Ignacio Zaragoza. Foto: mediateca.inah.gob.mx
El 8 de septiembre de 1862 murió en la ciudad de Puebla el general Ignacio Zaragoza, quien apenas cuatro meses antes derrotó sorpresivamente al ejército expedicionario francés en la internacionalmente conocida batalla del 5 de mayo. Indudablemente, la victoria sobre quienes en esa época eran considerados los mejores soldados del mundo, le ganó a Zaragoza un lugar en la historia; aunque fuera de su participación en este hecho de armas, poco sabemos de él. Por ello, hoy recordaremos algunos detalles de la vida de este “héroe trágico” de nuestro país.
Ignacio Zaragoza Seguin nació el 24 de marzo de 1829 en Bahía del Espíritu Santo, que hoy en día es Goliad, Texas. Años después, al independizarse este estado de nuestro país, su familia se trasladó a Matamoros y Monterrey, donde el joven Ignacio trató de ser sacerdote, aunque en 1846 abandonó el Seminario. Meses después, a los 17 años, intentó enlistarse para pelear contra los invasores estadounidenses, pero fue rechazado; así que se dedicó al comercio y en 1853 entró a la Guardia Nacional de Nuevo León.
Rafaela Padilla. Foto: @NL_historia en Twitter
Boda sin novio
Cuando tenía 24 años se casó en la Catedral de Monterrey con Rafaela Padilla de la Garza, una bella chica regiomontana. Solo que, como tuvo que abandonar la ciudad por sus tareas como militar, Ignacio no pudo asistir a la catedral y su hermano Miguel se encargó de representarlo en la ceremonia. Fue muy comentado el hecho de que el cura le preguntó a Rafaela más de una ocasión si se quería casar “con Miguel Zaragoza”, a lo que ella invariablemente contestaba que no… hasta que el poco despierto sacerdote entendió que con quien quería casarse era con Ignacio y no con el hombre que tenía enfrente.
El matrimonio Zaragoza Padilla tuvo tres hijos, pero Ignacio e Ignacio Estanislao fallecieron en 1858 y 1861, respectivamente. Únicamente Rafaela, quien nació en 1860, sobrevivió a la infancia y murió a los 67 años de edad… aunque fue huérfana prácticamente toda su vida, ya que el 13 de enero de 1862 murió su madre, aparentemente de una pulmonía. Cuando Rafaela Padilla exhaló su último aliento, lo hizo igual que cuando se casó: lejos del ya para entonces general Zaragoza, quien se encontraba preparando la campaña contra los franceses.
Rafaela Zaragoza Padilla. Foto: @NL_historia en Twitter
Liberal convencido y militar fogueado que tuvo una participación sobresaliente en la Guerra de Reforma, Zaragoza guardó para sí el dolor que le provocó la muerte de su esposa y se concentró en dirigir al mal armado, entrenado, vestido y alimentado Ejército de Oriente que el 9 de febrero de ese mismo año fue puesto bajo su mando. Tres meses después derrotó a los franceses y, tras un infructuoso intento de tomar la ofensiva —abortado por la increíble derrota de González Ortega en el Cerro del Borrego—, montó un complejo sistema de defensa para recibir la nueva embestida del ejército invasor. Pero los primeros días de septiembre, cuando se encontraba en la sierra poblana, enfermó gravemente —se dice que de fiebre tifoidea, aunque es más probable que haya sido de tifo— y fue llevado a la ciudad de Puebla, donde lo revisó el médico personal del presidente Benito Juárez, Juan N. Navarro, quien diagnosticó que no había nada que se pudiera hacer para salvarle la vida.
Su madre, una de sus hermanas, amigos e integrantes de su estado mayor se reunieron para acompañarlo en sus últimos momentos. Finalmente, tras horas de delirio y sufrimiento, el general Ignacio Zaragoza fijó la vista en quienes rodeaban su lecho y habló con dificultad.
—¿Pues qué, tienen también prisionero a mi Estado Mayor?, ¡pobres muchachos!... ingratos!... ¿por qué no los dejan libres?
Telegrama que informó la muerte de Ignacio Zaragoza
Una hora después exhaló su último suspiro y comenzaron los rezos y el llanto entre sus soldados. También los homenajes de sus contemporáneos, pues en cuanto corrió la noticia se dispusieron honras fúnebres en todo el país. Muestra del respeto que le tenían sus humildes soldados, es el que los zapadores vendieron su ración de pan para comprar y prenderse un listón negro en el brazo como muestra de luto, según publicó El Siglo Diez y Nueve.
No fue todo, ya que un decreto expedido el 11 de septiembre por el presidente Juárez dispuso que fuera elevado a Benemérito de la patria en grado heroico, se le ascendiera a general de División y su nombre se inscribiera con letras de oro en el Salón de Sesiones del Congreso de la Unión; disponiendo también que la ciudad de Puebla fuera llamada a partir de ese momento “Puebla de Zaragoza”, denominación que quisieron cambiar varios políticos de derecha hace algunos años, aunque de forma infructuosa.
Tumba del general Zaragoza en San Fernando. Foto: wikimedia.org
El vencedor del 5 de mayo fue enterrado el 13 de septiembre en el cementerio más importante de México, el Panteón de San Fernando, donde se erigió un sepulcro en el que su efigie es resguardado por cuatro águilas republicanas y una corona esculpida en la piedra acompaña la fecha de su triunfo heroico. Además, seis cañones que apuntan al suelo dan testimonio de que la lucha —y la vida— de este personaje habían llegado a su final. En 1976, sus restos fuero exhumados, llevados a Puebla y sepultados en un mausoleo que se encuentra por los fuertes de Loreto y Guadalupe.
Hay muchas otras cosas que podríamos decir de este importante y malogrado militar —como que siempre respetó la vida de sus prisioneros o que, tras haber sido subalterno de Jesús González Ortega, se convirtió en su jefe—, pero vamos a cerrar estas líneas resaltando su amor por México, ya que por defender su libertad renunció a lo más importante que cualquiera de nosotros puede tener: vivir con nuestras familias.
@IvanLopezgallo