Chava Flores es uno de los cronistas más recordados del Siglo XX. Sus canciones, jocosas y llenas de doble sentido, retratan a la sociedad de un país que cambió a pasos agigantados y lo mismo nos preguntan a qué le tiramos cuando soñamos, que nos cuentan las peripecias de un gato viudo, los devenires de un velorio en el que se apostó al muerto jugando a las cartas o la triste historia de Herculano, quien se cambió el nombre para que no ser albureado al presentarse, como podemos ver en la siguiente canción
Sin embargo, don Chava escribió una canción que, pese a no ser tan festiva como casi todas sus composiciones, nos muestra el cariño que tuvo por un país del que solo nos queda el recuerdo. Se trata de "Mi México de ayer" y en estos días patrios vale la pena escucharla (y de paso gozar con las bellas imágenes que la acompañan), así que acá la tenemos.
Como podemos ver, es una canción llena de nostalgia. Sobre todo porque si la vida ha cambiado de los noventa para acá, que fue cuando se popularizaron los teléfonos móviles e Internet, imagínense lo que ha sucedido de mediados del siglo XXI a la fecha. ¡Era otro mundo! Sin autos, contaminación, luz, drenaje, teléfono o grandes aglomeraciones..., tal y como podemos ver en este mural de la Hostería de Santo Domingo, que además de ser el restaurante más viejo de la Ciudad de México, es un espacio que nos permite regresar en el tiempo y no solo disfrutar los mismos platillos que disfrutaban nuestros ancestros a finales del Siglo XIX, sino hacerlo en un ambiente que muy poco ha cambiado con el correr de los años.
Así, lo mismo podemos ver a un niño jugando con un aro y un palito que a varios frailes y soldados (uno de los cuales lleva detenido a un hombre), un evangelista que probablemente redactaba una carta de amor y algunos vendedores; además de un personaje que, con una nueva imagen, ha conseguido llegar hasta nuestros días: el aguador. ¿Lo ven?, está surtiéndose de agua allá en la fuente.
Hoy ya no llena sus jícaras en las fuentes, sino que reparte garrafas de agua purificada, pero su grito sigue presente.
–¡El aguaaaaaaaaaaaaaa! –escuchamos a cada rato.
Grito no muy diferente al que hacía vibrar los vidrios de las casas por 1850 y podía ser el preludio de la siguiente charla:
“–Ven acá, Trinidad.
–Mándeme, su mercé.
–Siéntate en esa silla y cuéntame la vida que llevas.
–Imposible, amo: son las siete de la mañana y mis patroncitas se me enojan. Hoy es día de correr y no parar de la fuente a la calle y de la calle a la fuente. Además, amito, que eso de decir mi vida, no sé pa qué le pueda servir a su mercé.
–De mucho [...], tú debes tener una curiosa colección de anécdotas y epigramas muy picantes y naturales a tu oficio, con lo cuál podré contar al público tu vida toda.
–Por ahora no. Y con su permiso me retiro, o me expone su mercé a perder mis marchantes. [...] Y sin decir más, salió Trinidad de mi gabinete, dejándome con un palmo de narices”.
El texto anterior fue escrito el 27 de septiembre de 1854 y forma parte de Los mexicanos pintados por sí mismos, obra que describe a los mexicanos de la época y en la que el aguador ocupa la primera posición. De acuerdo con este libro, el aguador era un hombre que: “pasa la mitad de su vida con el chochocol1 a la espalda, como un emblema de las penalidades de la vida, y la otra mitad beodo, pero sin zozobras y sin accidentes... Se levanta con la aurora, pone sus ropas, cíñese sus cueros, carga con su chochocol, se cuelga por delante el cantarito, cubierta antes la cabeza con la coqueta gorrita, y se dirige pian, pian, a la fuente más inmediata”.
Y para no confundirnos, la obra incluye una bella litografía del personaje en cuestión.
1. Cántaro grande de barro que tenía tres asas para sujetarlo a la espalda con ayuda del mecapal, correa que los aguadores y los cargadores apoyaban en sus frentes para poder cargar las cosas; tal y como vemos en la última imagen.
Foto: Los mexicanos pintados por sí mismos.
Hoy, aunque anda en bicicletas o camiones en lugar de caminar y cargar todo en la espalda, este aguador moderno sigue dando colorido a nuestras calles con un grito similar al que sus antecesores utilizaban hace más de siglo y medio. Es, desde mi punto de vista, un gran ejemplo de que algunas cosas se niegan a desaparecer en un país que hace 200 años alcanzó su libertad.