Por: Claudia Patricia Pardo Hernández
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
Las costas de Nueva España se caracterizaron por ser insalubres, una extraña peste mataba a las personas, sobre todo a aquellos que no eran originarios de la zona. La fiebre amarilla o “vómito prieto”, como comúnmente se le conocía, llenó de pavor a los viajeros que llegaban o salían del puerto de Veracruz. Se sabía que rápidamente se podía comenzar a sentir un gran malestar, la fiebre, el dolor generalizado, eran los primeros signos, para después vomitar negro y morir, todo esto en unos cuantos días. Pasar por el puerto era un riesgo, por esa razón, cuando se desembarcaba, una vez en tierra, se tenía prisa por continuar el viaje y subir hasta Xalapa en donde el peligro de muerte ya no era motivo de preocupación; igualmente se tenían prisa por embarcar y levar anclas, para dejar atrás el malsano clima, al que se achacaba el origen del mal; pero si habían sido infectados, dejar el puerto no era garantía de supervivencia: días después aparecían los primeros síntomas. Desde la época colonial hasta el siglo XIX la costa del golfo y la península de Yucatán fueron zonas de fiebre amarilla endémica. Algunos historiadores han afirmado que la primera epidemia fue en 1648 y que cundió desde Campeche hasta Mérida, en donde era llamado Xekik, el vómito de sangre. Fue a partir del siglo XVIII cuando el vómito prieto se extendió a lo largo de la costa del Golfo. Durante el siglo XIX la maligna calentura también ocupó el litoral del Pacífico.
La fiebre amarilla se transmite a través de la picadura del mosco hembra de la especie Aedes Aegypti, que inocula un virus de la especie arbovirus. Para que infecte, el mosco tiene que haber picado a una persona enferma y después a una sana a la que le transmite la enfermedad, esta modalidad se denomina urbana; mientras que si el mosco previamente picó a un mono enfermo y después contagia a un humano, se produce la modalidad selvática. Las zonas en donde existe agua estancada o depósitos propios para la reproducción de las larvas de moscos eran áreas en donde se adquiría la infección, pero no se sabía qué o cómo se transmitía. Las teorías médicas de los siglos XVIII y XIX estaban muy lejos de conocer el origen del padecimiento, por lo que lo atribuían a los malos olores, a la putrefacción de las materias, a los cambios climáticos, entre otros factores.
Pero qué pasaba con la gente que llegaba al Puerto o a las zonas insalubres que enfermaba y moría rápidamente. Sobre todo, se decía que atacaba principalmente a los europeos. Los primeros síntomas se comenzaban a presentar entre los tres y seis días posteriores al encuentro con los mosquitos. En la modalidad menos severa daba un fuerte dolor muscular y de cabeza, fiebre, náuseas, vómitos, mareos, eran las manifestaciones más comunes y duraban unos cuantos días. Pero una parte de los contagiados podía presentar una infección más grave, en donde después de la primera fase de malestares y fiebre, disminuían los síntomas por uno o dos días, para seguir con una segunda etapa mucho más grave en donde las signos eran más agudos: aparte del malestar generalizado, la persona tomaba una coloración amarillenta pues el hígado estaba afectado, aparecían hemorragias por nariz, ano y estómago, de ahí que el vómito fuera muy oscuro a lo que se añadía una falla en riñones, del sistema cardiovascular y la muerte. La fiebre amarilla se convirtió en un problema de salud pública muy importante para las diferentes autoridades sanitarias.
Y ¿cómo llegó un mosco originario de África hasta las tierras americanas? Los barcos transportaban en sus bodegas toda clase de cosas, entre ellas toneles de agua para la larga travesía del océano Atlántico, de ahí se supone que en los navíos que conducían esclavos procedentes de las costas africanas, en donde la fiebre amarilla era endémica, debió llegar en los depósitos de agua un lote de moscos y larvas que fue suficiente para aclimatarse primero en la región del Caribe y posteriormente viajar al continente.
Los moscos, después de picar a un individuo, pueden conservar el virus vivo por varios días e infectar a otras personas en un radio de 300 metros, que es su área de vuelo. La medida de aislar a los enfermos no podía hacer nada pues nadie pensaba que un diminuto y molesto insecto fuera el propagador de una enfermedad tan terrible.
Varios viajeros que llegaron describieron el mal. Alejandro de Humboldt escribió sobre la tierra caliente, “cuando los europeos no aclimatados van a vivir a ellos [los lugares] por algún tiempo o cuando se reúnen en los pueblos de mucho vecindario, se produce allí mismo la fiebre amarilla”. Joel Poinsett, primer diplomático estadounidense en el México independiente, decía que temía al clima veracruzano, que la causa del vómito y las fiebres biliosas eran la gran cantidad de charcos de aguas estancadas que rodeaban a la ciudad, así como la presencia de materias corrompidas y putrefacción animal. Como era común en la época se le atribuían las enfermedades a los fétidos y malos olores, pero no a las larvas o microorganismos que contaminaban las aguas. En los meses de calor las fiebres mortales aparecían y subía el número de enfermos, razón por la cual los viajeros trataban de embarcarse durante los meses de invierno pese a los fuertes nortes que dificultan y hacían peligrosa la navegación.
