Por FAUSTA GANTÚS y FLORENCIA GUTIÉRREZ

Un lugar simbólico que forma parte del patrimonio histórico de la sociedad mexicana es la residencia de la primera autoridad nacional: el presidente de la República. En México ese sitio cambió a lo largo de su vida independiente y cada mudanza implicó la construcción de un discurso político para justificarla y explicarla. Esos diferentes espacios elegidos para servir como habitación oficial en ocasiones tienen una historia que precede al momento de convertirlos en la casa presidencial, en otros casos han sido creados ex profeso con esa finalidad. Es posible afirmar que las tres residencias que los presidentes de la República mexicana ocuparon a lo largo de la historia nacional: el Palacio Nacional, el Castillo de Chapultepec y Los Pinos, entendidos como espacios donde se resguarda y resignifica la memoria colectiva, constituyen un observatorio privilegiado para reflexionar sobre los usos políticos de la historia. Mudanzas físicas de alto contenido simbólico, las decisiones sobre esos edificios implicaron diseñar intervenciones materiales y operaciones de sentido, todas ellas con fuertes connotaciones históricas y políticas.

El 30 de noviembre de 1934 Lázaro Cárdenas del Río, presidente electo de México, escribió en su diario: “Determiné no vivir en el Castillo de Chapultepec que ha venido sirviendo de residencia al presidente de la República, para que el público pueda visitarlo con toda libertad. Un 95% de la población no conoce el interior del castillo, que es de gran atractivo por su ubicación y sus antecedentes históricos”. El deseo cardenista se concretó con la inauguración realizada el 27 de septiembre de 1944, sólo que ya no le correspondería a él la celebración sino a su sucesor, Manuel Ávila Camacho.

El 2 de abril de 2018, durante su campaña como candidato a la presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) manifestó que: “En 1934, Lázaro Cárdenas abandonó la anterior vivienda presidencial, el Castillo de Chapultepec, porque resultaba demasiado lujosa […] No voy a vivir en Los Pinos […] Los Pinos van a pasar a formar parte del Bosque de Chapultepec; son 60 hectáreas que van a ser para el disfrute del pueblo, para las artes y la cultura de este”. La apertura de Los Pinos fue uno de los grandes gestos simbólicos de su toma de protesta como presidente, el 1 de diciembre de 2018. Esa residencia oficial tenía en el imaginario mexicano, a más del sello de exclusividad, también el de la opulencia, el derroche y los excesos de los sucesivos mandatarios, y sus familias, a costa del erario.

En la declaración del entonces candidato quedaba expresado su deseo de ser asociado con el presidente Cárdenas y sus políticas de carácter socialista y nacionalista. Hay en la narrativa de AMLO una clara intención política al señalar que Cárdenas había dejado el Castillo de Chapultepec “porque resultaba demasiado lujoso”, lo que el entonces presidente no expresó, pero le permitía al tabasqueño promover su identificación con una genealogía en la que buscaba inscribirse y con la que pretendía incidir en su construcción política. Así, la declinación a vivir en la residencia oficial implicó la conversión de Los Pinos en un Complejo Cultural destinado a acercar “al pueblo de México a las expresiones culturales y artísticas”, un espacio para el ejercicio del “derecho a la cultura”.

La recuperación y emulación del gesto cardenista –en favor de la apertura de un histórico edificio– pretendió asumir en 2018 un carácter fundacional. Simbólicamente, para el movimiento lopezobradorista, con la apertura de Los Pinos, se iniciaba la cuarta transformación política de México; comenzaba el anunciado “cambio de régimen político”, el fin del “neoporfirismo”, término que López Obrador retoma de Jesús Silva Herzog para recuperar y caracterizar los últimos 30 años de gobierno, anteriores a su llegada a la silla presidencial. Al mismo tiempo, la declinación de vivir en Los Pinos le permitía construir un imaginario asociado a la idea de “austeridad republicana”; el que suponía “terminar con los privilegios de la alta burocracia”.

