Nada cambia, todo sigue igual, siempre es la misma cosa, la historia se repite y otras similares además de la clásica: la historia no sirve para nada, son sentencias populares con las que solemos vernos confrontadas y confrontados quienes nos dedicamos al estudio de la historia.
Expresadas por quien conduce el taxi en que viajamos, la desconocida pero conversadora persona que nos toca al lado en el autobús o en el avión, las y los integrantes de la familia, las amistades, el alumnado y a veces, aunque nos sorprenda, científicas y científicos de otras disciplinas y, lo que es más alucinante aún, del propio gremio, esas sentencias descalifican y nulifican la existencia de la disciplina/ciencia histórica, pues le niegan todo sentido.
Situándonos en el terreno mexicano, observamos que frente a la impugnación “la historia no sirve para nada”, se ha procurado actuar y transformado en el cuestionamiento Historia, ¿para qué?, a finales de la década de los setenta del siglo pasado, se generó un ciclo de reflexión para tratar de darle respuesta. La iniciativa tuvo en su origen el interés de mostrar la importancia de los archivos históricos pero extendido a la intención de responder a la provocación colectiva y a la necesidad de hacer comprender el sentido y la función de la historia. Dentro del gremio, no hay quien no haya leído el libro publicado por vez primera en 1980 que reúne los diez ensayos en cuyas páginas sus autores afrontan el desafío. Por cierto, que entre las diez personas convocadas entonces no figuraba ninguna mujer.
A partir de ahí podemos trazar una línea, y sus ramificaciones, de inquietudes y discusiones sobre el tema que se tradujo en diversos eventos académicos y publicaciones que llegan hasta el día de hoy. Paralelamente, preocupaciones relacionadas con cuestiones teóricas y metodológicas, con sentidos y funciones del oficio y la materia histórica, han dado impulso a apasionados e interesantes debates, entre los que continúan con gran fuerza el de memoria e historia, que ha ocupado amplios espacios de la disciplina, y ni qué decir de las polémicas en torno a la historia del tiempo presente o las preocupaciones por la divulgación de la historia, por mencionar algunos.
Otro tema que toma impulso periódicamente, y que ha cobrado fuerza durante esta última administración presidencial, ha sido el del uso político de la historia, respecto del cual, por cierto, hace falta una reflexión pública más profunda y razonada, que rebase las posiciones polarizadoras de defensa y de ataque, de justificación y descalificación. Pero, me parece, que aquello sobre lo que no hemos discutido, al menos no suficientemente, es cómo responder a esas difundidas, aunque erróneas, convicciones populares: nada cambia, todo sigue igual, siempre es la misma cosa, la historia se repite. Lo que, desde mi entender, va aparejado de la necesidad de hacer inteligibles los vínculos entre el pasado y el presente y de poder explicar, de manera clara, qué son y qué significan y cómo juegan en la construcción del discurso histórico el pasado y el presente. Me refiero al mexicano, porque en el ámbito internacional la historiografía es amplia, desde el tomo titulado Pasado y presente, publicado en la década de los años veinte, que forma parte de los Cuadernos de la Cárcel de Antonio Gramsci, hasta la revista británica del mismo nombre fundada en 1952 o las reflexiones de la Escuela de los Annales, por mencionar algunos referentes obligados.
Quienes nos dedicamos a investigar y/o enseñar historia en México debemos, de manera urgente, enfrentar un doble desafío: uno, frente al desaliento popular que se traduce en el reduccionismo simplista de negar la historia aduciendo que siempre es la misma, debemos hacer entender que la historia no se repite, que nunca se repite. El otro, en estrecho vínculo con el anterior, es el de intentar mostrar y demostrar que, a pesar del continnum que la caracteriza, en tanto la historia nunca es la misma, nunca es igual el momento de hoy al de ayer, la historia importa. E importa porque la historia trata, al mismo tiempo, del pasado y del presente.
En tanto la historia no es sólo la del pasado, como suele considerarse, sino también la del presente, entonces, ¿tenemos un compromiso con el presente? ¿Y cuál es ese compromiso, en qué reside? ¿implica posicionarnos, siguiendo a Marc Bloch, respecto a los acontecimientos que tienen lugar en el tiempo que habitamos? ¿O es que quienes hacemos historia no tenemos compromiso con el presente, como parecen pensarlo algunos y algunas colegas? ¿Debemos o no cuestionar y opinar sobre el presente valiéndonos de las herramientas del oficio? ¿Y qué hacemos y cómo hacemos para que las personas comprendan las asociaciones entre el pasado
y el presente que hacen de la historia una disciplina imprescindible? ¿Cómo disociamos pasado y presente para hacerlos inteligibles? O, más aún, es necesario plantear la disyuntiva ¿los podemos disociar? ¿No es acaso nuestra obligación, no es una exigencia de la disciplina, ser conscientes que leemos el pasado con los preceptos del presente? ¿Si la historia que escribimos no parte de la conciencia de que la estamos escribiendo desde el presente que nos condiciona, qué historia estamos escribiendo entonces?
