifiesto de equidad de género a una actividad que premie la meritocracia.

Esto mientras la Inteligencia Artificial cada vez minimiza más a quienes saben en los puestos de liderazgo. La razón es simple: antes se trataba de tener las respuestas a muchas preguntas. Ahora el conocimiento se centra en hacer las preguntas correctas.

Mientras esto ocurre, el sector privado y gubernamental busca capacidad para inspirar, motivar, conectar con los demás a nivel emocional y comprender a las personas. Pero en las organizaciones el típico gerente o líder con un alto EQ, probablemente resulta bastante “aburrido”, insípido y predecible según los nuevos y cautivadores estándares de quien nos representa.

En su mayoría, el líder comprometido con la organización es quien toma decisiones racionales, no busca ser el centro de atención, es poco glamorosos, escucha a los demás y pone al equipo en primer lugar.

Sin embargo, hoy se elige al grandilocuente y excitable con un EQ bajo. Emocionalmente es muy atractivo, pero también genera mucho estrés. Y no pocas pérdidas de ventas, seguridad en el ambiente laboral y reputación.

Hoy tratamos de invisibilizar problemas e incertidumbre con “entretenimiento” y simplicidad. Empero, ciertos elementos de la inteligencia emocional disminuyen a medida que aumenta el narcisismo. Y la banalidad.

La inteligencia emocional está en declive. Entonces aparece una búsqueda desesperada de validación y aprobación por los demás. También aumenta la depresión y desencanto… Es momento de comenzar a crear el porvenir que deseamos y alejarnos de los magos con pies de barro.

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