Fausta Gantús
La Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia (2007) definió que la violencia tiene muchas formas y que la hay psicológica, física, económica, patrimonial y sexual. En esa ley también se estableció las diversas modalidades de la violencia: familiar, laboral, docente, comunitaria e institucional.
En la cotidianidad un alto número de mujeres sufrimos todos los días diversas situaciones de violencia, de agresiones que van desde el acoso, la intimidación y los golpes hasta la violación y el asesinato, todos ellos delitos tipificados.
Cualquier forma de abuso o de violencia es grave, venga de donde venga y lo cometa quien lo cometa, pero cuando ese abuso, esa violencia proviene de la autoridad (en cualquier ámbito) la gravedad cobra una dimensión diferente. Pero es brutal, en cuanto parece que no hay posibilidad alguna de defensa, cuando ese abuso y esa violencia proviene de una parte de las instituciones políticas, policiales y militares, se ejerce en contra de la ciudadanía indefensa y la otra parte que conforma esas instituciones del Estado se muestra omisa, indiferente o parcial. Eso ha sucedido en nuestro país, una y otra vez, y ha vuelto a suceder con el caso de la joven que denunció que fue violada por cuatro policías de la Ciudad de México , y no es la única pues varios casos más se han reportado en los últimos días. El abuso sufrido por esa joven ha cobrado una dimensión simbólica, como en el caso de los 43 desaparecidos en Ayotzinapa. Esto es, no es que sea lo único por lo que se protesta o se lucha, es el detonador de una reacción colectiva antes un largo historial de agravios, es una bandera de protesta y de lucha.
El día 12 de agosto un contingente de alrededor de 400 mujeres, convocadas por redes sociales y de solidaridad se manifestaron antes las puertas de la Secretaría de Seguridad Pública y ante la Procuraduría de General de Justicia de la Ciudad de México y recorrieron las calles entre estos dos puntos. La concentración y la marcha duraron poco más de tres horas, durante las cuales imperó el orden, corearon consignas y demandas de manera pacífica. Se registraron incidentes que, quienes nos manifestamos en las calles debemos tratar de evitar, pero que de ninguna manera eran el tono de la manifestación ni constituían provocaciones. Pero sirvieron de pretexto a las autoridades capitalinas para calificar la manifestación de “provocación” y quitarle su carácter de protesta, de reclamo social frente al abuso de autoridad policial. ¿Cuáles fueron esas expresiones provocadoras? 1. Aventar brillantina rosada a un funcionario. 2. Colocar grafitis en bardas y edificios. 3. Romper el cristal de la puerta de la Procuraduría. Estos actos despertaron la alarma de las autoridades que, al parecer, se sintieron atacadas, amenazadas, “provocadas” y reaccionaron de inmediato posicionándose públicamente, condenando los hechos y procediendo a abrir carpetas de averiguación.
La reacción de una parte importante de la sociedad expresada en medios de comunicación y redes sociales ha mostrado, mayoritariamente, la empatía con las manifestantes y su lucha en defensa de los derechos y la seguridad de las mujeres, y el rechazo a la actitud de Godoy y Sheinbaum. Es penoso que, hasta el momento en que escribo esto, prácticamente ninguna de las instituciones locales – Instituto de las Mujeres, Secretaría de las Mujeres–, o federales –Instituto Nacional de las Mujeres, Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres o el Sistema Nacional para prevenir, atender, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres–, ni la Comisión Nacional de los Derechos Humanos o la Subsecretaria de derechos humanos, y ni qué decir de la Secretaría de Gobernación –o del propio Presidente–, encargadas de la atención a las mujeres y a la ciudadanía, la seguridad y los derechos humanos se haya expresado de manera firme y contunden respecto de los sucesos –la violación y la manifestación–, así como respecto a la deslegitimación por parte de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México quien aseveró, sin argumento y sin pruebas, que no era protesta sino provocación y que ese tipo de manifestación “no son protestas sociales”.
Sheinbaum, en sus declaraciones pocas horas después de ocurridos los hechos, a pregunta expresa de una periodista sobre la denuncia de las manifestantes de que había infiltrados en la manifestación, respondió “pues que lo denuncien, si hubo grupos ahí esta el Ministerio Público para que lo denuncien”.
Pues aquí van tres fotografías de tres individuos que estuvieron en la manifestación, supuestamente vendiendo paletas, uno, y cigarrillos y dulces el otro, en tanto el tercero no vendía nada, se apostaba o movía detrás de la última línea del contingente. Estuvieron desde antes de las 13:00 horas, permanecieron ahí por más de una hora que duró la concentración ante la Secretaría de Seguridad Pública, circulando todo el tiempo entre las mujeres, sin vender nada. Es más, en algún momento que un reportero intentó comprarle una paleta con un billete de cien pesos le dijo que no tenía cambio. Durante esta hora se reunieron los dos vendedores con el de la camisa azul unas cuantas veces. Y por si no fuera raro que los mismo vendedores que no vendían nada se mantuvieran en la primera concentración, los mismos reaparecieron alrededor de las 15:00 horas en la manifestación a las puertas de la Procuraduría de General de Justicia de la Ciudad de México. Ustedes dirán qué les parece.
“No vamos a responder con violencia”, dijo insistentemente CSP. Disculpe usted: ¡el que no haya golpes ni franca represión no quiere decir que no haya violencia! La amenaza velada, la intimidación son también formas de violencia, y más aún cuando provienen de la máxima autoridad capitalina. Ante los que estamos es ante formas de violencia institucional contra la ciudadanía, que van desde el ataque físico, perpetrado por la policía, hasta la descalificación y la criminalización de la protesta, efectuada por la Jefa de Gobierno.
@fgantus
Investigadora del Instituto Mora (CONACYT) y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes. Es autora de una importante obra publicada en México y el extranjero, entre la que destaca su libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la ciudad de México, 1876-1888. Ha coordinado varios libros sobre las elecciones en el México del siglo XIX.