Una mirada a los barrios campechanos de entre-siglos (XIX-XX)
Una mirada a los barrios campechanos de entre-siglos (XIX-XX)

Fuera de las murallas hacia el sudoeste se encontraba el barrio de San Román y al sureste el de Santa Ana; hacia el noreste se extendían los barrios de Guadalupe, San Francisco, Ermita y Santa Lucía. Con el correr de los años La Ermita perdería su calidad de barrio y sería asimilada por los de San Francisco y Santa Lucía. San Román se distinguía por su actividad naviera pues en sus astilleros se construían importantes embarcaciones para el mercado nacional. Una característica distintiva era también la presencia en el santuario de ese barrio de la imagen de un Cristo Negro, alrededor del cual se tejieron varias leyendas y por el cual la población mostraba una intensa devoción, misma que encontraba su máxima expresión en los festejos religiosos que cada año se realizaban –y aún realizan– para conmemorarlo y que eran los más concurridos. Exactamente en el lado opuesto del perímetro amurallado, se levantaba Guadalupe, barrio que a lo largo del siglo XIX fue adquiriendo notoriedad al convertirse en una especie de extensión del centro en el que se aposentaron familias con poder económico y prestigio social. Además de transitar por su calle principal el tranvía que llevaba al centro, la ciudad gozó de otros adelantos y progresos durante esos años, desde la instalación de alumbrado público de petróleo en 1872 hasta la edificación de su plaza, situada a un costado de la iglesia, la cual fue inaugurada en 1878 y bautizada con el nombre de “Porfirio Díaz”; ahí mismo, unos años más tarde, en 1903, se inauguró el kiosco respectivo para adornarla.


Por Fausta Gantús
Instituto Mora

Aledaño a Guadalupe, siguiendo el camino tierra adentro hacia el noreste, se encontraba el barrio de San Francisco, eminentemente maya desde los tiempos coloniales, cuya población se dedicaba de manera principal a la pesca. A espaldas de la iglesia del barrio, y a poca distancia de ella, sobre la orilla de la playa, se ubicaba el rastro público que en 1890 fue reparado, se reconstruyeron la rampa y el matadero y se fabricó “un corredor amplio y suficiente para rastro de cerdos”; en esta demarcación se instaló uno de los edificios más representativos del progreso: la estación del Ferrocarril Peninsular. También aquí en 1898 se inauguró el Teatro-salón La Kananga y en 1907 el Circo-Teatro Renacimiento, lugar en el que se organizaría el acto de campaña de Madero cuando éste visitara la ciudad en 1909. La Ermita, barrio llamado así por el santuario, era en apariencia de menor relevancia, pero resultaba crucial pues lo atravesaba el camino real que llevaba del centro, pasando por Guadalupe y San Francisco, hasta la estación de trenes, cuyo camino se prolongaba hasta salir al mar por detrás de la estación. También era un punto de enlace con el barrio de Santa Lucía, con el cual se comunicaba. A la Ermita y San Francisco los unían un par de puentes casi enlazados, conocidos como San Francisco y J. Gutiérrez de Estrada; a ambos extremos de estos se ubicaban la “La Nacional”, del lado del primero, y la “Unión Mercantil”, de lado del segundo. En este barrio, según las crónicas, se encontraba el llamado “Pozo de la Conquista” porque en él se habrían abastecido de agua los españoles.

Una mirada a los barrios campechanos de entre-siglos (XIX-XX)
Una mirada a los barrios campechanos de entre-siglos (XIX-XX)

Imagen 2. Entrada al barrio de La Ermita, 1910 (“De San Francisco a la Ermita. Campceh”, C & P., 1910)

Santa Lucía, era el asentamiento más distante del centro, “más parecía un pueblo aparte que un barrio de la ciudad”, apuntaría el médico Pedro Rivas. Su población predominantemente indígena se dedicaba a labores agrícolas y hasta entrado el siglo XIX conservarían el uso de su indumentaria tradicional. El centro del barrio estaba conformado por el templo y convento con su atrio, un gran descampado al frente y, calle de por medio, algunas casas. En uno de sus cerros se ubicaba el fuerte de San José o San José el alto, vestigio de la época en la que los piratas constituían una amenaza para la ciudad. Además del paso que la unía con el barrio de La Ermita, Santa Lucía se conectaba con el resto de la ciudad por el puente de madera llamado “Consejo de 1900”. Un puente, también, y una alameda marcaban el inicio del barrio de Santa Ana, en el que se encontraban las huertas y quintas frutales cuyos propietarios era distinguidos miembros de la sociedad campechana. La Alameda con que daba inicio este barrio, construida en la década de los treinta, que se había ido abandonando y deteriorando con los años fue totalmente remozada en este periodo.