Escribimos desde el presente, verdad de Perogrullo, y, en ese sentido, ¿podríamos o tendríamos que afirmar que toda historia es historia del presente? Entonces, ¿el pasado es siempre presente? ¿No hay historia del pasado? ¿El pasado es una invención del presente? ¿Lo que tenemos es siempre una historia del presente que escribe y reescribe el pasado? Si el México de ayer sólo puede ser leído desde el México de hoy, entonces, ¿de qué va la historia? ¿Qué me explica el pasado del presente o, más aún, me explica algo del presente el pasado? ¿O es el presente el que me explica el pasado? ¿Y cómo explicar esto a quien nos leen o escuchan? Tratar de responder, de ser capaz de verbalizar la explicación de una manera clara y simple que pueda transmitir a mis estudiantes, al vecino curioso, a la pariente que cuestiona, lo confieso, a mí no me resulta fácil.
Pues sí, en efecto, como debe haber quedado claro, yo escribo estas líneas para plantear dudas, inquietudes. Y en esa ruta continúo. Ante esas convicciones populares, yo me topo con la dificultad para explicar la trampa y la falacia que entrañan tales afirmaciones y convencer a la emisora o el emisor de que la historia es siempre otra, que nunca es la misma historia. Y me pregunto, ¿qué hacer o cómo hacer con las herramientas de que dispongo como historiadora para entender la actualidad de la que formo parte y poder ponerla en perspectiva con ese pasado que se cierne como una sombra sobre este presente que habitamos y que parece mimetizarse con él, con el pasado? O, quizá sea más conveniente preguntarse sí siquiera eso es posible. Y, ¿cómo hacerlo sin caer una misma en la trampa de hacer parecer que si se entiende el pasado se entiende el presente o a la inversa?
¿Cómo explicamos a las demás personas, a quienes leen, miran y escuchan historia/historias, que las diversas versiones que se generan, en un mismo tiempo y a través del tiempo, son igualmente válidas porque se explican y nos explican el presente que las
generó al tiempo que dan cuenta del pasado que recuperan? ¿Cómo hacemos entender a las demás personas que en el estudio y la escritura del pasado, sea este lejano o reciente, pesa siempre el presente? ¿Y cómo hacemos entender que el peso de ese presente no implica manipulación, al menos no necesariamente, ni constituye una especie de fraude gestado por la disciplina?
En fin, lo que me preocupa es tener en claro cómo logramos transmitir la idea de que la historia es un caleidoscopio y que aunque las piezas que lo integran –al caleidoscopio– son siempre las mismas, cuando un movimiento de la mano, voluntaria o involuntariamente, lo gira todo cambia de posición y al hacerlo se transforma la imagen que las piezas componen y que la mirada observa. El caleidoscopio, con sus espejos y láminas traslúcidas, ofrece un paisaje generalmente colorido y atractivo al mismo tiempo, pero las formas que adquiere no dependen únicamente de sus componentes internos ni del aparato en sí, ni aun de la mano que lo mueve, pues hay condiciones y factores externos, como la luz, por ejemplo, que actúan directamente sobre él e influyen de manera significativa en la composición. Su funcionamiento es muy simple, pero las figuras que se forman suelen resultar, además de cambiantes, complejas y por cambiantes, complejas.
La historia tiene, en parte, calidad de caleidoscopio, parece algo sencillo pero resulta que no logramos tener una imagen que permanezca estática y cuando estamos empezando a describir y entender una, la forma ya cambió. La historia es un caleidoscopio y sólo así puede ser narrada y ahí radica su valor. Pero, ¿cómo hacemos para explicarlo?
Fausta Gantús
@fgantus
Escritora. Profesora e Investigadora del Instituto Mora (CONACYT). Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes en Ciudad de México y en Campeche. Autora del libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888. Coautora de La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892. Ha coordinado trabajos sobre prensa, varias obras sobre las elecciones en el México del siglo XIX y de cuestiones políticas siendo el más reciente el libro El miedo, la más política de las pasiones. En lo que toca la creación literaria es autora de Herencias. Habitar la mirada/Miradas habitadas (2020) y más recientemente del poemario Dos Tiempos (2022).