Un editor de cine, es quien acomoda las escenas, quitando los errores, para crear una armonía, en la narrativa de una historia.

En muchas ocasiones, quisiéramos contar con un editor, para recortar los segundos, minutos, horas, días y quizás años, que no nos agradan de nuestras vidas.

Podríamos elegir, quitar aquellas decisiones, que nos llevaron a cometer un fracaso.

Incluso podríamos eliminar etapas, que nos fragmentaron.

Se necesitaría un editor de vidas.

Y…

¿Qué ocurriría?

Que seríamos personas inmaduras, que no creceríamos, por el hecho de no aceptarnos.

La renuencia a reconocer los errores y las malas decisiones, nos llevaría a quedarnos estancados.

Hace algunos años Domenico Leone, un hipnotista, experto en regresiones, comentó conmigo la gran importancia de aceptar nuestras vidas, para poder seguir adelante.

Recuerdo que vi al experto varias veces, durante varios años y yo le decía:

-No, no acepto.

Y tarde comprendí, que la aceptación, es parte del proceso de reconocimiento de nosotros mismos y si no nos damos el tiempo y la voluntad de analizar, nuestros actos, entonces quedamos con lazos invisibles, que nos atan a esas etapas de conflicto, no resueltas.

Desde la buena voluntad y la comprensión de ser humanos, con una vida finita en una infinidad de eones, sólo nos queda el amor, para visualizar las acciones, que nos llevaron a cometer los errores.

Cuántas veces nos preguntamos:

¿Qué hubiera pasado, si no hubiéramos estado presentes?

¿Qué hubiera ocurrido, si nos hubiéramos quedado callados?

¿Qué hubiera resultado, si hubiéramos dicho lo que sentíamos?

En fin, no sé, los futuros posibles, porque el hubiera, no existe, sin embargo, la realidad, al aceptarla, desde la comprensión, de quienes éramos, en esa época de nuestra vida, nos lleva al crecimiento y a la evolución.

Y desde allí, desde la fragilidad de sentirnos vulnerables, tenemos la apertura de comenzar a redefinir el camino, que nos lleva a nuestro destino.

Y es en esos momentos de obscuridad, en las que nos sentimos solos y muy pequeños, donde la humildad llega, como una invitada, muy cálida, que nos ayuda a resolver en compañía, las situaciones, que no pudimos resolver en la soberbia.

Y aprendemos a pedir ayuda, a reconocer, quien es bueno con uno y a quedarnos, donde nos tratan bien y en ese momento, encontramos a los verdaderos amigos.

Descubrimos el coraje interno, para correr riesgos, de repente, nos vemos abriendo puertas, que nunca abrimos, hablamos con gente diferente a nosotros y aprendemos a confiar.

Y contamos con la valentía de aventarnos al abismo, a sabiendas, que no sabemos, cual será el final.

Mucho menos…

La profundidad.

Y nos salen alas para volar y ver al mundo desde el cielo, cambiando la perspectiva, saliendo del laberinto, en que nos encontrábamos.

Y nos volvemos libres, para creer, para crecer…

Y libres para amar.

Y sin embargo, en el proceso, ni nos dimos cuenta, que estábamos creciendo, que nuestro carácter, era simplemente un juego, un parque de diversiones y ahora la sensatez nos otorga el regalo de la serenidad.

Nos volvemos sensibles, al mismo tiempo, que profundos, porque corrimos el riesgo, de navegar y enfrentar tormentas, que de otra manera, no hubiéramos aprendido a cruzar.

Y volvemos a nosotros mismos, hacia adentro, dejando la apariencia, para lograr la coherencia, entre lo interno y lo externo.

Y todo empezó, con la aceptación y es que el aceptar nos libera de las ataduras de los pensamientos.

Y nos lleva a lo más profundo del alma.

Porque solo el presente es eterno.

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