La creación y desarrollo de sistemas de combate es una característica compartida por diversos pueblos alrededor de mundo. En el caso de México, los guerreros mexicas eran conocidos por su ferocidad, aunque lamentablemente no se cuenta con información sobre las técnicas de combate que utilizaban; mientras que en oriente brillaron con luz propia los guerreros samurái.
Diestros en el combate con y sin armas, los samuráis ocuparon los puestos más altos de la sociedad japonesa durante siglos (solo debajo de la familia imperial y los funcionarios de la corte, según apunta Ruth Benedict en El crisantemo y la espada), pero desaparecieron durante la Restauración Meiji (que comenzó en 1868). Paradójicamente, y aunque se terminó con esta casta guerrera, su filosofía fue considerada representativa del espíritu nipón, resaltada y difundida por el mundo en libros como Bushido. El Código del Samurái, de Nitobe Inazo.
Otra creación de los samuráis que sobrevivió a la extinción de estos guerreros y trascendió las fronteras japonesas fue el jujutsu (o jiu-jitsu), nombre bajo el que se agrupaban sus sistemas de lucha sin armas o a mano vacía. El doctor Kano Jigoro nació en 1860 y desde pequeño comenzó a entrenar jiu-jitsu para enfrentar el bullying que padecía; con el paso del tiempo, Kano se convirtió en un maestro reconocido y siendo muy joven fundó la escuela Kodokan (1882), nombrando judo a su sistema.
En el judo, cuyo nombre está formado por las palabras ju (que se interpreta como ceder, flexible o blando) y do (que hace referencia a un camino o forma de vida), Kano incorporó un buen número de técnicas de jiu-jitsu junto a innovaciones como el uso de uniformes y la implementación de exámenes, un sistema de grados y protocolos para su práctica. Años después, el maestro Funakoshi Gichin se basó en el sistema que rodeaba al judo para estructurar el moderno karate do y, aunque a muchos no les guste aceptarlo, posteriormente el karate japonés fue la base a partir de la cual se desarrolló el tae kwon do coreano.
Las artes marciales orientales llegaron a México en la primera década del siglo XX (aunque los diarios hablaron de ellas desde el XIX) y lo publicado por la prensa indica que primero se practicó jiu-jitsu y poco después judo. Así, en torno a estas disciplinas se creó una imagen de los practicantes de artes marciales como grandes combatientes que podían vencer a rivales más grandes, fuertes y pesados; además de que se estereotipó su apariencia como personajes que entrenaban descalzos y vestían trajes blancos con cintas de colores enredadas en el torso.
A partir de 1959, el karate do se valió de este imaginario para ser rápidamente aceptado por el público mexicano y, años después, el tae kwon do y el tang soo do (ambos sistemas coreanos) se promocionaron públicamente como “karate coreano” para relacionarse con las artes marciales japonesas y aprovechar la imagen y popularidad con que contaban en nuestro país. Algo que también sucedió en Estados Unidos. ¿Cuándo abandonó el tae kwon do el sobrenombre de “karate coreano”? En México lo hizo algunos años después de comenzada la década de 1970, cuando alcanzó una gran popularidad… aunque hubo escuelas que lo utilizaron hasta la década de 1980.
Desde la década de 1970, la organización Moo Dok Kwan del maestro Moon Dai Won se consolidó como la escuela más grande de tae kwon do en México; aunque justo es decir que no fue la única, ya que en la ciudad de México se desarrolló también la escuela Ji Do Kwan, encabezada por el maestro Agustín Guerra, alumno del maestro An Dae Sup. Además, maestros como Sergio Chávez y Francisco Meléndez dieron forma a importantes organizaciones que trabajaron para difundir el tae kwon do en nuestro país.
Así, 55 años después de la llegada a México de las artes marciales coreanas, el tae kwon do se ha consolidado no solo como una importante disciplina deportiva, sino como el arte marcial más practicado en el país. Y si bien las instituciones antes mencionadas se mantienen vigentes, han surgido nuevas escuelas que no solo ayudan a popularizar este sistema, sino que le dan diversidad y riqueza a su práctica.
Es por ello que me da mucho gusto que el maestro Yuri Lópezgallo se haya decidido a formar su propia organización. No solo me da gusto porque es mi hermano (lazo que no puedo ni pretendo ocultar), sino porque puedo afirmar sin temor a equivocarme que es uno de los mayores estudiosos que hay en México del tae kwon do, tema que le apasiona y le ha llevado no solo a enseñarlo, sino a investigar su historia y sus fundamentos marciales y técnicos. Conocimientos que le han permitido escribir cuatro libros y dar seminarios y conferencias nacionales e internacionales. Además, ha incursionado en el estudio de otras disciplinas (como el karate do) y es un hombre congruente y comprometido.
Estoy seguro de que en la integración y marcha de la International Moo Do Won no solo se tomará en cuenta la filosofía de las artes marciales orientales modernas, basada en el respeto y el honor, sino que se promoverán el desarrollo profesional, académico, marcial, y personal de cada uno de sus integrantes. Velando al mismo tiempo por cumplir con la principal tarea que hoy tienen el tae kwon do y las disciplinas de su tipo: formar buenos ciudadanos. Algo que, sin duda, nuestro país necesita y agradecerá.
Muchas felicidades y larga vida a la International Moo Do Won.