La contabilidad existe desde que la humanidad descubrió los números y aprendió a contar. Desde entonces, se suelen aceptar cuatro etapas en la historia de la contabilidad; Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea.
Cada etapa tiene sus particularidades y, sin duda, no existiría una sin su antecesora. Pero como todo ciclo, tiene que llegar un fin para dar paso a un nuevo inicio. ¿Estamos, entonces, ante el fin de la presente etapa de contabilidad tal como la conocemos?
La respuesta depende mucho de lo que se quiera contar y la perspectiva desde la cual se busca hacerlo. Me explico. En la era contemporánea (la actual) la contabilidad se usa para medir (cuantificar) los activos, pasivos y capital de una empresa que son susceptibles de estimación económica. Algunos de esos activos son intangibles –claro está– como el posicionamiento de una marca presente en la mente de los consumidores, pero sin duda, a este posicionamiento se le asigna valor.
A nivel macroeconómico, hace ya tiempo, el economista Paul Samuelson había propuesto un indicador ajustado de la producción nacional como alternativa al PIB. Con esta medida, pretendía considerar en las cuentas nacionales sólo aquellos bienes que representan un valor positivo, corrigiendo así ciertas distorsiones (por ejemplo, la compra de misiles). A este indicador le llamó Beneficio Económico Neto (BEN), el cual excluye los componentes del PIB que no contribuyen al bienestar del individuo. Lamentablemente, no funcionó [1].
Pero a nivel microeconómico, la contabilidad también ha evolucionado hacia nuevas formas que cuantifican el bienestar y particularmente el impacto social, particularmente en las unidades económicas de tamaño considerable, como grandes empresas y corporativos.
A este término se le conoce en inglés como Impact-Weighted Accounts (traducido a veces como cuentas ponderadas por impacto o simplemente como contabilidad de impacto), una propuesta que implica que el valor de una empresa no solo está representado por sus activos, sino por el beneficio que éstas generan en el planeta o en la sociedad con la que interactúa.
Específicamente las cuentas ponderadas por impacto se definen como elementos de línea en un estado financiero, como un estado de resultados o un balance general, que se agregan para complementar el estado de salud y desempeño financiero al reflejar los impactos positivos y negativos de una empresa en los empleados, los clientes, el medio ambiente y la sociedad más amplia.
Transitar hacia un modelo que asigne valor al medio ambiente o a las causas sociales como el combate a desigualdad y la pobreza, es fundamental en un mundo donde imperan estos problemas y donde algunas industrias –no digo que todas– tienen un tremendo impacto en la huella de carbono o perpetúan malas prácticas, como el trabajo infantil.
En las ciencias sociales se suele decir que lo que no se mide, no se puede mejorar. Es por ello que los instrumentos, como la estadística o la contabilidad, son fundamentales para monitorear avances o retrocesos, tomar decisiones y establecer estrategias de crecimiento y desarrollo, ya sea a nivel macroeconómico o microeconómico.
Quiero pensar que la pandemia de COVID-19 tuvo que habernos enseñado algo, o habremos perdido una gran cantidad de vidas humanas sin ningún sentido. Ese algo que debimos aprender –entre otras cosas– debe ser asignar valorar, por encima de la estimación económica, a los otros bienes que son igual de importantes: la vida, la salud, el medio ambiente y un largo etcétera.
La contabilidad de impacto se encarga de eso; no obstante, aún es poco conocida y por lo tanto pocas empresas han cambiado su estructura contable. ¿cuántas de ellas no querrán hacerlo por miedo a quedar expuestas?
Esto es un proceso largo y seguramente complicado, pero que sin duda vale la pena realizar como parte del cambio de paradigma de entender el éxito y la riqueza en términos económicos a entenderla y apreciarla en términos de vida y de bienestar. Después de todo, si medimos para mejorar, ¿no deberíamos también mejorar la manera en que medimos?
Octavio Rocha es Licenciado en Economía con Especialidad en Microfinanzas y cuenta con un diplomado en Creación, Desarrollo y Dirección de Empresas Sociales. Ha sido docente en la Facultad de Economía y en la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM. Actualmente es maestrante en el programa de Cooperación Internacional para el Desarrollo del Instituto Mora, docente en la Universidad Tecnológica de México y colaborador en la Alianza por la Inversión de Impacto México.