El proceso electoral de junio próximo presenta cada vez más señales de que —pese a los cantos oficialistas de victoria— tendremos un importante cierre electoral. La historia de México ha demostrado que presidentes y gobernadores con alta aprobación no necesariamente ganan la siguiente elección.
En 2000, en las elecciones que permitieron la transición democrática, Ernesto Zedillo contaba con 55% de aprobación y aun así el PRI perdió los comicios. Algo semejante ocurrió en Estados Unidos cuando G. Bush padre, héroe de la Guerra del Golfo y con una aprobación altísima, perdió la reelección frente al demócrata Clinton.
Las elecciones de 2006 son otro ejemplo. En los primeros tres meses del año, AMLO estaba 10 puntos arriba de Calderón, y en la recta final del proceso el michoacano superó al tabasqueño.
Con un Presidente y jefe de partido que parece blindado con una aprobación de 54 puntos y con 20 millones de hogares cubiertos por el reparto directo de dinero, amplios segmentos de población beneficiaria de los programas sociales parecen decididos a votar por el oficialismo que les asegura seguir recibiendo dinero en efectivo.
“Prefiero malo por conocido y dinero en mano que apoyar promesas que no se cumplan”, es la lógica imperante. Tras la disfrazada compra del voto, que este año costará 740 mil millones de pesos y que será financiada irresponsablemente con endeudamiento, la 4T siembra por todos los medios la visión falaz de una oposición derrotada.
Pasan por alto que Claudia no es la heredera más eficaz y atractiva de la popularidad presidencial, ni AMLO aparecerá en la boleta electoral. Ambos parecen haber perdido el rumbo y la agenda en una mancuerna de gobierno que naufragó durante seis años por sus errores ante la inseguridad, la debacle en la salud y la educación; por la corrupción rampante y por su silencio ante los complejos escenarios internos y externos de incertidumbre económica y financiera del 2025.
Es tiempo que la oposición desarrolle una estrategia eficaz para mostrar a los electores que los apoyos sociales no provienen de AMLO en lo personal, como lo pregona a domicilio el sedicente ejército de servidores de la nación. Y que las ayudas sociales continuarán si gana Xóchitl pero con más certeza, no vinculadas con la dádiva personal, sino con la economía, la creación de riqueza productiva y de empleos formales.
Los resultados de junio no están escritos, dependerán de millones de votantes decididos a sufragar con libertad, a sabiendas de que está en juego la democracia o la continuidad de un modelo autocrático.
El triunfo puede ser de los ciudadanos bien plantados masivamente ante un gobierno que no representa a la nación, que ofrece seguir la destrucción institucional y facilita una cuasidictadura como la de algunos países de Centro y Sudamérica. El talante abiertamente autoritario de AMLO recuerda inevitablemente la “Docena Trágica”, que sumó los errores de Echeverría y López Portillo, esto preocupa a no pocos seguidores del morenismo y comienza a hacer fisuras al interior del partido.
Por otra parte, el crecimiento de Xóchitl y Taboada marca el descenso de Clara y de Claudia. De seguir así podríamos ver un empate en las cifras de las contendientes presidenciales. La reacción mañanera al decir que la CDMX se ha derechizado encubre el temor a perder, lo mismo reflejan las expresiones contra la iglesia, contra los empresarios que antes lo apoyaban, contra los padres de Ayotzinapa y contra las mujeres que participan en las marchas feministas.
El país comienza a darle la espalda al continuismo. Los asistentes al Zócalo en la última marcha ciudadana fueron más numerosos que los reunidos en el arranque de campaña de la señora Sheinbaum, a pesar del burdo acarreo y del pago a los asistentes.
¿Es difícil el reto de junio?, por supuesto, pero nada está escrito y cada día es más claro: El reto democrático puede ser superado.