En el encierro nos enfrentamos a aquel de quien más quisiéramos huir: de nosotros mismos.
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No levantarnos de la cama por depresión es como si la muerte nos besara.
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Somos actores improvisados —que no siempre saben sus líneas— en el teatro de los sueños.
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¿Y si esta existencia no fuera sino el doloroso, oscuro, nacimiento para atracar en un nuevo puerto?
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Hay momentos en que debemos disponer de todas las fuerzas que tengamos —físicas y mentales— para transformarlas en un acto concreto.