Por: Itzel Mayans Hermida

La filósofa feminista Sally Haslanger señala que ser mujer implica, por definición, ocupar una posición social de subordinación. Esta subordinación se presenta al estar vigente una ideología dominante (“del patriarcado ” podríamos agregar) en la que se asume que, por naturaleza, las mujeres llevamos a cabo de manera óptima , natural e instintiva las tareas de reproducción y de los cuidados (de nuestra pareja, de nuestros hijos, de algún familiar enfermo o con capacidades limitadas o de nuestros padres mayores de edad) y sin que los hombres se sientan, en su mayoría, corresponsables en su desarrollo. En segundo lugar, esta ideología también coloca a la utilidad social de estas tareas en un lugar de relevancia inferior del que ocupan otras muchas actividades profesionales que son remuneradas y que al capitalismo le interesa fomentar. Entre estas actividades se encuentran todas aquellas que tienen un valor de cambio en los mercados comerciales y financieros, en el ámbito industrial o en el medio de la investigación científica en el que se genera conocimiento socialmente útil, como en el caso del desarrollo y producción de las vacunas contra el virus SARS-COV-2.

Si bien las feministas hemos retado con mucha mayor frecuencia el primer aspecto de la ideología dominante y hemos defendido que las mujeres somos lo suficientemente aptas para desempeñar otros muchos roles y actividades profesionales además de las domésticas, no siempre hemos tenido éxito en oponernos al supuesto de que las tareas de reproducción y de cuidados tengan un valor social inferior al de otras actividades profesionales a las que las mujeres hemos podido acceder, aunque de forma lenta y en condiciones desiguales, respecto de colegas hombres.

Esta laguna en las agendas feministas ha permitido pasar por alto la importancia que tiene el hecho de incorporar a nuestras demandas el acceso a un salario universal – así como a diversos apoyos sociales- para llevar a cabo la crianza de nuestras hijas e hijos de forma óptima, sobre todo para quienes las desarrollan de tiempo completo. La importancia de contar con un salario para el trabajo doméstico lo tuvieron claro un grupo de feministas italianas encabezadas por Silvia Federeci desde la década de los setenta del siglo pasado. Desafortunadamente, esta demanda no llegó demasiado lejos debido a que, en primer lugar, la exigencia no pudo universalizarse en las agendas feministas y a que, en segundo, el propio sistema capitalista interpuso serias resistencias frente a la posibilidad de reconocer que el capital se beneficia de la reproducción de la fuerza de trabajo sin que contribuya proporcionalmente con los costos de su reproducción. Como sabemos, estos costos que tienen las tareas de los cuidados se han asumido históricamente al interior de los hogares y llevándose a cabo, casi de forma universal, por mujeres .

Actualmente y ante la necesidad de enfrentar una cuarentena tan indefinida, notamos que los efectos más negativos de la pandemia los están asumiendo sectores femeninos quienes han perdido su empleo , tenido que renunciar a su ingreso y dedicarse de forma muy intensiva – y asumiendo la gran mayoría de las tareas domésticas frente a sus parejas hombres - a la importantísima tarea de los cuidados de sus hijas e hijos como una labor de principal importancia y que, en el caso de hijos muy pequeños, es impostergable.

Como las feministas italianas pudieron percatarse, la exigencia de contar con un ingreso para la realización de las labores domésticas partía de la necesidad de reconocer que, en primer lugar, hay muchas mujeres quienes tienen que dedicarse de tiempo completo a esta noble función, a pesar de que hay enormes pendientes en la dirección de fomentar que exista una mayor corresponsabilidad en esta materia por parte de hombres y empleadores ; en segundo lugar, la importancia de contar con el ingreso universal también propicia que las mujeres sean más libres para no quedarse en relaciones que pueden ser violentas o nocivas para su dignidad o autoestima.

Finalmente, el acceso a un salario universal femenino permite no estigmatizar las labores de cuidados. Si bien es verdad que las mujeres debemos de poder elegir con libertad una profesión que nos apasione y de la que recibamos ingresos que permitan nuestra independencia , también es verdad que, en el caso de las mujeres quienes elijen cuidar a sus hijos de forma exclusiva, ellas deben de poder contar con los ingresos necesarios y suficientes que sean reflejo de la enorme importancia que tiene el hecho de formar a las nuevas generaciones de ciudadanas y ciudadanos. Hay que recodar que estas tareas, además de ser socialmente muy valiosas, generan riqueza. Al mismo tiempo, dicho ingreso contribuiría a garantizar que nosotras elijamos realizar estas tareas de forma voluntaria , teniendo a la mano otras opciones de autorrealización personal entre las cuales elegir. Ninguna mujer debe de optar por la maternidad o por realizar labores de cuidados no remuneradas a falta de oportunidades educativas o profesionales .

A la par de fomentar que las mujeres salgamos a los mercados laborales y que tengamos salarios paritarios , el feminismo debe de abanderar las causas que representan – y benefician- a la mayoría de las mujeres en la situación en la que actualmente vivimos . En este caso, debe de movilizarse a favor de que quienes realizan las tareas de los cuidados reciban un salario por ello, reconociendo que éstas son tareas valiosísimas que deben de ser desarrolladas de la mejor manera posible y de que, independientemente de que se hagan motivadas por el amor a la familia, representan un trabajo que debe de ser remunerado. Hoy más que nunca y, en contexto de pandemia, hay que recordar que lo personal es político.

*Profesora – Investigadora en teoría política contemporánea en el Instituto Mora. Es doctora en filosofía política por la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Actualmente es coordinadora académica de la maestría en sociología política en el Instituto.
@institutomora

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