Un juez que resuelve sesgado por su ideología política no solo es corrupto, también es un traidor del gremio y de la democracia. Como presidente de la Corte y como ministro, Arturo Zaldívar se fue llenando de filias y fobias y no supo, no pudo o no quiso separarlas de su actuar como juzgador, deshonró la toga con trampas, manipulación y deshonestidad, y está por culminar su ignominioso paso por la Suprema Corte con un grotesco acto tan inconstitucional como inmoral: no hay causa grave que motive su renuncia. Arturo será recordado, entre otros, por los siguientes episodios:
—Ampliación de su presidencia en la Corte. López Obrador pretendió extender a Zaldívar en la presidencia por dos años más a través de la modificación de la Ley Orgánica del PJF, una reforma evidentemente inconstitucional que motivó incluso un amparo por parte del rector de la Escuela Libre de Derecho, alma mater de Arturo. Es claro que Zaldívar impulsó dicha extensión; pero como quien tira la piedra y esconde la mano, calló durante más de cuatro meses hasta que las presiones lo llevaron a declarar públicamente que no ampliaría su mandato.
—Reforma eléctrica. En la votación de la acción de inconstitucionalidad contra la Ley de la Industria Eléctrica en abril del año pasado, ocho ministros de los 11 se pronunciaron por su invalidez, siendo precisamente ocho el número mínimo necesario para su expulsión del orden jurídico. Pero Zaldívar manipuló el conteo de la votación para evitar que esta ley amlista se declarara inconstitucional. Como consecuencia de la —falsa— confirmación de validez de la ley, México se encuentra ahora en conflictos internacionales por posibles violaciones al T-MEC.
—Consulta sobre juicio a expresidentes. Desde su campaña, AMLO dijo que quería preguntar al pueblo si querían enjuiciar a los expresidentes por sus actos, pero en realidad se trataba de uno más de sus episodios teatrales; nunca tuvo la más mínima intención de iniciar un proceso real de justicia. Así que Zaldívar propuso reformular la pregunta dejando un bodrio ininteligible que se alejó completamente de la promesa inicial: “¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”. Un cuestionamiento que no dice nada y que llevó a una respuesta que tampoco dijo nada, consiguiendo exactamente lo que AMLO buscaba.
—Guardia Nacional. Cuando se discutió la transferencia de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional, Zaldívar la respaldó y negó que con ello se estuviera militarizando. No se estaban modificando los objetivos de la dependencia ni su entrenamiento, dijo. La intervención del Ejército en la seguridad pública en tiempos de paz está expresamente prohibida en la Constitución, pero para Arturo eso nunca importó y votó a favor de la militarización.
Arturo Zaldívar ha renunciado a la Corte un año antes de que concluya su mandato y con ello ha regalado a AMLO el nombramiento de su reemplazo, que no debió ocurrir ahora. Su carta de renuncia lo pinta de cuerpo entero como lo que es: un político servil y sin escrúpulos que pudiendo haber trascendido como piedra de toque de la división de poderes y de la democracia de México en una época de ataque frontal a las instituciones, se decantó por el entreguismo y la violación a la Constitución que juró defender.