Por: Josué David Piña Valenzuela
Para la segunda mitad del siglo XlX el modo de producción capitalista estaba en su apogeo en las potencias europeas y Estados Unidos. La demanda exorbitante de recursos naturales y bienes de consumo de países subdesarrollados integró al mundo a la fuerza, consagrando así el proceso de globalización.
La locomotora, las vías férreas y el barco de vapor eran el símbolo de ese progreso. Está última palabra tal vez fue la más utilizada en los documentos oficiales de la época, seguida tal vez de modernidad y ciencia. Esa concepción era la “moda” de la época y todos las demás naciones debían amoldarse si querían participar de ella y ser considerados “modernos”.
Tales ideales fueron justificados por la cultura occidental a partir del pensamiento racionalista sobre el idealismo e ideas teológicas; es decir, la ciencia como estandarte o nueva religión. Incluso en el arte naturalista se configuraba ese espíritu de la época, ese reflejo era un síntoma del triunfo de las ciencias naturales en el discurso oficial.
Pero mientras se acercaba el siglo XX, un reducido círculo de pensadores y artistas marginados comenzaron a ver con sospecha esos supuestos beneficios y néctares de la modernidad. Muchos de estos personajes expresaban en ellos sentimientos de hastió por la monotonía de una vida desencantada. El vaivén ordenado y seguro de los valores burgueses les parecía lo más insoportables. Stéphane Mallarmé, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y Baudelaire fueron algunos de estos profetas que se refugiaron en un tipo de religión estetista.
Para entonces Marx ya había formulado que los seres humanos estaban influidos por las condiciones económicas y sociales en que vivían. Y aunque muchos de ellos eran conscientes de esta condición tampoco optaron por proponer una nueva forma de organización económica o política. Su propuesta fue evadir esa realidad racional, y como contrapropuesta individual, surgieron corrientes artísticas como el simbolismo, el impresionismo y el decadentismo principalmente en Francia.
Para los poetas decadentistas sobre todo, el negar lo real y sospechar del mundo moderno los orillaba a optar por una postura pesimista, a un nihilismo sin retorno. Este periodo fue conocido como la crisis de fin de siglo. Todo este contexto social y cultural fue abordado por Nietzsche quien pensaba que el rasgo más característico de la modernidad fue la institucionalización de la razón, facultad que propició una serie de males que lejos de liberar al hombre de la oscuridad lo hundió más en la desesperación.
La propuesta en esas corrientes artísticas que posteriormente se consideraron vanguardias, era un retorno al misticismo en contraposición a la exactitud racional de todos los ámbitos de la vida, para buscar lo indefinido, lo enigmático y encontrar significados en el misterio generado por la incertidumbre. De acuerdo con el historiador del arte, Arnold Hauser, tanto el materialismo histórico, el pensamiento nietzscheano, lo mismo que después el psicoanálisis, no eran más que expresiones de una constitución anímica y de pérdida de fe en sí mismo del proyecto modernizador.
Lejos de disminuir tales advertencias pesimistas con el subsecuente rumbo de la civilización, para mediados del siglo XX los filósofos occidentales no hicieron más que reafirmar este pesimismo.
Auspiciaron el fin de los grandes relatos y las verdades absolutas que le daban certeza y un sentido por vivir a los sistemas de gobierno y a los seres humanos: el comunismo, el capitalismo, el cristianismo, la democracia.
Esto se evidencia con el ambiente político contemporáneo el cual se encuentra en un proceso de desencanto, lo mismo que el actual sistema de mercado, su modo de producir y consumir. Esto lejos de redimirse ha propiciado más la desigualdad social y espacial en las ciudades.
Ahora con la propagación de la pandemia de covid-19 en el mundo muchos jóvenes, sobre todo, han logrado externar situaciones de zozobra y angustia. El pensar que después de la era poscovid la vida en los espacios públicos ya no será como los conocíamos, los pone en la misma condición que los artistas simbolistas y decadentistas frente al contexto histórico que les tocó vivir.
Di igual forma, apreciamos de nueva cuenta un rechazo a la razón, a las ciencias exactas, al sistema económico que no generado ese progreso prometido para todos. Cambiamos la astronomía por la astrología y pensamos que la estamos pasando mal por la forma en que están alineados los planetas. En el campo de la información nos negamos a creer y confiar en las fuentes oficiales. Apelamos a blogueros, youtuberos, influencers en lugar de periodistas o medios de comunicación tradicionales. Queremos encontrar teorías conspirativas en todos los acontecimientos políticos. Pasar largas jornadas por ratos reduce la ansiedad, pero a qué costo.
Ya no hay izquierda o derecha solo oportunismos. Observamos el retorno de gobiernos autoritarios, neopopulismos, políticos exacerbados que rayan en lo mesiánicos y sensacionalista. Pero el capitalismo lejos de extinguirse como aseguró Slavoj Žižek durante los primeros meses del confinamiento, ha mutado a las condiciones y necesidades actuales.
Los políticos mezquinos están lejos de proponer políticas públicas realistas. Nos queda el camino de la autogestión. Los especialistas en sustentabilidad apelan al rescate de la vida del barrio, ubicar en cada uno de ellos los equipamientos sociales, reestructurar los espacios públicos.
Lo que es seguro es que después de esta emergencia sanitaria todo va cambiar, aunque no sabemos si para bien o para mal. Sigue la incertidumbre.
Egresado de la Maestría en Historia Moderna y Contemporánea del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Es especialista en modernismo mexicano y prensa escrita de finales del siglo XXI. Ha colaborado en la revista BiCentenario. Actualmente es reportero e historiador de Culiacán, Sinaloa, y trabaja en la revista Espejo.
@jpinavalenzuela