Cada 10 minutos una mujer es asesinada en el mundo. Cada minuto una mujer es violada. Cada segundo una mujer sufre violencia familiar.[1] El tiempo que se asigna a estas frases es un constructo narrativo ficticio creado para generar impacto, al final en cualquier momento del día estas violencias ocurren simultáneamente. Y muchas de ellas no podemos contarlas porque se ocultan tras la vergüenza y el silencio. Como ocurren en todos lados –la calle, la escuela, el trabajo, la casa– podríamos describir la violencia contra las mujeres como “omnipresente”. Debido a su prevalencia temporal y espacial tendríamos que describir las violencias ejercidas en nuestra contra como la ubicuidad del mal.
Hannah Arendt acuñó la frase “la banalidad del mal” para describir la aparente normalidad y burocratización tras la que se cometieron actos atroces y de lesa humanidad por parte del fascismo en Alemania. Y ahora traigo a colación esta frase para hablar de un aspecto de la violencia de género: la normalización que se hace culturalmente de esta violencia al mismo tiempo que públicamente se silencia a las víctimas.
Por un lado, vivimos en una cultura de la violación que representa y glorifica la violencia contra las mujeres en el cine, la literatura, la música y demás expresiones culturales. Sin embargo, ante casos concretos de violencia sexual y de género lo que se suele pedir a las víctimas es el silencio. El retratar estas violencias es visto como algo normal en productos culturales, pero el que una mujer hable de ellas es algo que incomoda y ante lo que se desvía la mirada y la conversación. Por eso es tan revolucionario lo que está haciendo Gisèle Pelicot en su juicio, el dejar de lado el anonimato para exponer la cara de las personas que vivimos estas violencias: mujeres comunes y corrientes; así como voltear el foco de atención hacia los perpetradores: hombres comunes y corrientes. El mensaje de Gisèle es imponente e indispensable: que la vergüenza cambie de lado. En lugar de pedir el silencio a las víctimas, lo que deberíamos de hacer es cuestionar la forma en que se calla de estos temas al mismo tiempo que siguen ocurriendo.
Tengo varias secuelas tras haber sufrido violencia emocional y sexual. He vivido con depresión clínica y con insomnio desde que fui víctima de violencia de género en una relación de pareja. Conforme pasan los años he aprendido a vivir con esto y encontrar mecanismos para lidiar con ello. Aunque no es la primera vez que hablo de las distintas violencias que he vivido en mi vida, siempre que lo hago paso por un proceso de profundo cuestionamiento interno respecto a los motivos que me llevan a hacerlo. Y es que siempre regresa la recriminación y la vergüenza al hacerlo. Al final siempre he pensado que si lo menciono públicamente es para poner al descubierto la cantidad de violencias que vivimos las mujeres y las secuelas que dejan en nuestras vidas.
Desgraciadamente ante este tipo de textos, en lugar de seguir una conversación pública sobre la violencia de género y discutir cómo hacerle frente, se suele callar y pasar la hoja, sobre todo por parte de nuestro entorno masculino. Los hombres difícilmente comentan sobre estos temas, o comparten estos textos, somos nosotras las que seguimos insistiendo y alzando la voz para hablar de lo normalizadas que tenemos estas violencias en nuestras vidas y lo hartas que estamos de que sea así.
Gracias a la valentía de Gisèle Pelicot hoy volvemos a poner al centro de la discusión la necesidad de cambiar la vergüenza de lado. Pero sobre todo la necesidad de romper con la normalización y silenciación ante estas violencias. Si se habla de esto y las vivencias que tenemos es para evitar que sigan ocurriendo. Ondear banderas naranjas, promover 16 días de activismo y días internacionales no bastarán si no se suman a la conversación los principales perpetradores de estas violencias: los hombres comunes y corrientes, nuestros familiares, parejas, amigos y colegas. Es momento que el dejar de guardar silencio también cambie de bando.
[1] La primera frase es de la campaña de la ONU por el día internacional contra la erradicación de la violencia de género. Las otras frases son de mi elaboración tras hacer un cálculo extremadamente burdo entre número de víctimas globales de estos dos delitos y minutos en un año. La cifra negra es tan grande para estos delitos que muy probablemente las cifras sean más aterradoras.