Durante el periodo denominado como intercampaña las y los candidatos para todo tipo de cargos se verán muy limitados en lo que pueden decir públicamente. Los partidos tendrán la tarea de mantener viva la conversación y la confrontación entre los distintos proyectos. Sin embargo, en su afán de contrastar con la colación de gobierno, la oposición ha construido un relato de un país que no existe y, peor aún, está tomando decisiones basadas en un relato de país que entusiasma a muy poca gente.
En anuncios en medios y en reuniones públicas los partidos de oposición y la candidata presidencial Xóchitl Gálvez resaltan que existe un deterioro de la economía, que hay un abandono del campo y que el poder adquisitivo de las personas se ha erosionado debido a la inflación. El PRI, en cambio, enfatiza que las cosas se hacían bien cuando ellos gobernaban y piden a los ciudadanos que relacionen las becas, las pensiones, los créditos de INFONAVIT y otras conquistas y derechos a una especie de favor que el partido de la revolución institucionalizada hacía para con las personas. Y más recientemente, a raíz de algunos comentarios en la mañanera del presidente López Obrador, quien criticó decisiones de política del expresidente Ernesto Zedillo, tanto panistas y priistas defendieron públicamente medidas tan impopulares para el ciudadano de a pie como el FOBAPROA o las reformas a las pensiones.
El discurso difícilmente se sostiene al compararse con la realidad, sobre todo en materia económica, una dimensión fundamental para las decisiones de los votantes, además de que no es previsible un empeoramiento de la economía en el corto plazo. El discurso también contrasta con lo que las personas recuerdan como episodios traumáticos para sus familias, como fue la crisis de 1994. Queda claro que existe una gran discrepancia entre políticos y ciudadanos en esa añoranza por lo que supuestamente alguna vez fue.
Luego, a raíz de algunos comentarios de Víctor Trujillo, caracterizado como Brozo, y después por la salida de la conductora Azucena Uresti de su noticiero nocturno, los partidos de la oposición y sus intelectuales retomaron el discurso de que el país vive bajo una dictadura. Pero también esto contrasta con lo que la gente puede ver a diario. Qué extraña dictadura en la que el presidente apenas puede pasar leyes y desde hace dos años no puede hacer enmiendas constitucionales, en donde hay elecciones competidas y en las que la oposición gana gubernaturas y escaños en los congresos, y en la que las cortes resuelven con frecuencia en contra de las acciones del gobierno federal.
Finalmente, a partir del discurso de cierre de campaña de Xóchitl Gálvez de hace dos domingos, los intelectuales y opinadores afines a la oposición de repente presenciaron una especie de revelación, con una candidatura que, según escriben, tuvo un cambio de rumbo, un golpe de timón. ¿Qué acaso el tener un mensaje coherente, con algunos ejes discursivos bien definidos, no es lo mínimo que se le pediría a una candidata presidencial?
No es que esperáramos algo distinto. El problema no es que la oposición se base en la propaganda para mantener su posición en la conversación pública. El problema es que la oposición y sus intelectuales se creen este discurso y lo utilizan para tomar decisiones. Tal es el convencimiento de que el pasado era mejor que están dispuestos a encumbrar las políticas Zedillo y traer de vuelta a la escena a Manlio Fabio Beltrones para ocupar un escaño en el Senado. Tal es su convencimiento de la vida en la dictadura que lo escriben y pregonan en redes sociales, periódicos, radio y televisión, con lo que revelan así su contradicción. Tal es el convencimiento de que la candidatura de Gálvez por fin encontró su mensaje que los intelectuales de la oposición están dispuestos a inflar, por segunda vez, una candidatura que a diario da señales de desconcierto.