Roberto Sánchez (COLEF) , Gian Carlo Delgado (UNAM), Cecilia Conde (UNAM), Simone Lucatello (Instituto Mora), Lourdes Romo (COLEF), Antonina Ivanova (UABCS), Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima – REDCiC (contacto@redcic.mx)
El daño causado por el huracán Otis en Acapulco debe analizarse a la luz de dos dimensiones, la primera toma en cuenta las características del huracán, la segunda se enfoca en la capacidad de prevenir desastres similares. Estas dos dimensiones permiten extraer lecciones útiles para evitar situaciones similares en un futuro próximo. Esto es esencial para México debido a su elevada exposición a eventos hidrometeorológicos y climáticos extremos, el incremento en la intensidad y frecuencia de esos eventos debido al calentamiento global, la vulnerabilidad en gran parte de la población a sus impactos, y el retraso en crear procesos de prevención y adaptación para evitar sus consecuencias negativas.
La historia reciente muestra que Acapulco y sus municipios cercanos han sufrido daños por huracanes en diversas ocasiones (Wally en 1965, Bridget en 1971, Berenice en 1973, Dolores en 1974, Paulina en 1997, Cosme en 1989, Manuel en 2013, Max en 2017). En el caso de Otis, destaca la velocidad con la que pasó de tormenta tropical a huracán categoría 5 en un lapso de 12 horas. Otis, fue alimentado por la presencia de una zona de aguas oceánicas muy cálidas, alrededor de 31°C cuando usualmente se ubican en torno a los 28°C. Esto permitió que Otis aumentara su fuerza en poco tiempo al pasar de vientos sostenidos de 64 km/hora, característicos de una tormenta tropical, a vientos de 270 km/hora ya como huracán categoría 5. Una transformación tan rápida de tormenta tropical a huracán categoría 5 no se había observado previamente en el Pacífico mexicano. Los registros de la temperatura de los océanos muestran un acelerado calentamiento durante las últimas dos décadas debido al calentamiento global del planeta, e incrementa la intensidad de los huracanes y la rapidez con la que cambian de categoría. Esto ayuda a entender por qué eventos extremos como Otis pueden repetirse en un futuro próximo.
La segunda dimensión considera la capacidad de prevenir desastres similares a los ocasionados por Otis. México es un país expuesto a los impactos de los huracanes en el océano Pacífico y el Golfo de México y el Caribe. La historia reciente del impacto de esos huracanes muestra la importancia de sus consecuencias en la pérdida de vidas humanas, daños en la infraestructura y los servicios, el número de damnificados, y el costo de daños económicos.
La gestión del riesgo de desastres en México cuenta con un marco normativo a través de la Ley General de Protección Civil de 2012 y un marco operativo cuyo eje central es el Sistema Nacional de Protección Civil (SINAPROC) creado en 1986. Este sistema ha logrado integrar capacidades de respuesta y monitoreo de emergencias en el sector público a nivel federal, pero los vínculos con el sector privado y social, esenciales en la gestión integral del riesgo de desastres, son débiles y las capacidades de respuesta a nivel estatal y a nivel municipal requieren mayor desarrollo. Una limitante importante del SINAPROC es su enfoque predominantemente reactivo en los tres órdenes de gobierno con muy poca atención a la prevención de desastres. Hasta 2021, 94% de los recursos se destinaron a la atención de los desastres y únicamente 6% a prevenirlos.
Consideramos fundamental que México cambie su esquema reactivo por un enfoque preventivo de los desastres, en particular tomando en cuenta los impactos observados y los riesgos proyectados del cambio climático. El caso de Otis es una seria llamada de atención en este sentido. Problemas adicionales importantes de mencionar en el SINAPROC son: la urgente necesidad de actualizar y mejorar el Atlas Nacional de Riesgos, los Atlas Estatales de Riesgo, y los Atlas Municipales de Riesgo (datos del INEGI muestran que solo 19% de los municipios en México cuentan con un atlas de riesgo). Diversos estudios han documentado importantes limitantes en esos atlas: pocos de ellos cuentan con un análisis de vulnerabilidad que permita identificar sus causas subyacentes; las amenazas consideradas son un inventario de consecuencias observadas a nivel local, pero sin un análisis del riesgo en el corto, mediano y largo plazo; un número significativo de esos atlas fueron elaborados por consultores sin contar con suficiente experiencia previa en la gestión integral de los desastres; no tienen un carácter vinculante para orientar el crecimiento, reducir la vulnerabilidad y prevenir el riesgo de desastres; no toman en cuenta la vulnerabilidad al cambio climático y no tratan de crear sinergias con acciones de adaptación; muchos de esos atlas requieren actualizarse tomando en cuenta cambios en las condiciones locales y el nuevo conocimiento creado sobre los impactos y riesgos de la variabilidad y el cambio climático.
Una sociedad organizada con claros protocolos para la prevención, preparación y respuesta ante los desastres reduce los daños y pérdidas. Esa organización es también esencial para responder después del desastre durante la reconstrucción, afianzando las capacidades de respuesta comunitaria. Todas estas son tareas que no se han atendido durante décadas, pero que no pueden seguir posponiéndose. Desde el Comité Ejecutivo de la Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima consideramos que la acción decidida no puede esperar más, es necesario actuar ahora antes de que se cierre nuestra única ventana de oportunidad.