La educación para la recepción y la educación audiovisual siguen siendo ausencias importantes de la formación básica, media y media superior. Solventar esas carencias constituye un aprendizaje de vida posterior en función de los intereses y gustos de cada quien, dejando sujeta nuestra formación como espectadores a variadas condiciones de vida y posibilidades según cada caso. Porque espectadores “tipo esponja” lo somos todos, recordemos que cada medio audiovisual surgió con la promesa de entretener a la población. Sin embargo, hay una amplia producción y quehacer en el ámbito, que poco tiene que ver con fines de entretenimiento, y que busca indagar, compartir, entender y explicar diversidad de procesos que surgen de lo real y de problemas sociales, detonantes de conocimiento y reflexiones de todo tipo.
Es en este marco en el que se desenvuelve el documental, desde sus propios orígenes. Y su apreciación dista bastante de lo que demanda en un espectador el acto de sentarse a ver una película. Si no estás en el modo de enfrentar temas complejos, delicados, problematizados, o incluso temas poco tratados por otros medios, difícilmente optarás por ver un documental. Quien lo hace, siempre busca algo más que no ofrece una película de ficción (con muy honrosas excepciones desde luego en el mundo ficcional).
En las entrañas del documental están vínculos con diversidad de realidades, con personas comunes como somos todas, no formadas en el mundo de la actuación, con guiones que quizá nunca fueron escritos, sino elaborados en el hacer en campo, en el documentar, en el editar… y, sobre todo, vínculos con personas autoras que nos comparten preguntas, búsquedas, hallazgos, encuentros, reflexiones, dilemas, tanto personales, como colectivos y sociales.
Ahora bien, como espectadores rara vez nos preguntamos cómo están hechos y con qué elementos, más bien es común que demos por sentadas sus diversas partes, que seguido han implicado años, o al menos muchos meses de trabajo, sin preguntarnos sobre los múltiples detalles que hay detrás de su hechura. Solo en salas tipo cineclub y hoy día en espacios también virtuales de discusión cinéfila, podemos encontrar personas espectadoras que buscan ir más allá en aquellos procesos de recepción y ahondar en el quehacer documental y sus diversas partes, funciones, retos y posibilidades, así como logros o tropiezos. Pero esta práctica sigue alejada de las aulas en general, donde no destaca el uso del documental para el desarrollo de conciencias críticas.
En este ámbito se introdujo un espacio colectivo de investigación que, desde sus orígenes hace más de dos décadas, buscó ahondar en la investigación social con imágenes, poniendo el énfasis justamente en sus retos y posibilidades metodológicas. En el 20º aniversario del Laboratorio Audiovisual de Investigación Social del Instituto Mora, estamos concentrados en gran medida en deconstruir y reconstruir los quehaceres y entornos de la producción documental tanto contemporánea como a lo largo de un siglo de realizaciones que lo caracterizan y transforman día con día, con una amplia y destacada producción en América Latina, de particular interés para el equipo.
¿Cómo se concibe el documental? ¿Por qué es tan diverso? ¿Qué tiene en común y en contraste con los procesos investigativos de lo social? ¿Metodológicamente, cómo se elabora y a partir de qué? ¿Y cómo han mudado esos métodos e insumos para su producción, a lo largo de más de un siglo de realizarse? Todas estas preguntas ameritan reflexiones y pensamientos que van más allá de la formación en comunicación o periodismo y se vinculan estrechamente con todo proceso de investigación social, más allá de las disciplinas de que se trate. Hoy día el uso de los medios audiovisuales claramente ha transgredido esos compartimentos, y particularmente el documental asoma como una forma de expresión cada vez más plural.
En este afán, nos reunimos desde hace algunos años en un seminario periódico, Bitácora Metodológica, donde hemos trabajado desde el acompañamiento metodológico de varias investigaciones y producciones audiovisuales en curso, como también deconstruyendo y departiendo con autoras y autores de documentales recientes. Siempre con el propósito de reconocer sus partes y dilucidar los procesos investigativos y creativos que hacen posible su hechura, con las diversas etapas que esto implica y las necesidades metodológicas que cada caso coloca.
