Del inglés enshittification, término utilizado por Cory Doctorow en referencia a la degradación de las redes sociales, su traducción al español “enmierdización”, que aún no es aceptada por la RAE, resulta precisa para definir lo que está pasando con el proceso democrático en México, y no solo me refiero al asunto electoral, sino de manera sistémica.
Las reglas deben ser creadas, aplicadas y controladas por un tercero distinto a las partes que deben acatarlas; de lo contrario, el incentivo para no cumplirlas es enorme. Hace unos meses escribía en este espacio sobre la dificultad de seguir las reglas cuando el otro no las cumple y el escenario de incertidumbre que se impone en un país “democrático” cuando esto sucede. Desde que inició el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha existido un desprecio por la ley nunca visto. El Estado de derecho ha sufrido una veloz precarización que invita disimuladamente a “relajar la disciplina”. Poco a poco se ha ido soslayando la necesidad de ser rigurosos y el margen de permisividad ha ido aumentando hasta el punto de desvanecer las líneas entre lo legal y lo ilegal, lo bueno y lo malo, y lo deseable y lo indeseable como una metástasis que se va extendiendo en el ánimo colectivo: ¿si el Presidente y su gobierno no cumplen, por qué yo sí?
Cuando Morena inició fuera de tiempo la contienda electoral, violando las normas establecidas y echando mano de una burda simulación a través de sus propias reglas, era obvio que la oposición haría lo mismo. El deseo de incumplir la ley es parte de la naturaleza humana, pero este impulso debe verse frenado por la existencia y buen funcionamiento de normas e instituciones externas encargadas precisamente de limitarlo. Pero en este caso los árbitros, el INE y el Tribunal Federal Electoral, se sumaron a la simulación validando las ilegalidades y cortaron así el listón de lo que seguirá siendo un proceso sucio, atropellado y caótico. Que nadie se llame a sorpresa, la reversa en la democracia es evidente.
Goethe decía “más vale cometer una injusticia que tolerar el desorden”, y esto es interesante no solo porque el desorden tarde o temprano será escenario de numerosas injusticias, sino porque va de la mano del descrédito de todo el mecanismo, la confianza y el prestigio de las instituciones.
Así, los ciudadanos estaremos frente a dos opciones: la mala y la peor. El Frente Amplio por México le ha dado a Xóchitl Gálvez un equipaje muy pesado y rancio; cargar con los compromisos y mezquindades de un partido político siempre es complejo, cargar con los de tres es toda una hazaña y, por más que ella quiera desmarcarse, los acuerdos cupulares la podrían rebasar y personajes nauseabundos como Alito Moreno serán un verdadero lastre. Claudia Sheinbaum contará con todo el apoyo de Morena y del gobierno; su principal activo es el arrastre de la base de López Obrador, un Presidente a quien nada le importa incumplir las reglas y que quizás sea capaz de todo por no perder el control ni entregar el poder.
El entorno no es más alentador. No parece probable que Movimiento Ciudadano se sume al Frente, aunque podría ayudar indirectamente a la oposición si incluye a Ebrard como su candidato. Al INE le siguen restando fuerza y legitimidad, y el Tribunal Electoral vive amenazado y en vilo. El presupuesto de egresos para 2024 empezará a discutirse y ahí seguramente les apretarán aún más las tuercas a las instituciones. ¿Y los ciudadanos? Mirando perplejos cómo nuestra incipiente democracia se “enmierdiza”, sin que nada ni nadie quiera ni pueda detener este hediondo proceso.