En estos tiempos de incertidumbre por la pandemia del Covid-19, considero indispensable aferrarnos a los bálsamos para el alma, ya sean los seres queridos, las ideas o los recuerdos. En ese ánimo, quiero recordar a uno de los escritores que más impactó mi vida de una forma un tanto inesperada.
Muchos grandes escritores, además de incursionar en el mundo de las letras tuvieron como profesión o como carrera la abogacía. Antes creía que esta simbiosis vocacional podía deberse a la importancia que el lenguaje escrito tiene en ambas profesiones, sin embargo, ahora que conozco más de derecho, considero que los vericuetos del funcionamiento del sistema legal acercan a los abogados invariablemente a la ficción. Éste es el caso de Rubem Fonseca, escritor brasileño que falleció este miércoles a los 95 años de edad. Fonseca ahora es recordado como uno de los escritores más importantes de Iberoamérica, sin embargo, inició su carrera literaria de forma tardía, a los 38 años, ya que antes litigaba temas penales.
Mi historia con Fonseca es particular en muchos sentidos. Cada vez más considero que el azar tuvo un papel indispensable en ella, como si fuera una historia de Auster. Mi padre, Romeo Tello Garrido, realizó su tesis de maestría sobre la obra de este autor en los 90. Ese entonces yo deambulaba por la casa con la inquietud de una niña que buscaba impresionar a sus primogenitores, retomando palabras de conversaciones adultas. Siguiendo esta pretensión infantil, me pareció la mejor idea nombrar a mi primera mascota, un hámster dorado de orejas grises, como Fonseca. La historia de mis coincidencias con este autor sería terrible si solo quedara en este párvulo episodio. En 1993, el 22 de mayo, Rubem Fonseca visitó la Ciudad de México con motivo de un homenaje a Juan Rulfo en Bellas Artes. Mi padre aprovechó este evento para ir a conocer a su escritor favorito y para entregarle una copia de su tesis. El episodio no pasaría a más si no fuera por otra gran coincidencia del azar: ese día era el cumpleaños de mi padre y su esposa, Julieta (sí como Romeo y Julieta), decidió hacerle el regalo más maravilloso dada dicha coincidencia.
Rubem Fonseca era una persona que repudiaba la fama y el contacto con los medios, consideraba que la obra de un escritor debía ser conocida por sí misma y no por lo que dicho escritor expresara de ella. Por este motivo, aquel día salió huyendo de los periodistas que buscaban entrevistarlo. Mi madre aprovechó esta huída para acercarse a él, sin saber una sola palabra de portugués, y para decirle que ella era la esposa de la persona que le había regalado la tesis que llevaba bajo el brazo y que como era su cumpleaños, creía que el mejor obsequio que podría darle sería invitarlo a comer. Rubem Fonseca aceptó el ofrecimiento y acompañó a mis padres y a unos amigos a la cantina La Ópera. De ahí siguió una invitación a una comida en nuestra casa en la que yo por primera vez conocí a este escritor en persona.
La comida fue maravillosa y aunque no recuerdo con gran precisión los detalles, los completo con las anécdotas que me contaron de lo que ahí pasó. En mi emoción infantil no pude evitar contarle a este escritor tan venerado por mi familia, que mi mascota había sido nombrada en su honor. Rubem me escuchó atentamente y me pidió conocer a su tocayo a lo cual accedí gustosa. Años después conocí el terror, o quizás, admiración de mi padre, ante la idea de que su hija pequeña subiera sola a su cuarto de la mano de este escritor que tanto había escrito de violencia y entre cuyos cuentos había uno en el que el protagonista, también escritor, sostenía una relación indecorosa con una menor.
De ahí surgió una relación epistolar esporádica que tuvo un par de encuentros presenciales más, sin embargo, la coincidencia final no está en ninguna de estas remembranzas. Mi padre me dedicó hace años un libro de los mejores cuentos de Fonseca que seleccionó (junto con Rubem) y que tradujo. En la primera hoja escribió una dedicatoria para una niña que después se dedicaría de forma inesperada a los mismos temas que el autor de esa obra. Ayer releí ese texto y encontré una gran similitud de temas que aún me tienen azorada y emocionada. Fonseca dejó la abogacía después de años de defender a las personas más desprotegidas y pobres. En su obra la corrupción, la violencia y la actitud crítica ante las imperfecciones del sistema penal y la sociedad se esbozan de una manera terrible y sucinta. Años después Fonseca también me dedicaría la misma obra. En honor a estas dos dedicatorias y a estas coincidencias decidí escribir este relato.
Directora Ejecutiva Impunidad Cero