Hace algunas décadas los partidos de futbol de la liga mexicana contaron con la narración de importantes periodistas, quienes marcaron la historia de la crónica deportiva con oraciones ingeniosas y apodos memorables. Uno de ellos, Ángel Fernández, no dudaba en definir al futbol como “el juego del hombre.” La frase, tan significativa como cuestionable, reflejaba mucho de la postura que las sociedades del siglo pasado tenían respecto al carácter “viril” de esta práctica deportiva. El futbol en particular, se entendía como un deporte en el que se expresaban aptitudes masculinas y, por lo tanto, estaba vedado a las mujeres.
Hoy en día afirmaciones de este tipo resultan más que criticadas. El año pasado, la celebración del mundial femenil fue todo un acontecimiento mediático que demostró que el futbol practicado por mujeres brilla con luz propia y su afición suma millones de personas. No obstante, la lucha de ellas por defender su derecho a desarrollarse en cualquier actividad deportiva no tiene su origen en este siglo, sino en el pasado. Justamente, durante las décadas en las que se les excluía con mayor fuerza, ellas resistieron a las imposiciones.
Si bien se tiene registro de que los primeros equipos femeninos datan de finales del siglo XIX en Inglaterra, en México los conjuntos amateurs integrados por mujeres surgieron, por lo menos, hasta finales de la década de 1950. Sin embargo, el año de 1970 fue el momento en que las futbolistas mexicanas saltaron a la gran escena del balompié internacional, en lo que significó una abierta transgresión a los imperativos y la opresión de las sociedades patriarcales.
A comienzos de la década, la joven Federación Internacional Europea de Futbol Femenino (FIEFF) organizó el primer mundial de la categoría que, aunque no fue reconocido por la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), se disputó del 6 al 15 de julio. El patrocinador, una marca de bebidas alcohólicas, se hizo del nombre del torneo, por lo que también fue conocido como la Martini Rosso Cup. Los equipos participantes accedieron al mundial por invitación, pues no hubo una ronda eliminatoria, de modo que se registraron las selecciones de México, Italia, Austria y Suiza en el grupo uno, mientras que el grupo dos lo conformaron la República Federal de Alemania, Inglaterra, Dinamarca y Checoslovaquia, que al final no pudo participar.
Las jugadoras de México, todas amateurs y sin ningún tipo de apoyo por parte de la Federación Mexicana de Futbol (FMF), partieron rumbo a Italia en condiciones críticas. El equipo sumaba apenas dos meses de entrenamiento, algunas de ellas eran menores de edad, nunca antes se habían subido a un avión, contaban con poco dinero y no tenían equipamiento deportivo. Este último problema encontró solución gracias a que poco antes del viaje el futbolista Enrique Borja apoyó a la selección femenil con uniformes. A pesar de las difíciles circunstancias, las futbolistas tenían claro que darían su mejor esfuerzo para tener un buen desempeño. Con disciplina táctica y la mejor disposición, podrían hacer frente a jugadoras que habían entrenado mucho más tiempo que ellas. Al llegar a Europa, las mexicanas notaron que ni siquiera tenían un lábaro patrio para el desfile, así que improvisaron uno: tomaron una bandera italiana y le pegaron un escudo de México.
El torneo inició con el enfrentamiento entre mexicanas y austriacas. Sin dejarse amedrentar por la lejanía, las precarias condiciones y la habilidad de las europeas, la selección de México se impuso con un contundente 9 a 0. Una jovencita de dieciséis años fue la estrella del partido, pues anotó cuatro goles y a la postre fue la goleadora del certamen. Su nombre: Alicia Vargas. Con el transcurrir de la competición las mexicanas alcanzaron las semifinales y cayeron frente a las anfitrionas por 2 a 1. En el partido por el tercer puesto celebrado en Turín y frente a 3 mil personas, vencieron al poderoso equipo inglés por 3 a 2, mientras en la final Dinamarca vencía a Italia. El sorpresivo tercer lugar de las futbolistas mexicanas les granjeó la admiración y el reconocimiento internacional, no así por parte de los directivos de nuestro país. No obstante, un año más tarde México fue anfitrión del segundo mundial femenil de la especialidad, en el que las mexicanas volvieron a brillar.
A 50 años de esa primera copa del mundo poco se reflexiona sobre la importancia histórica de ese grupo de mexicanas que desafiaron las imposiciones de una sociedad machista. Además, resulta necesario pensar en qué condiciones se encuentra el futbol femenil mexicano, cuánto ha avanzado y qué restar por hacer. Si bien ya se cuenta con una liga profesional de muy reciente fundación (2017) la brecha salarial entre jugadoras y jugadores es grotesca. Ellas ganan en promedio poco menos de 4 mil pesos mensuales, cifra que resulta aún más ofensiva comparada con las sumas millonarias asignadas a los varones. Esto sólo es un ejemplo para ilustrar que la equidad de género en el futbol es un horizonte todavía lejano, aunque no inalcanzable. Al final, la construcción de un México justo y equitativo dentro del campo y fuera de él exige recordar a quienes contra todos los pronósticos resistieron a la opresión. Esa selección femenil lo hizo, ellas hicieron historia. No debemos olvidarlas.
Giovanni Alejandro Pérez Uriarte es licenciado en Estudios Latinoamericanos y maestro en Historia por la UNAM. Actualmente es doctorante en Historia Moderna y Contemporánea en el Instituto Mora. Forma parte del Seminario de Historia de la Educación Física y los Deportes en México.
Twitter: @UriarteGio