La tos ferina es una enfermedad altamente contagiosa producida por la bacteria Bordetella pertussis que ataca principalmente a niños, produciendo en ellos una tos desconcertante que provoca asfixia. Hoy en día, la vacunación es la mejor forma de prevenir y evitar el contagio masivo de esta infección tan perniciosa. Sin embargo, antes de que la vacuna existiera y se aplicara de forma generalizada en la población, se idearon una serie de esfuerzos sin sustento científico ante la desesperación por curar y erradicar esta terrible enfermedad. Una de estas “curaciones” eran los “vuelos de tos ferina”. Estos vuelos se popularizaron en México a mediados del siglo veinte y se ofertaban a 50 pesos por viaje con la intención de que los niños experimentaran el cambio de presión y se libraran de esta infección al estar expuestos a diversas altitudes.
Para los que no podían costear un “vuelo de tos ferina” existían otras opciones y recursos igual de drásticos. Una de ellas era beber la sangre de un camaleón. Este remedio, que a primera vista podría alertar y ofender a más de un defensor animal, dejaba con vida, pero rabón, a un desafortunado reptil. La técnica consistía en localizar un camaleón, cortar su cola, recolectar la sangre, ofrecerla como elixir infantil y luego dejar en libertad al animal, el cual con el tiempo regeneraba y recuperaba su extremidad, mas no así su confianza en la especie humana. Este era un remedio concurrido entre los niños de Jocotitlán.
Jocotitlán, que significa el lugar entre árboles de tejolotes, es un municipio en el Estado de México ubicado a las faldas de un volcán y el lugar de nacimiento de Bernardo Marmolejo. Don Bernardo, además de recibir el remedio de sangre de camaleón contra la tos ferina, recibió gran parte de su formación y sabiduría al crecer en esta localidad. Su abuelo, quien no lo dejaba tener amigos, puesto que le decía: “buey solo, bien se lame; cuando está acompañado se muere de hambre”, lo ponía a leer el código penal a la luz de una vela todas las noches. Su abuela, le daba de comer una sopa especial que reconocía la predilección por su nieto al ponerle un corazoncito de pollo o un higadito. En parte, gracias a la educación sólida que recibió de su familia y de su entorno, don Bernardo se convirtió en uno de los editores y transcriptores más brillantes, transcribiendo y editando textos de Carlos Fuentes, cuando dejó de escribir a máquina, y de Federico Reyes Heroles.
Don Bernardo falleció la semana pasada víctima del Covid, sin embargo, su legado, sabiduría y cariño perviven en muchas de las personas que tuvimos el honor de conocerlo y de trabajar con él. Todas las historias de este texto son parte de los múltiples relatos que nos contaba de forma apasionada y entretenida sobre su vida. Él reconocía lo alocado de los intentos desesperados por erradicar la tos ferina, pero sabía que en aquella época la gente hacía lo que podía ante una enfermedad tan terrible que quitaba el aliento. Estos días no he dejado de extrañarlo ni de pensar en sus historias, sus lecciones y sus frases. Recuerdo una en particular: “la letra con sangre de camaleón entra”. Lo que al principio solo era una frase divertida, dicha para aligerar una anécdota, se convierte ahora para mí en un resumen de su legado: la capacidad de observar la compleja realidad que le tocó vivir, como la tos ferina, y sacar de ello un resumen que nos recordara la importancia del humor, de la inteligencia y de la ciencia para hacer frente a un problema.
Cuando me despedía del señor Marmolejo casi siempre me decía en broma: “vaya con Dios, yo me quedo con la Virgen”, espero que donde se encuentre esté en buena compañía y que los que lo rodeen, atesoren sus historias.