Francisco Porras

Innerarity y Colomina (2020) argumentan muy bien que la democracia representativa no tiene como objetivo producir juicios verdaderos. No tenemos sistemas políticos, electorales, representativos, partidistas o administrativos para producir nuevo conocimiento adecuado a la realidad, o para confirmar o perfeccionar el conocimiento correcto y eliminar el incorrecto. El objetivo de las elecciones no es descartar las propuestas de las plataformas partidistas que no funcionarán por ser erróneas, y seleccionar las que fueron diseñadas usando teorías del cambio eficaces, o relaciones causales demostradas. Para trabajar convenientemente, los sistemas democráticos no requieren que todas las proposiciones defendidas por los actores políticos sean simultáneamente verdaderas (recordemos las pesadillas distópicas que se han producido en el pasado al tratar de llevar esto a la práctica).

La democracia no es un sistema que busca la verdad, sino uno que trata de encontrar soluciones a problemáticas comunes. La democracia es el único mecanismo que permite, por un lado, la diferencia de juicios sobre los asuntos públicos -respetando la diversidad protegida por la libertad de pensamiento, conciencia y religión- y, por el otro, la búsqueda del consenso a través de las mayorías. El ideal de la democracia supone que en los votantes existen diferentes grados y tipos de conocimiento, que incluyen los verdaderos y los no verdaderos, que imposibilitan que los ciudadanos siempre piensen de la misma manera, sobre los mismos problemas y perspectivas. Para las democracias no es necesario que los hechos produzcan interpretaciones y narrativas idénticas, suponiendo algún tipo de racionalidad substantiva en la que experiencias similares producen interpretaciones y conocimientos similares.

El pluralismo democrático no solamente está relacionado con la diversidad de significados asignados a un mismo hecho, sino también con sus diversos grados de adecuación a la realidad. Problematizar qué significan estos términos (“significados”, “hechos”, “grados de adecuación” y, sobre todo, “realidad”) es propio de las disciplinas académicas, particularmente las filosóficas y las ciencias del conocimiento. Sin embargo, las democracias mismas presuponen que esta discusión se ha realizado previamente o que se lleva a cabo en la definición de la agenda pública. Puede incluso argumentarse que lo urgente es acordar soluciones a los problemas públicos y que, en consecuencia, se deben posponer estas consideraciones de carácter teórico una vez que hayamos gestionado los peligros inmediatos.

La paradoja de la democracia (cada quien puede pensar lo que quiera, pero debemos encontrar soluciones a nuestros problemas comunes) es un reto que se ha vuelto más complejo en contextos de fake news y polarización política. Las democracias no buscan producir verdades; pero, por otro lado, requieren un mínimo de conocimiento verdadero para respetar la diversidad misma y acordar soluciones construidas por las mayorías. La libertad de pensamiento, conciencia y religión, y el derecho a adecuar nuestras decisiones a lo que pensamos sobre la realidad, no son absolutos, como se sabe. La verdad y el error pueden coexistir en las democracias; pero las democracias requieren un respeto absoluto a los derechos humanos y los bienes comunes. En ese sentido, podemos gestionar la paradoja de la democracia en la medida en que, en un contexto de pluralidad, se respeten los derechos humanos fundamentales. En las democracias no es necesario que todos pensemos de la misma manera, pero sí que aprendamos a vivir juntos, de manera constructiva, a pesar de las diferentes opiniones.

Esto es particularmente urgente en nuestros entornos polarizados, en los que algunos actores políticos argumentan que sus opiniones son verdaderas, mientras que las de los opositores son erróneas. Tratar de imponer una opinión política, sin reconocer la diversidad de grados y modalidades en las que se manifiesta la verdad, amenaza a las democracias mismas. La democracia no busca encontrar la verdad, pero supone que la mayoría de los actores políticos ya se ha encontrado con ella en el reconocimiento de la dignidad de todas las personas. En ese sentido, la democracia tiene un cierto fundamento práctico-epistémico. Sin reconocer el basamento de los derechos humanos, ninguna democracia puede funcionar adecuadamente.

Referencia

Innerarity, D., & Colomina, C. (2020). Introducción: desinformación y poder, la crisis de los intermediarios. Revista CIDOB d’AferInternacionals, 124, 7-10.

Francisco Porras Sánchez

Doctor en Política y Estudios Internacionales por la Universidad de Warwick, Reino Unido. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Su línea de investigación es la Gobernabilidad urbana y regional contemporánea (finales del siglo XX y principios del XXI), con particular interés en gobierno, gobernanza y redes de política pública. Actualmente es profesor investigador del Instituto Mora. Twitter: @PorrasFrancisco / @institutomora

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