El alumbrado público fue un beneficio del que disfrutaron el centro y los barrios de Guadalupe, San Francisco y San Román pero que no conocieron ni La Ermita, ni Santa Ana ni Santa Lucía, pues ya casi para finalizar el siglo, en 1894 se reportaba la necesidad de favorecer al menos a Santa Ana con esa mejora. Los seis barrios, al igual que el centro, contaban eso si con escuelas de primeras letras. Los planteles de primeras letras se distribuían por el centro y los barrios y atendían a más de 2000 infantes. Las escuelas eran financiadas con recursos del estado y del municipio. Como el centro, los barrios también, la ciudad toda estaba marcada por el diario transitar de coches y tranvías que iban de un sitio a otro, y el de las carretas de carga con las mercancías que lo mismo iban del muelle a los barrios que de los barrios a la estación. El tránsito desde el matadero, por San Francisco hasta el mercado junto a la plaza, el arribo de las barcas con el pescado fresco, eran también actividades que daban vida a diario a la pequeña metrópoli, al igual que los tranvías y los coches que a través la de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán transportaban a los pasajeros que diariamente arribaban y salían de la ciudad hacia las poblaciones y haciendas del interior o hacia Mérida, la capital del vecino estado de Yucatán.

Una mirada a los barrios campechanos de entre-siglos (XIX-XX)
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Imagen 3. Centro del barrio de Santa Lucía, 1912 (“Iglesia de Santa Lucía. Campeche”. C & P., 1912)

En la ciudad también se realizaban los actos cívicos como tomas de protestas de gobernadores, celebraciones de fechas patrias organizadas por las autoridades: 2 de abril, 5 de mayo, 16 de septiembre, entre otras. Y tenían lugar diversos festejos populares tales como el carnaval, las celebraciones litúrgicas como la Semana Santa, las procesiones de los santos patronos y santas patronas: la Virgen de la Purísima Concepción que se desarrollaba en el atrio de la catedral y en los alrededores de la plaza principal; la Virgen de Guadalupe a quien se adoraba en el templo del barrio del mismo nombre; a San Román Mártir y el Cristo Negro de San Román, que compartían parroquia, entre otros. También se organizaron y realizaron diversos festejos en septiembre de 1910 para conmemorar el primer centenario de la Independencia nacional, desfiles, juras de bandera, discursos fueron protagonizados en el espacio del primer cuadro de la ciudad.

Los puentes repartidos por toda la ciudad eran otros elementos que le otorgaban a la ciudad su fisonomía particular: El puente de La Merced, a un costado de la Alameda, enfrente de la Puerta de Tierra, en la entrada al barrio de Santa Ana; el que unía San Francisco con La Ermita; el puente colgante “Porfirio Díaz” con su imponente estructura metálica, signo de modernidad, en medio del cual se extendían las vías del tranvía, entre varios otros. Completaba la apariencia de la capital los vestigios arquitectónicos militares: murallas, puertas, baluartes y fuertes.

Como ya se ha anotado, en la ciudad portuaria residían los poderes públicos: civiles, militares y religiosos; por lo tanto, en ella se tomaban las decisiones políticas de importancia; ahí, además del ayuntamiento y el gobierno estatal, funcionaba el Congreso y el Tribunal de Justicia. Con sus poco más de 20,000 habitantes, era el epicentro de la vida oficial: escenario y testigo de los acontecimientos ordinarios y extraordinarios que definían el discurrir de la entidad. Como dato interesante cabe mencionar que en el censo general de la República de 1895 el Estado tuvo una población de 88,121 pero sólo cinco años más tarde, en el que se levantó en 1900, disminuyó a 84,281.

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