Cada vez que hay un evento deportivo masivo a nivel mundial, la naturaleza y el medio ambiente piden rendición de cuentas. A pesar de que estos eventos forman parte desde tiempo de la vida social, cultural y económica de la mayoría de los países del mundo (el denominado ocio recreativo), cuando la maquinaria del deporte y del entretenimiento global se pone en marcha, los impactos ambientales son profundos. En los últimos años varios estudios ambientales se han enfocado a entender como los grandes eventos internacionales (olimpiadas, mundiales de futbol, finales de deportes como el super-bowl en Estados Unidos entre otros), tienen diferentes afectaciones al medio ambiente del entorno donde se llevan a cabo y como pueden ayudar (o no) a la lucha contra el cambio climático.

**Simone Lucatello
 

El mundial de futbol que se llevó a cabo en Qatar no fue diferente a los demás mega eventos anteriores: si bien fue proclamado por la FIFA, la federación internacional del balón, el evento deportivo menos contaminante de la historia y el primer mundial a carbón neutral (es decir cero emisiones de carbono), la realidad fue otra. Aire acondicionado en grandes estadios al aire libre, cientos de vuelos internacionales de todo mundo a Doha con huellas de carbono de las más altas de la historia, miles de litros de agua utilizados para las canchas, entre otros. La marca ambiental y de emisiones durante el mundial ha sido impactante.

Antes del torneo, varias organizaciones ambientales, movimientos de jóvenes por el clima, científicos comprometidos con el medio ambiente y hasta jugadoras profesionales con orgullo ecológico, señalaron en las redes y en varios medios cómo el evento organizado por la FIFA estaba bien lejos de representar la controvertida afirmación de que la Copa Mundial de Qatar era “neutral en carbono”. La estrategia de sustentabilidad de la FIFA para la Copa del Mundo de Qatar se basó en cálculos de carbono defectuosos, prácticas de compensación cuestionables y se transfirió la responsabilidad del cuidado ambiental a los fanáticos y sus costumbres consumistas. Además, hubo diferentes controversias entorno a las llamadas prácticas de greenwashing que emplearon algunas compañías internacionales patrocinadoras del evento, y que consiste en mostrar a la audiencia que son respetuosos con el medio ambiente a la hora de presentar sus productos o sus servicios, pero resulta ser un engaño porque en el fondo ni los procesos de producción ni los productos ofrecidos se hacen de forma “verde”.

Solamente, para poner un ejemplo con el uso del agua, el consumo del valioso líquido natural fue brutal para realizar los juegos de Qatar 2022. Históricamente carente de recursos hídricos naturales, la crisis del agua de Qatar se encuentra entre las peores del mundo: cerca del 10% de la población total está expuesta a condiciones de sequía permanente y el país tiene además una de las mayores demandas de agua per cápita (450 litro al día – en México son 380 litros). Encontrándose en el desierto, y con tasas de desertificación en aumento constante, Qatar batalla desde años junto con otros países de la región para desalinizar el agua del Golfo Pérsico que provee por un 98% sus necesidades hídricas.

Varios estudios de impacto ambiental y de huella hídrica, calcularon con datos públicos que cada campo de fútbol del Mundial requirió de 10.000 litros de agua desalada al día para su mantenimiento. Para los ocho estadios que se construyeron y utilizaron durante el Mundial, se gastaron un total de 80.000 litros de agua cada día, por cada cancha. Además de las canchas del estadio, Qatar también ha construido 136 campos de entrenamiento para las decenas de selecciones de futbol que participaron al torneo, y todos los campos requirieron de agua para mantener su condición “idónea”, dado que varias federaciones internacionales de futbol pidieron no entrenar en canchas sintéticas. Además, Qatar ha estado transportando 140 toneladas de semillas de césped desde los Estados Unidos unos meses antes del Mundial y en aviones especiales con clima controlado, para crear una reserva de césped de 425.000 metros cuadrados (40 campos de fútbol) con la intención de reacondicionar el pasto de las ocho canchas oficiales desgastadas durante los partidos del torneo. Este césped de reserva requería 40.000 litros de agua por día. Para la cancha del estadio Lusail, donde se jugó la final entre Argentina y Francia (y otros partidos), se usaron 300 toneladas de agua para irrigación del césped desde el inicio del torneo.

Por otro lado, vimos que muchos partidos – por razones de horarios, de derechos de trasmisión de las cadenas de televisión de más de 150 países, se jugaron por la noche. El uso de iluminación artificial nocturna, además de representar per se un elemento de contaminación lumínica, genera consumos y gastos suplementarios con sus correspondientes emisiones de CO2, cuando la descarbonización de la economía es objetivo prioritario en la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Transición energética global.

Por esta y otras razones, el costo ambiental del torneo ha preocupado a varios observadores e incrementado la ansiedad ecológica de muchos, después de que tuvimos un año de eventos climáticos y meteorológicos extremos en todo el mundo, como sequías, incendios forestales e inundaciones con graves consecuencias para las poblaciones. Quedarán dudas sobre si esta Copa del Mundo fue la más sedienta de todos los tiempos y si realmente contribuyó de algún modo a la necesitada y urgente reducción de emisiones de gases a efecto invernadero.

**Simone Lucatello

Profesor Investigador del Instituto Mora, Centro Púbico CONACYT. Miembro del Grupo de expertos de la ONU sobre Cambio climático (IPCC). Se interesa en sus líneas de investigación por el desarrollo sostenible, cambio climático, desastres y asuntos humanitarios. Practicante y aficionado de futbo

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