Lo que crees que es, es.
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Donde te acaricio nazco como flama.
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Cuando Proust y Joyce se conocieron —tomaron el mismo taxi, después de una cena—, un testigo presencial los escuchó confesarse que no se habían leído. Apenas cruzaron palabra y sólo coincidieron en que les gustaban las trufas.
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Al despertar, somos “otro”; al dormir y soñar, todos somos “uno”.
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El buen novelista pone en duda cuanto lo rodea, incluida su propia creación.