En su carácter de primer mandatario, el cambio del lugar de residencia oficial del presidente constituyó una decisión que involucró y afectó directamente al emblemático e histórico edificio sede de los poderes de gobierno: el Palacio Nacional, y que marcó el inicio de muchas otras disposiciones. Así, AMLO transformó la residencia oficial de Los Pinos en un Complejo Cultural y convirtió al Palacio Nacional en la residencia presidencial, privando al pueblo del acceso a este espacio del que disponía hasta antes de su llegada. El Palacio Nacional, actual sede del Poder Ejecutivo de México, fue y sigue siendo un espacio privilegiado para promover y revitalizar elaboraciones del pasado y, por ende, intervenir en el presente. La decisión de adoptar el Palacio Nacional como residencia supuso una nueva justificación histórica. López Obrador fundó su medida en la del propio Juárez, en el honor que significaba vivir en el espacio donde él lo había hecho y, de esta forma, enfatizó el componente de la supuesta austeridad que unía ambas decisiones. Recordó que “el mejor presidente de la historia de México” había vivido en el Palacio Nacional tras el triunfo de la guerra de Reforma en 1861 aunque luego, con la intervención francesa, se vio obligado a abandonarlo y, finalmente, regresó a vivir allí después del triunfo de la República en 1867. Destacando la humildad y la modestia del personaje frente a las pretensiones y lujos de la corte, subrayó que Juárez había escogido las habitaciones destinadas al intendente del Palacio Imperial, donde murió en 1872. López Obrador, pretendiendo mirarse en el espejo histórico juarista, y concibiéndose a sí mismo como un hombre modesto, sentenció: “Nosotros decidimos regresar a vivir, estar de nuevo viviendo, que el presidente y su familia vivan de nuevo en Palacio y tampoco en un espacio de lujos […] es un timbre de orgullo, un gran honor vivir aquí en Palacio, donde vivió y murió Benito Juárez”. A su entender, las habitaciones del intendente del Palacio Imperial se reconocían en el, supuestamente, modesto departamento que el expresidente Felipe Calderón, durante su administración, había adaptado en una esquina del emblemático edificio.

Así, su llegada a la presidencia le ofreció una enorme oportunidad para reafirmar su voluntad de influir en las representaciones del pasado y, en un mismo movimiento, legitimar su proyecto político y el lugar que él ocuparía en esa transformación y en la propia historia nacional.

Las intervenciones sobre Palacio Nacional y Los Pinos abrevan en la lectura que AMLO hace del pasado, el lugar que se autoasigna en la historia y la forma en que esas elaboraciones justifican y legitiman su proyecto político. Las operaciones de uso y sentido sobre Los Pinos y Palacio Nacional contribuyeron a establecer la continuidad de su gobierno (y la cuarta transformación) con los de Juárez y Cárdenas (íconos de la segunda y tercera transformación). López Obrador inscribió y justificó las decisiones vinculadas con la residencia presidencial en las asumidas, en distintos momentos de la historia, por ambos mandatarios.

La conquista popular de estos espacios alimentaba la dicotomía entre los gobiernos neoliberales y las minorías beneficiadas con sus políticas (la oligarquía) y, del otro lado, el pueblo y los gobiernos dispuestos a hacer valer los intereses de las mayorías. En la decisión de habitar en Palacio Nacional y asociarse con figuras señeras del pasado patrio está también la intención de equipararse con Francisco I. Madero, su lucha por la democracia y, por qué no decirlo, se carácter de víctima del conservadurismo.

Así, AMLO inauguró su mandato presidencial con decisiones que implicaron no sólo una recuperación activa del pasado, sino una representación de enorme poder simbólico y material. Una puesta teatral, selectiva y discrecional; una narrativa que contribuyó a dotar de sentido a la cuarta transformación; una operación que, al transformar Los Pinos en centro cultural, ubicó a López Obrador como continuador del legado cardenista en favor del inexcusable actor del movimiento morenista: el pueblo.

De esta forma, buscó inscribirse él mismo en esa narrativa histórica que lo emparentaba con los referentes de lo que denominó como las tres primeras transformaciones nacionales. Su preocupación y recuperación por el pasado puede sintetizarse en la expresión que utilizó frente a la decisión de mudarse a Palacio: “No sé qué hacían en otro lado los presidentes si aquí está la historia nacional”.

Fausta Gantús / Instituto Mora

Florencia Gutiérrez / CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas)

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