La conmemoración de la consumación de la independencia mexicana parece estar opacada por los festejos anuales que se realizan para celebrar su inicio. Se podría pensar que solo recordamos que la gesta independentista no se concretó en 1810 ‒sino once años después‒ cuando están cerca fechas como la que se aproxima, el bicentenario de su consumación. En gran medida, esto se puede explicar debido a la importancia que tiene la historiografía en el proceso de reconstrucción del pasado y al uso que hacen de ella ciertos sectores políticos para edificar una memoria colectiva ad hoc que les permita legitimar su presencia en el poder. En este sentido, el olvido en el que ha caído la celebración de la consumación de la independencia, se puede entender porque está directamente relacionada con la figura de Agustín de Iturbide quien, a diferencia de Miguel Hidalgo, no es considerado como un héroe nacional.

En un principio, Iturbide fue visto como el máximo consumador de la independencia, pues estaba al frete de la Junta que redactó y firmó el acta de independencia; que dio nombre al México independiente; puso fin al sistema de castas y diseñó la primera bandera nacional. Pero, con el paso del tiempo y debido a algunas de sus acciones, se le privó del pedestal de los héroes nacionales. Sin duda, fue un personaje enigmático, pues a pesar de haber combatido durante varios años a los insurgentes terminó por concretar sus aspiraciones. Más allá de sus ambigüedades, lo que más afectó su imagen pública fue el hecho de haberse nombrado emperador. Aunado a esto, la historiografía de corte liberal también hizo su parte, ya que se encargó de opacar su imagen heroica ‒hasta prácticamente borrarla de la memoria colectiva‒ al relacionarlo exclusivamente con los intereses del partido conservador. En contra parte, al mismo tiempo que la imagen del primer emperador de México era soslayada, la del iniciador de la insurgencia, Miguel Hidalgo, era enaltecida hasta el grado de ser nombrado padre de la patria.

Al igual como ocurrió con Iturbide, otros sectores de la sociedad que jugaron un papel central en la consumación de la independencia fueron relegados por la historiografía. Así sucedió con la Iglesia, pues a pesar de que se reconoce el papel destacado de clérigos como el propio Hidalgo, Mariano Matamoros, José María Cos o José María Morelos, la triunfante historiografía liberal borró del mapa histórico la participación institucional de la Iglesia, además la catalogó como la viva imagen del conservadurismo. A pesar de que formó parte activa en la culminación de la gesta independentista y en la paulatina transformación política, social, económica y cultural del México independiente. Aunque, es cierto que las autoridades eclesiásticas optaron por apoyar la consumación de la independencia por factores ajenos a la causa, así ocurrió con la reinstauración de la Constitución de Cádiz en 1820, pues con su regreso se vieron afectados algunos de los fueros y prerrogativas del clero, sobre todo su inmunidad personal. Algo similar ocurrió con el ejército, ya que también se vieron diezmados algunos de sus privilegios, por esa razón, miembros de ambos sectores terminaron oponiéndose a la Constitución y sumándose a la causa independentista. Por lo tanto, como señala Luis Villoro, los que iniciaron la independencia no la concretaron, y los que en un inicio se opusieron a ella terminaron por consumarla.

De la misma manera, se han olvidado las relaciones estrechas que existían entre el Estado y la Iglesia y se les ha considerado como frentes totalmente opuestos a pesar de que, desde sus primeros días de vida independiente y hasta inicios de 1857, México se declaró como una nación confesional. Esto significaba que el poder civil reconocía a la religión católica como la única fe oficial y se comprometía a defenderla con las leyes. A cambio, la Iglesia apoyó al gobierno civil en el cumplimiento de varias de sus disposiciones y lo dotó de legitimidad, es por esto que ambas potestades tuvieron vínculos muy cercanos. Pero con el triunfo del liberalismo y su historiografía, se fue olvidando el papel que tuvo la Iglesia en el proceso formativo de la nación mexicana al igual como ocurrió con Iturbide, por ser catalogados como partidarios del conservadurismo y opositores del liberalismo, aunque, en la práctica, eso no fue totalmente cierto.

El objetivo de esta reflexión no es intentar derribar del pedestal de los héroes a quienes ostentan un sitio en él, ni tampoco encumbrar a otras figuras heroicas. Lo que pretenden estas líneas es dar cuenta de la complejidad del pasado histórico y de que este va más allá de la lucha entre héroes y villanos, pues los procesos históricos no son monocausales y deben ser analizados desde distintas perspectivas. Para entender de mejor manera esa complejidad, es necesario superar ciertas visiones limitadas del pasado, aunque no es tarea sencilla, pues hemos crecido con ellas y las hemos adquirido por distintas vías, desde la educación básica y los libros de texto; mediante los honores a la bandera y sus efemérides; hasta los desfiles y festejos cívicos. En esas prácticas, se exalta a los héroes y se repudia a los villanos, sin recapacitar en el hecho de que ambos formaron parte de los mismos procesos y del mismo pasado. Desde esa perspectiva maniquea, es difícil entender de manera profunda y crítica los procesos históricos. Siendo conscientes de esos sesgos, nos puede resultar más fácil comprender por qué la conmemoración de la consumación de la independencia ha pasado a un segundo plano, si la comparamos con los festejos que se realizan cada 15 y 16 de septiembre para celebrar el inicio de la misma.

A propósito del bicentenario de la consumación de la independencia
A propósito del bicentenario de la consumación de la independencia
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