Por: Giovanni Alejandro Pérez Uriarte
La pandemia producida por el virus SARS-CoV-2 modificó los planes de casi todes en el mundo. El impacto negativo alcanzó a la industria de los espectáculos deportivos al obligarlos a cancelar sus eventos. Con la esperanza de que la pandemia no se extendiera por tanto tiempo, los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se pospusieron para julio de este año. Sin embargo, la lucha contra la enfermedad se ha alargado más de lo imaginado y la situación se ha tornado crítica en muchas partes del mundo. Después de controlar el número de infectados, a finales del año pasado se registró un dramático crecimiento en la propagación del virus y el número de defunciones en Europa. En América Latina la situación no es alentadora, mientras que Japón atravesó su peor momento en enero, al contabilizar un incremento sin precedentes en el número de contagios y muertes.
En este contexto desolador resulta inevitable cuestionarse si los Juegos Olímpicos deberían realizarse. A simple vista y en el marco de la lucha contra el coronavirus, parece que lo más prudente sería cancelar o aplazar la edición XXXII de este evento. No obstante, al analizar un poco más a detalle las circunstancias a las que se enfrentan las autoridades y la sociedad japonesa, el tema se vuelve más complejo y tomar una postura ya no parece tan simple.
En diciembre de 2019, poco antes de que el coronavirus entrara en escena, se calculaba que Tokio 2020 costaría 3.8 veces más de lo que originalmente se había presupuestado. La cifra rondaba los 28 000 millones de dólares. Las autoridades japonesas realizaron una fuerte inversión para mejorar las comunicaciones, las vías de transportes, la infraestructura deportiva y los sitios turísticos. Tan sólo el Estadio Nacional de Tokio, en el que se celebraría la inauguración, clausura y los partidos de futbol, requirió una inversión de 1 400 millones de dólares. De acuerdo con los planes, se esperaba que 90 millones de turistas visitaran Japón en el verano de 2020, lo que hubiera significado una importante derrama económica para el país asiático.
Con la aparición del virus SARS-CoV-2, las autoridades japonesas y los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) debieron improvisar. En un primer momento afirmaron que todo se realizaría conforme a los planes. Sin embargo, esta postura no pudo ser sostenida durante mucho tiempo y decidieron aplazar el evento. Con ello, fue necesario renegociar los contratos con los patrocinadores y las cadenas televisivas que transmitirían el evento y quienes, desde luego, ya habían vendido sus espacios publicitarios. Al parecer, el aplazamiento de los Juegos Olímpicos obligó al comité organizador a reajustar su presupuesto, de modo que en junio del año pasado se pidió a los patrocinadores que aumentaran sus contribuciones.
Todo parece indicar que la lucha contra el coronavirus no concluirá en este año. Si bien es cierto que se ha acelerado la producción de vacunas y que algunos países han iniciado campañas de vacunación, resulta evidente que no todas las regiones gozan de los mismos beneficios. En ese marco, la disyuntiva está planteada: ¿celebrar los Juegos Olímpicos o cancelarlos? ¿Optar por cumplir con los compromisos económicos y tratar de atenuar las pérdidas millonarias o hacer todo lo necesario para evitar que el virus se siga esparciendo? ¿La vida o el dinero?
No sería la primera vez que un evento deportivo se cancela. La edición VI del evento, cuya sede iba a ser Berlín en 1916, tuvo que ser cancelada con motivo de la gran guerra, más tarde conocida como primera guerra mundial. En 1940 Tokio debía ser la sede de los XII Juegos Olímpicos, pero tuvo que renunciar y Helsinki tomó su lugar. Sin embargo, las competiciones no se realizaron por el estallido de la segunda guerra mundial. Lo mismo sucedió con Londres 1944, aunque en este caso el evento fue organizado por los británicos cuatro años más tarde.
Antes las dudas y los rumores en los últimos días el COI y el comité organizador anunciaron que el evento se va a celebrar a pesar de las circunstancias. Con base en un estricto protocolo de seguridad las y los participantes –quienes sumarán alrededor de 10 500 –y sus equipos deberán someterse a pruebas PCR, usar mascarillas, respetar la sana distancia y dedicarse únicamente a competir en sus disciplinas y volver a sus lugares de origen. A pesar del anuncio nada está asegurado y no está de más insistir en el cuestionamiento. ¿Qué se debería hacer? ¿Qué importa más? ¿Disminuir las pérdidas económicas o los contagios? ¿Quiénes padecerán los mayores daños con esa decisión?
Considero que Tokio 2020 no debería cancelarse, pero en un esfuerzo por priorizar el combate contra el virus, sí debería ser aplazado una vez más y celebrarse, tentativamente, en 2022, a pesar de que se empalme con los Juegos Olímpicos de Invierno y la Copa Mundial de Futbol. Las circunstancias actuales requieren medidas drásticas que implicarían renegociar los contratos con los patrocinadores y las cadenas televisivas. De cualquier modo, la decisión no es simple y hay razones millonarias que pueden llevar al COI y al comité organizador a impulsar el evento a como dé lugar. Sólo con el tiempo sabremos cuál fue la mejor decisión y, sobre todo, quiénes fueron los principales beneficiados y los más afectados por ella.
Mtro. Giovanni Alejandro Pérez Uriarte
Licenciado en Estudios Latinoamericanos y Maestro en Historia por la UNAM. Doctorante en Historia Moderna y Contemporánea en el Instituto Mora. Sus investigaciones versan sobre la historia social y cultural del deporte en América Latina. Desde 2017 forma parte del Seminario de Historia de la Educación Física y los Deportes en México, coordinado por la Dra. María José Garrido.
@UriarteGio