Toda lectura y autoras/es invitados han sido el vehículo para deconstruir ese entramado de relatos que constituye el lenguaje audiovisual, en forma documental, para discernir propósitos o intenciones, elementos documentados, voces protagónicas, experiencias humanas comunes y disímbolas, problemas sociales de índole pública o más íntima, documentos legados para analizarlos y confrontarlos, herramientas utilizadas para dilucidar y entender, recursos y dispositivos desplegados para narrar y compartir, entre varios aspectos más de todo lo que implica una realización documental.
Ahondar en las bitácoras del documentalismo ha sido la prioridad de este seminario que todavía promete apertura a muchas ventanas para asomarse al universo de este quehacer de investigación, compromiso, colaboración, ética, rigor y conocimiento que constituye las entrañas de toda propuesta, luego desplegada con múltiples y diversas dosis de creatividad, poesía, realismo, énfasis, sutilezas, humor, entre más recursos y dispositivos que siguen proponiéndose y transformándose día con día, después de un siglo de experimentar, realizando con las diversas tecnologías disponibles.
Primero eran cámaras sin registro sonoro, con grandes limitaciones de tiempo en su registro y rústicas moviolas para ir cortando y pegando el soporte de acetato conocido como película al montarlo. Más adelante vendría la posibilidad de contar con registros sonoros, aunque no fueran sincrónicos, y todas las dificultades que su ensamble implicaba. Con las posibilidades del registro sonoro sincrónico, el documental dio un salto enorme en su potencial al documentar, al narrar y al compartir los problemas de estudio, de ahí que la segunda mitad del siglo XX todavía constituya un reto amplio de investigación. Y finalmente, el paradigma digital, colocó aún más opciones al dejar atrás la tradición lineal de narrar para potenciar numerosos relatos que todavía estamos ideando y creando en función de la práctica con las nuevas cámaras y diversos dispositivos de registro, así como nuevas formas de edición que están lejos de aquel corte y confección material de los inicios.
Todas estas coyunturas técnicas replicaban por supuesto en los equipos de producción, de inicio aparatosos y con grupos considerables de colaboradores. Con el tiempo, se fueron sofisticando las posibilidades técnicas a la vez que reduciendo las necesidades de equipo y de muchas manos. Hoy día una sola persona o unas pocas, pueden hacer lo que antes implicaba todo un grupo, y con apenas algunos equipos realmente compactos, en comparación con los que implicó en sus inicios realizar cine documental. En la actualidad, mujeres, hombres, jóvenes y ya también niñas y niños realizan documental, ahí otra cara de esa pluralización de miradas y versiones.
Por todo ello, el énfasis de nuestro seminario ha estado en la investigación y lo que conlleva revisarla desde el documental: la necesidad de pensar en imágenes, los retos de buscarlas en archivos diversos y acceder a ellas, los pormenores de producirlas en campo, los desafíos en vincularse con sujetos y comunidades diferentes, las posibilidades de conocer experiencias personales y colectivas que potencian el entendimiento del mundo, las posturas teóricas de las que se parte para abordar los temas, las transformaciones tecnológicas a las que adaptarse de forma permanente, las dificultades teóricas y metodológicas de abordar amplios corpus documentales de imágenes y sonidos, y un largo etcétera de matices y singularidades de una práctica audiovisual y cinética ampliamente arraigada, pero todavía poco conocida entre la diversidad de usuarios que acceden cada vez más a ella vía las nuevas redes y plataformas.
Lourdes Roca es profesora-investigadora del Instituto Mora y coordina el Laboratorio Audiovisual de Investigación Social que ahí fundó en 2002. Es doctora en antropología, con formación multidisciplinaria en comunicación, historia y antropología, y centró sus primeras investigaciones en los años noventa en la divulgación histórica audiovisual y la realización de documentales de investigación. Se dedica a la investigación audiovisual y a la construcción de propuestas metodológicas para la incorporación de las imágenes como fuentes de investigación. Cuenta con diversas publicaciones impresas y audiovisuales, y es integrante fundadora de ReDOC Investigación. Red de Investigación sobre Documentales.
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