Es muy conocido que el 5 de febrero de 1917 se promulgó la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, ley más importante de nuestro país —código fundamental o ley suprema le dicen algunos—. Sin embargo, poco se sabe que el día que fue publicada la Carta Magna de 1917 es el mismo que, seis décadas atrás, vio la luz la Constitución de 1857, código que de acuerdo con Will Fowler provocó “la peor guerra intestina que sufrió México entre la consumación de la Independencia en 1821 y el inicio de la Revolución en 1910”: la Guerra de Reforma.

Y es que, pese a que en sus primeros párrafos especificaba que fue decretada “en el nombre de Dios y con la autoridad de pueblo mexicano”, la Constitución de 1857 fue rechazada inmediatamente por la iglesia, parte importante del ejército y el partido conservador. Aunque la oposición no impidió que entrara en vigor el 16 de septiembre y que el 18 de noviembre se celebraran elecciones en las que Ignacio Comonfort fue electo presidente de la República y Benito Juárez presidente de la Suprema Corte de Justicia.

Unos meses antes, el día que la nueva Carta Magna fue proclamada, 5 de febrero de 1857, la Cámara de Diputados abrió sus puertas a las 12:00 de la mañana y una agitada multitud se acomodó a su interior. Ahí estaban el periodista y diputado Francisco Zarco —quien documentó de forma magnífica las sesiones del congreso constituyente—, Melchor Ocampo, León Guzmán y Guillermo Prieto. Este último escribió después que:

“Repentinamente y sin preparación, en medio del general bullicio, se abrió la puertecilla de la izquierda del dosel y apareció, destacándose como una visión, el señor don Valentín Gómez Farías, Presidente de la Cámara, entre sus hijos Fermín y Benito. Aquella aparición produjo un efecto extraordinario; medio siglo de sacrificios y de gloria resucitaron en aquel anciano para dar testimonio del triunfo del pueblo. Los diputados se pusieron en pie, las galerías estallaron en aplausos; el anciano que acababa de abandonar el lecho del dolor, pasó como una sombra, suspendido en los brazos de sus hijos y se colocó en el dosel. Se abrió la sesión, leyóse el acta y presentóse la Constitución y las copias […] se preguntó si se aprobaban las minutas y aprobadas se procedió a firmar. León Guzmán ocupó la silla presidencial, que tanto supo honrar cuando el golpe de Estado, y el señor Farías, con trabajoso paso, por el peso de sus 76 años y el peso de sus enfermedades, firmó con mano incierta, y viendo a los que estábamos a su lado, dijo radiante de satisfacción: ‘ESTE ES MI TESTAMENTO’. Corrió un estremecimiento en toda la asamblea. Al terminar los discursos, las salvas de artillería, los repiques a vuelo de las campanas y las músicas militares, anunciaron al mundo que la patria de Hidalgo poseía el Código más liberal de la Tierra”.

Ese hombre de 76 años, sumamente anciano si consideramos la esperanza de vida en el siglo XIX, se tituló como médico cuando México aún no existía y poco a poco tomó importancia en la política, hasta que en 1833 fue electo vicepresidente de la en ese momento joven república. Pero como el presidente Antonio López de Santa Anna se negó a tomar su cargo con el argumento de encontrarse indispuesto, Gómez Farías ocupó la presidencia y, con el apoyo del Dr. José María Luis Mora, dio forma a una importante reforma liberal que tenía entre sus puntos principales la libertad de cultos, la separación Iglesia-Estado, la disminución del número de conventos, la destrucción del monopolio educativo de la iglesia y la abolición de los privilegios del clero y el ejército. Medidas que provocaron el rechazo de los afectados —con rebeliones incluidas—, por lo que Santa Anna tomó la presidencia y expulsó del gobierno a “Gómez Furias”, mote dado por los conservadores a don Valentín.

La de Gómez Farías en la década de 1830 es considerada por muchos la primera reforma que hubo en México el siglo antepasado; la segunda llegó tras el triunfo del Plan de Ayutla, con las leyes Lafragua, Lerdo, Juárez, e Iglesias; y la tercera fue impulsada por el gobierno liberal de Juárez en 1859. Empero, don Valentín Gómez Farías no vio esta última, ya que falleció en su casa de Mixcoac el 5 de julio de 1858, mientras el país se desangraba en la Guerra de Reforma. Tras la muerte de Gómez Farías, Hernando Castillo Guerra escribió que,

“Sus eternos enemigos ni siquiera muerto le tuvieron el respeto que toda persona fallecida se merece, sobre todo habiendo sido presidente de México en cinco ocasiones. El Clero mexicano confabulado con el espurio Presidente de la República por el partido conservador general Félix Zuloaga negaron la autorización para que fuera enterrado en algún cementerio de la localidad, lo que históricamente ha sido considerado como una de las más grandes bajezas de quienes se ostentan como titulares en la tierra de los valores cristianos, ejerciendo una venganza contra un hombre que ya no podía defenderse.  Ante tal situación, su familia resolvió inhumarlo en el patio de su casita en Mixcoac donde permanecieron sus restos, bajo el cuidado de su hija Ignacia siempre con el temor de que el odio clerical o conservador se atrevieran a profanar aquel ilustre cadáver”.

Se puede decir mucho más de Gómez Farías, como que en 1847 fue nuevamente presidente y el batallón de los polkos —entre los que estaba Guillermo Prieto— se rebeló contra él porque trató de obtener recursos para combatir a los estadounidenses utilizando los bienes de la iglesia, por lo que nuevamente fue echado del poder por Santa Anna… pero creo que vale la pena terminar comentando que en julio de 1933 sus restos fueron llevados a la entonces llamada Rotonda de los Hombres Ilustres de la ciudad de México y en 1968 el Congreso de la Unión declaró a “Gómez Furias” benemérito de la patria, por lo que su nombre fue inscrito en el Salón de Sesiones del Congreso de la Unión.

Una de las últimas fotografías de Valentín Gómez Farías
Una de las últimas fotografías de Valentín Gómez Farías
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