El pasado 26 de noviembre 19 se cumplieron 101 años de la muerte de Felipe Ángeles, uno de los militares más preparados que intervinieron en la Revolución Mexicana. Fue leal hasta el final al presidente Madero y no solo contribuyó a los triunfos de la División del Norte, sino que se convirtió en una especie de conciencia para Francisco Villa, quien sintió por él respeto y admiración. Las siguientes líneas son parte de un capítulo de El que no espera vencer, ya está vencido. Personajes y hechos que nos dieron patria, obra de próxima aparición. Agradezco a Ediciones LoGo por permitirme utlizarlo.
Felipe Ángeles
Portada de El que no espera vencer, ya está vencido. Personajes y hechos que nos dieron patria
Era delgado y de buena estatura, más que moreno, con la palidez que distingue al mejor tipo de mexicano, de rasgos delicados y con los ojos más nobles que haya visto en un hombre. Se describía a sí mismo, medio en broma, como un indio, pero sin duda tenía el aspecto que los mexicanos llaman de "indio triste". Otros grandes atractivos se encontraban en el encanto de su voz y sus modales.
Desde que me lo presentaron percibí en él un par de cualidades que había echado de menos en sus antecesores: la compasión y la voluntad de comprender. Me agradó, incluso antes de que escuchara entre sus jóvenes oficiales que no toleraba en sus soldados crueldad ni injusticia alguna.
Felipe Ángeles, ca. 1917, Archivo Casasola, Inv. 287586, Fototeca Nacional, INAH.
Así describió al general Felipe Ángeles la inglesa Rosa King, quien lo conoció en Cuernavaca y se volvió buena amiga suya y de su esposa, Clara Kraus. Había heredado de su padre no solo el nombre, sino un ejemplo de vida: peleó contra el imperio, fue herido, llegó a coronel y tras la guerra trabajó como jefe político en varios pueblos de Hidalgo. Y cuando el gobierno quiso cubrirle los sueldos que le adeudaba, exclamó tajante:
—No serví a la nación por la paga, sino por el deber.
Rechazó también la pensión que intentó darle el Estado de Hidalgo. Sí, no hay duda de que el coronel Ángeles era un hombre de convicciones. Y también un padre duro que educaba con hechos más que palabras, ya que cuando el futuro general tenía doce o trece años se aficionó a las peleas de gallos y las apuestas.
Sabido esto en Molango por el padre de Felipe, lo llamó al hogar paterno y como allí continuara cuidando algunos gallos escogidos de pelea, su padre tomó la determinación de sacrificar al gallo preferido, el cual fue servido en la comida ante la mirada de sorpresa y pesadumbre del joven, que así quedó curado de aquella afición.
Poco después de comerse a su gallo, el joven Felipe entró al Colegio Militar, donde obtuvo muy buenas calificaciones e incluso sustituyó en algunas clases al maestro de mecánica analítica, siendo aún estudiante. Y tras graduarse fue profesor de esta materia, matemáticas, y balística en la misma institución, escribió varios artículos y también dio clases en la Escuela Militar de Aspirantes.
En 1901 y 1904 visitó Europa y Estados Unidos para supervisar la compra de material bélico. Era capitán y arruinó los negocios turbios de algunos altos mandos del ejército federal.[1] Cuatro años después, ya como coronel, fue enviado a cursar estudios de perfeccionamiento en las escuelas de Aplicación de Fontainebleau y de Tiro de Mailly en París, Francia. Viaje que algunos historiadores consideran el destierro encubierto de un oficial incómodo.
En Europa lo sorprendió la Revolución. Regresó a México en 1912 y el presidente Madero lo nombró director del Colegio Militar, encomendándole posteriormente la campaña contra los rebeldes surianos; misma que dirigió sin el salvajismo empleado por sus predecesores, lo que le ganó el respeto del caudillo suriano Emiliano Zapata.
En febrero de 1913, tras estallar la decena trágica, Madero en persona fue a buscarlo a Cuernavaca, acción que no agradó a Victoriano Huerta, quien se preguntó:
—¿Qué le habrá visto el señor presidente a este Napoleoncito para haberlo traído tan súbitamente?
Lealtad, podría ser la respuesta, ya que Ángeles fue el último general del Ejército Federal que permaneció fiel a Madero e incluso fue encerrado junto a él y al vicepresidente José María Pino Suárez en Palacio Nacional. Con ellos estaba cuando el embajador Manuel Márquez Sterling los visitó para hablar de su destierro al Caribe. De acuerdo con el diplomático:
[Ángeles] acababa de cambiarse la ropa de campaña por el traje de paisano. Y era el único de todos los presentes que no fiaba de la esperanza ilusoria del viaje a Cuba. Una hora después me decía, con su lenguaje militar; ante la sospecha de un horrible desenlace:
—A don Pancho lo truenan.
Así sucedió. La noche del 22 de febrero una escolta fue por Madero y Pino Suárez, indicándoles que serían traslados a Lecumberri; aunque el presidente sabía lo que en verdad le esperaba.
—Adiós, mi general, nunca volveré a verlo —se despidió.
Al otro día se dijo que murieron al intentar escapar y poco después Ángeles fue desterrado a Europa, de donde volvió para integrarse al movimiento encabezado por Venustiano Carraza; pero diferencias con el círculo del primer jefe lo hicieron unirse a Francisco Villa, siendo su aporte fundamental para los triunfos de la División del Norte.
En 1915, tras las derrotas villistas en el Bajío, Ángeles se exilió en Estados Unidos, pero en 1918 volvió a México para reunirse con su antiguo jefe. Y aunque todos creían que había vuelto para pelear a su lado, buscaba que las distintas facciones alcanzaran un acuerdo para terminar la lucha.
—Vengo en misión de paz y amor —le expuso.
Pero Villa no quería saber nada de Carranza, así que no llegaron a un acuerdo y al final se separaron.
—¡No se corte de mi lado, general, porque lo van a colgar! —trató de persuadirlo el Centauro del Norte al despedirse.
Villa Y Ángeles charlan ante la mirada atenta de un pequeño vendedor. Foto: Internet
Poco después Ángeles cayó prisionero y fue llevado a Chihuahua, donde lo juzgó un Consejo de Guerra, frente al que declaró, consciente del destino que le esperaba:
—Mi muerte hará más bien a la causa democrática que todas las gestiones de mi vida. La sangre de los mártires fecundiza las buenas causas.
Y tras ser condenado a la pena capital, escribió:
Adorada Clarita: Estoy acostado descansando dulcemente […] Mi espíritu se encuentra en sí mismo y pienso con afecto intensísimo en ti. Tengo la más firme esperanza de que mis hijos serán amantísimos para ti y para su patria. Diles que los últimos instantes de mi vida los dedicaré al recuerdo de ustedes y les enviaré un ardientísimo beso.
Su esposa jamás leyó esta carta. Murió 12 días después que el general Felipe de Jesús Ángeles Ramírez, quien fue fusilado en Chihuahua la mañana del 26 de noviembre de 1919. Lamentable final para quien siempre buscó evitar el sufrimiento de los civiles y se opuso a matar prisioneros.
La respuesta de Villa a la ejecución fue rápida y sangrienta. Dos días después de la muerte de Ángeles, sus tropas cayeron sobre la guarnición carrancista de Santa Rosalía y mataron hasta el último de sus defensores.
Como dijo Adolfo Gilly: “esta vez no estaba allí Ángeles para impedirlo”.