“Tengo que contarte un secreto: empecé a meditar”. Me dijo una amiga en voz baja y con la mano en la boca como si me estuviera confesando un crimen. Cuando le pregunté por qué me lo contó de esa manera, me dijo que no se lo había dicho a nadie debido al bullying que tendría que soportar. Ahí recordé que hace unos años yo intenté, sin éxito, meditar en múltiples ocasiones y jamás lo logré, por lo que pensaba: “esto no sirve para nada”.
Ahora que soy una practicante de la meditación, a veces me pregunto: ¿Por qué muchas personas no lo intentan y hasta se burlan de ella y de otras terapias alternativas?
Me puse a investigar y descubrí que, en el siglo XVII, el padre fundador de la medicina moderna, René Descartes, hizo un trato con el Papa. Necesitaba voluntarios para su investigación médica, así que acordó centrarse únicamente en los mecanismos del cuerpo y dejar el alma, la mente y las emociones bajo el control exclusivo de la iglesia.
Ese trato marcó el rumbo de la ciencia occidental y la medicina moderna. Este acuerdo dividió a la mente y el cuerpo creando un desequilibrio.
Por eso, la meditación y otros tratamientos alternativos han sido ignorados por la medicina occidental, a pesar de que se ha demostrado su efectividad. Es por esto mismo que algunos de nuestros conocidos son escépticos y se ríen cuando les compartimos que estamos probando alguna terapia que no forma parte de la medicina tradicional.
Pero en países orientales las cosas son distintas, el trato de Descartes con el Papa no importó. Es por eso que la medicina oriental, milenaria, siempre ha reconocido la conexión mente-cuerpo. Por suerte, en los países de occidente las cosas empezaron a cambiar gracias a la influencia de figuras espirituales como el autor Deepak Chopra, el yogui indio Sadhguru, o el maestro espiritual estadounidense Ram Dass. Y muchos otros que se han encargado de compartir la sabiduría que se ha transmitido de generación en generación en culturas del oriente, mismas que ahora se está comprobando, mediante métodos científicos occidentales, que funcionan. El doctor Joe Dispenza, por ejemplo, ha demostrado científicamente que la meditación puede ayudar en la sanación de enfermedades que incluso podrían necesitar cirugía bajo los parámetros de la medicina tradicional.
Por esta razón es que la meditación no se trata de esforzarte por poner la mente en blanco, sino de calmarla; quedarte ahí quieto mientras observas tus pensamientos y pones atención a tu respiración hasta que llega ese mágico momento en el que confías y dejas que tu sabio cuerpo sutilmente acomode todo lo que deba de acomodar, disfrutando del silencio. El silencio es Dios.
Además, meditar te ayuda a controlar el estrés, incrementa tu autoconciencia, enfocarte en el presente, deshacerte de pensamientos negativos, aumenta tu creatividad y te hace una persona más paciente.
Dice un antiguo proverbio zen: “Si no tienes 20 minutos para meditar, entonces necesitas hacerlo por al menos una hora”.
Así que si crees que van a reírse de ti por meditar, sigue haciéndolo hasta que disfrutes del mágico silencio y los beneficios sean tan tangibles que ya no tenga que ser tu gran secreto.
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Gracias por acompañarme una vez más.
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