No ganó Donald Trump. La presidencia de Estados Unidos la obtuvieron los grupos de presión a través de la industria del cabildeo.
El cabildeo político en Estados Unidos data de la década de 1970 e incluye sectores tan disímiles como la academia y los medios de comunicación. Existen 13 mil cabilderos registrados en Estados Unidos, pero la mayoría de estos negociadores profesionales opera de manera “invisible”.
Asuntos públicos, bases, encuestas, análisis de datos y otras tácticas que están “fuera” de la definición técnica de cabildeo, no se revela al público. Desde 2011 en Estados Unidos, el lobbying comenzó a planearse como una campaña política.
Más aún: las empresas asumen que para tener éxito en el mercado, deben operar en Washington, el corazón de las ganancias y crecimiento empresarial. Ahí se gesta la gran industria de los fake news.
Existen historias de horror al respecto, como la protagonizada por Evan Morris, el cabildero de Roche Pharmaceuticals, la compañía farmacéutica suiza. Él promovió los temores sobre la gripe aviar y el mítico pronóstico de que mataría a miles o millones de personas a través de blogueros que extendieron el funesto mensaje.
Se logró crear una reserva de 2, 000 millones de dólares en remedios para la falsa pandemia de gripe aviar. Roche, que financió toda la campaña, extrañamente fue la única con un remedio para esta enfermedad: Tamiflu.
Ah, pero no todo se limita a la comercialización de noticias falsas. La academia también juega un rol estelar en la promoción de distintas causas.
Por ejemplo, a Joshua Wright, profesor de derecho en la Universidad George Mason, los miembros del Congreso y la gente de la Comisión Federal de Comercio valoraron su opinión. Pensaban que aportaba un buen punto de vista a las luchas contra la política antimonopolio.
Sin embargo, las empresas tecnológicas le pagaron para que apoyara esos puestos. Ganaba 400,000 dólares al año en la Universidad George Mason y dos millones de dólares con empresas tecnológicas. Así, en realidad era más un defensor de la tecnología que un profesor de derecho, pero utilizó sus credenciales como profesor de derecho para abogar por sus clientes corporativos.
Es común financiar investigaciones que amplifican determinados puntos de vista. Es una parte sustancial del cabildeo.
Existe la Ley de Divulgación de Cabildeo que dice que un cabildero debe revelar tus actividades. Y registrarse como tal.
El problema es que, para ser considerado legalmente un cabildero, se debe dedicar el 20 por ciento de su tiempo o más a hablar con los miembros del Congreso, su personal o funcionarios de la agencia para influir en la política pública. Entonces niegan ese porcentaje, evitan la mala fama y se invisibilizan.
Además, muchas campañas de cabildeo exitosas no se tratan de hablar con un miembro del Congreso y tratar de que le haga un favor o agregue alguna disposición engañosa a la ley, sino hablan con los electores, grupos empresariales y organizaciones cívicas para que apoyen un tema de interés para la empresa.
Volvemos a la política: Los partidos políticos, que deberían ser la fuerza dominante en las elecciones, están limitados en la cantidad de dinero que pueden recaudar de los corporativos, sindicatos o individuos. Pero los multimillonarios no están limitados en la cantidad de dinero que pueden dar a lo que se llama súper PAC, o grupos de campaña externos que realizan campañas en la sombra en nombre de los candidatos.
Un grupo en la sombra puede salir y gastar millones de dólares para elegir a los candidatos que quieran. Eso ocurrió con Trump. Ahora se espera una importante reconfiguración de la industria del cabildeo.
Durante su primer periodo presidencial, Trump no solo no logró terminar con la cultura privilegiada de cabildeo y búsqueda de favores de Washington. La reinventó, y convirtió sus hoteles y complejos turísticos en nuevas trastiendas del gobierno, donde los asuntos públicos y privados se mezclan y los intereses especiales dominan.