El siglo XIX vería que el mal seguía instalado en el puerto y que, pese a los premios ofrecidos para encontrar la cura, la gente seguía muriendo de vómito. También se encontraba en la parte norte, en el estado de Tamaulipas. Sin embargo, tanto en la intervención norteamericana como en la francesa, los ejércitos invasores fueron diezmados por la fiebre; un enemigo diminuto que no esperaban. Entre 1855 y 1885 la enfermedad, en modalidad de epidemia, se sintió, en diferentes momentos, en las costas de Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit Sonora, Sinaloa y Baja California. Todo el litoral del país se encontraba “enfermo” de un mal que atacaba a todos y para el cual no se encontraba remedio alguno.
La fiebre amarilla también se localizaba en buena parte de la costa atlántica de los Estados Unidos, en 1793 murieron en Filadelfia, en tres meses, cuatro mil personas, de una población de 28,000. El Caribe, Centro América y las costas sudamericanas también sufrían de la maligna fiebre. La primera fase de la construcción del Canal de Panamá, que inicio en 1881, fue un fracaso para la compañía francesa a cargo, ya que murieron unos 22,000 obreros franceses. Después de la guerra de Cuba, en el año de 1900, las tropas norteamericanas asentadas en la Isla sufrían de numerosas bajas a causa de la enfermedad, así que el ejército se dio a la tarea de organizar un equipo de médicos que se instalarían en Cuba para investigar la peste amarilla y encontrar una cura. El equipo de médicos del ejército, Jesse Lazear, James Carroll, Walter Reed y Arístides Agramonte, tuvieron conocimiento de que un médico cubano, Carlos Finlay, afirmaba que la picadura de los mosquitos era la que transmitía la enfermedad, teoría que no era aceptada, así que cuando el equipo formado por el ejército norteamericano visitó a Finlay y escucharon sus argumentos decidieron investigar si eran ciertos. Después de un ensayo y de que no fueran muy bien recibidos sus resultados, experimentaron nuevamente, pero en condiciones controladas y confirmaron las observaciones de Finlay: el mosquito hembra Aedes Aegypti era el vehículo que enfermaba a una persona sana después de haber picado a una enferma; no obstante, aún no se sabía cuál era el bicho que enfermaba; faltaban algunos años para conocer a los virus…
Una vez que se encontró la causa de la enfermedad se procedió a eliminar el origen del contagio, los moscos. La desecación de pantanos, los mosquiteros, evitar los depósitos de agua al aire libre y, posteriormente, el uso de insecticidas, entre otras medidas, hicieron que para el siglo XX la fiebre amarilla se encontrara controlada. Pero fue hasta 1936 cuando Max Theiler, virólogo de la Fundación Rockefeller de Nueva York, desarrolló la vacuna que permitió enfrentar a la enfermedad.
En México, a partir del conocimiento de cómo se daba la transmisión de la fiebre amarilla, se inició el combate en contra de los mosquitos; el último caso clínico que se presentó fue en enero de 1923 en Tuxpan, Veracruz.
Pese al triunfo del hombre contra tal enfermedad, ésta sigue presente en varias regiones del mundo, como su causante es un virus la única forma de enfrentarlo es por medio de la vacuna, que es recomendada a los viajeros que pretenden acceder a las zonas en donde permanece de forma endémica. En la actualidad los moscos también son transmisores de enfermedades como el Zika o el Chikungunya, por lo que debemos estar atentos a cuidarnos de esas pequeñas amenazas aladas.
Para saber más:
Salvador Novo, Breve historia y antología sobre fiebre amarilla, México, Secretaría de Salubridad y Asistencia/La Prensa Médica Mexicana, 1964.
Hiram Félix Rosas, Cuando la muerte tuvo alas. La epidemia de fiebre amarilla en Hermosillo (1993-1885), Hermosillo, El Colegio de Sonora, 2010.
Carlos Alcalá Ferráez, “De miasmas a mosquitos: el pensamiento médico sobre la fiebre amarilla en Yucatán 1890-1820”, en História, Ciências, Saúde – Manghinos, Río de Janeiro, vol. 19, no. 1, jan-mar 2012, pp. 71-87.
*Claudia Patricia Pardo Hernández:
Doctora en Historia por la Universidad del País Vasco. Profesora investigadora del Instituto Mora. Como docente imparte cursos de Historia Cuantitativa, Metodología de la Historia Económica, Historia Mundial, Económica Política y Social (siglo XX), Historia de Europa (siglo XX).
@institutomora